Una de las principales bazas de Sorgo rojo está en la aparente sencillez de la propuesta. No tan solo en lo que se refiere a la trama en sí, sino en la austeridad de escenarios, situaciones e incluso linealidad de su narrativa. De hecho el film de Zhang Yimou parece articularse en torno a la tradición del cuenta cuentos. Una pequeña fábula donde se nos explica una historia, de apariencia mínima pero que encierra, como casi siempre en estos casos, lecciones de gran calado, tanto en lo moral como, para la ocasión, de legado histórico.
Y es que Sorgo rojo puede parecer una historia de amor, un fresco sobre la vida rural en la China pre-revolucionaria o incluso un retrato de resiliencia frente a la invasión japonesa. Quizás demasiados temas a priori, pero que funcionan como un continuo que se interrelaciona de forma natural. Las cosas, como en la vida, no son producto de un artificio, de un artefacto cinematográfico sujeto al capricho del director, sino que suceden sin más. Esta es la gran virtud del film, su naturalidad. Que a pesar de poder parecer algo cercano a un cuento de hadas, está impregnado de un realismo que, aunque obviamente no se emparenta con el naturalismo, sí permite un alto grado de credibilidad a pesar de las múltiples peripecias que sufren sus protagonistas.
Si los temas son variados no menos lo son los tonos. Encontramos en la película drama, comedia, romance e incluso espacio para lo bélico y el horror más descarnado (casi literalmente hablando). Tonalidades que se funden con sus desvíos genéricos precisamente gracias a su puesto en escena y a su capacidad de enmarcar todo en un espacio que, aunque va mutando, siempre es perfectamente reconocible. Puede, como indicábamos, que todo parezca sencillo, pero sin dejar de reconocer la voluntad de que el relato acabe siendo toda un declaración épica sobre las contradicciones de la sociedad rural china de la época.
Una épica que no se sustenta en elementos externos como por ejemplo la banda sonora, sino que se construye desde el propio relato, solo dejando espacio a un artificio en ese uso del rojo que tiñe el drama de la misma manera que la celebración de la vida. Otra contradicción, como decíamos que nos habla de un mundo cercano a la planicie monocromático pero que deja espacio tanto para la crítica, como para el desencanto y, al mismo tiempo no caer en el cinismo de considerarlo todo malo.
Así pues, y al contrario de las últimas producciones de Yimou, nos encontramos con un film que rehúye toda intención de barroquismo formal o de intenciones pseudointelectuales en cuanto a sus diversas lecturas o subtextos. Una historia de amor y supervivencia que habla tanto del salto adelante de la sociedad china por mera comparación con el pasado como también es capaz de resaltar algunas de las virtudes de ese mundo. Una obra que parece trazar paralelismos con la propia filmografía del director, donde no se trata de decir que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero tampoco convertirse en una figura acrítica del sistema.