Zhang Yimou es sin lugar a dudas el más popular en occidente de los cineastas chinos cuya explosión en los premios en los principales festivales europeos surgió justo a finales de los años ochenta y a lo largo de toda la década de los noventa. Resulta sorprendente analizar la evolución artística de Yimou, puesto que pasó de ser uno de los mejores retratistas de los problemas sociales presentes en la China contemporánea siempre con una mirada costumbrista e íntima cercana al realismo más visceral, compartiendo una más que interesante aura femenina en todas sus composiciones gracias a la presencia imperial de su musa Gong Li, para después asentarse en los últimos años como referente chino del cine espectáculo de grandes superproducciones principalmente desde que dirigió de forma simultánea Hero y La casa de las dagas voladoras allá por principios del siglo XXI.
En este sentido su carrera guarda cierta relación con la de David Lean, puesto que son muchos los críticos que han dividido su filmografía entre una etapa más introspectiva basada en ese cine pequeño de historias mínimas pero con un gran componente filosofal y ese otro cine más comercial -no exento de introspección- donde el espectáculo prima sobre la esencia de la propia historia contada. Es cierto que de vez en cuando Yimou regresa a sus orígenes como por ejemplo con la fantástica Regreso a casa en la que volvía a contar después de años de separación artística con su musa Gong Li como si quisiera hacer un revival de sus primeros años, pero incluso en este producto las imágenes se sienten algo despojadas de esa esencia puramente neorrealista de trincheras de sus primeros trabajos. Particularmente prefiero su primera etapa, en mi opinión mucho más trascendente en la historia del cine que sus también buenas películas de cine pirotécnico.
Es por eso que he elegido para incorporar en esta sección del director de la semana una de sus primeras gemas cinematográficas: Qiu Ju, una mujer china. En ella se encuentran presentes todos los ingredientes que permiten detectar la obra de un autor con total claridad adscribiéndose por ello a esa primera etapa protagonizada por Gong Li en la que Yimou sentó las bases de ese cine de alma femenina en un hábitat terriblemente costumbrista y siempre compartiendo una observación algo amarga de los rígidos estamentos y costumbres inherentes a una sociedad china que en esos años aún no había despertado a la modernidad y liderazgo que se sienten hoy en día.
La película arranca con un plano general en el que observamos entre la muchedumbre a Qui Ju (Gong Li) y su cuñada transportando en una especie de arcaico carromato al marido de la primera hacia la vivienda de un curandero. Qui Ju está embarazada de su primer hijo y parece ser que en la celebración de esta anunciación su marido habría ofendido al alcalde del pueblo tras comentar la nula capacidad de este para engendrar un hijo varón que le permita transmitir su herencia, dado que la política del hijo único impuesta por el gobierno chino tan solo permite heredar a los niños varones. Tras este “insulto”, el alcalde le propinó una patada en sus partes nobles al marido de Qui Ju dejándole un dolor insoportable en esa zona.
Este plano de arranque marcará el estilo narrativo del resto del film fundamentado en el empleo de la grúa y de planos generales, y por tanto renunciando a los primeros planos de los personajes incluidos los protagonistas, en un ejercicio que pretende evitar que nos centremos en la personalidad de los actores principales siendo más importante en este sentido el entorno ambiental en el que se desarrolla la trama con la pretensión de radiografiar con precisión, y sin ningún artificio que pueda distorsionar el objetivo de Yimou, los usos y costumbres de la China rural de principios de los noventa donde se desarrolla la trama.
Tras el reconocimiento de la víctima por parte del galeno, Qui Ju emprenderá una ardua odisea en su intento de obtener una disculpa pública del alcalde, empezado por denunciar al regidor frente al enviado del gobierno y jefe de policía cosechando nula respuesta por parte del veterano corregidor. Ante esta injusticia la mujer insistirá e insistirá obteniendo en un primer momento una pequeña indemnización compensatoria que no satisfará sus deseos de conseguir ese descargo público con el que restablecer el nombre de su familia.
Por ello Qui Ju, en compañía de su cuñada, acudirá a la ciudad en busca de justicia denunciando los hechos ocurridos en el pueblo ante el tribunal y autoridades de la ciudad. Si bien en un principio todos los intentos de esta extraña pareja no surtirán ningún efecto la insistencia de esta obstinada mujer embarazada le llevará a recurrir a varias apelaciones en búsqueda de que su propósito prospere. Así, un golpe de efecto ocurrido cuando Ju se dispone a engendrar a su retoño producirá que su empecinamiento genere más dolor que reparación.
Me encanta la forma en que Yimou vertebra su película. Primero por su apuesta por un neorrealismo de trincheras que recuerda a las primeras películas del movimiento como Ladrón de bicicletas o El limpiabotas. Ese espíritu Vittorio de Sica se siente muy presente en todo el recorrido pintado por el autor de Ni uno menos contando con un protagonista humilde que se topa con las injusticias de una sociedad primitiva donde los poderosos mandan sin ningún tipo de oposición y, por tanto, donde la justicia se encuentra encerrada en los laberintos diseñados por quienes ostentan el poder. También me obsesiona ese choque entre el mundo rural (arcaico) y el urbano donde los habitantes urbanitas intentan aprovecharse de la inocencia de los moradores del campo que arriban a la gran urbe para ser absorbidos por una marabunta de gente pícara y aspirantes a esa modernidad occidental que en las imágenes de Yimou se siente aún muy lejana, quién le iba a decir a Yimou que en pocos años la China urbana sería la que lideraría el mundo desarrollado y de progreso (genial la escena en la que Gong Li recorre un mercadillo con fotos de Arnold Schwarzenegger, Chow Yun-fat y demás celebrities orientales totalmente fascinada por la representación de la modernidad).
Segundo por su planteamiento narrativo, esos comentados planos generales que encapsulan a los personajes en medio del caos rural y urbano siempre con obstáculos físicos y psíquicos que deben superar para seguir avanzando. En este sentido la maravillosa Gong Li nunca aparecerá en primer plano evitando que el espectador se deslumbre con su angelical rostro. Al contrario, deberá sortear tortuosos senderos repletos de bicicletas, gentío, vacas, coches, avenidas repletas donde parece imposible respirar… como una especie de metáfora del escabroso camino emprendido por la protagonista y esos recovecos que debe sortear para lograr su justicia.
Finalmente me fascina la ambigüedad que bordea el envoltorio de esta joya. Puesto que a diferencia de las películas neorrealistas italianas donde el bien y el mal quedaban perfectamente delimitados, en Qiu Ju, una mujer china los villanos no parecen tales debido a esa atmósfera tan oriental en que la calma entre los contrincantes neutraliza cualquier atisbo de histrionismo visceral, de modo que los adversarios conversan mientras toman una taza de té sonriéndose mutuamente. Igualmente ese giro final para nada impostado sirve para declarar que nuestra cabezonería y testarudez pueden derivar hacia resultados igualmente injustos y negativos y que por tanto es igual de reprobable la injusticia del poderoso que la del testarudo que no observa más allá de su objetivo declinando cualquier señal de entendimiento.
Una moraleja final que explota en la cara del espectador a través de ese magistral plano final, creo recordar que puede ser el único primer plano que se contempla en la arquitectura del film, en donde el rostro desesperanzado y conmovido de Qiu Ju nos estalla en el corazón y la mente culminando de forma abrupta y contundente sin otorgarnos la oportunidad de redimirnos y perdonar los pecados retratados a lo largo de toda la odisea protagonizada por una mujer que parece maldita e incapaz de realizar sus ilusiones y esperanzas en una sociedad machista e inmóvil que seguía presa de sus primitivas maneras.
Todo modo de amor al cine.