Si en las derivas que están tomando la capacidad y naturaleza de las imágenes se antoja cada vez más importante saber enhebrarlas y componer desde sus virtudes una esencia que se sienta propia, sucede exactamente con el hecho de acogerse a formas ajenas desde las que referenciar un cine o un estilo en concreto, y resignificar todo ese proceso en un terreno donde se adviertan la personalidad y carácter necesarios. Algo así es lo que logra precisamente Goran Stolevski en su debut tras las cámaras, una You Won’t Be Alone que si bien se siente extraña en sus primeros pasajes, como si en su configuración narrativa hubiese elementos de difícil encaje que no terminan de empastar entre sus imágenes, consigue con el paso de los minutos interpelar al espectador desde unas variantes formales que, si bien es cierto se sienten familiares —difícil no identificar a Terrence Malick en el bamboleo de la cámara que mece sus estampas, la persistente voz en off e incluso esa banda sonora que armoniza el sosiego que transmiten sus escenarios—, van tomando forma en un terreno propio, cercano al cine de género más leve y vaporoso, que aporta precisamente las señas desde las que presentar su universo sin pensar en una referencialidad cada vez más presente en el modo en cómo leemos e interpretamos las imágenes.
En este caso, es tan importante esa impronta formal como la descripción de un microcosmos que nos traslada a la Macedonia del s. XIX, y que configura en esas latitudes un retrato desde el que abarcar una condición, la humana, incapaz de convivir con lo ajeno, con lo extraño, recogiendo en ese temor a lo desconocido una de sus debilidades y la principal fuente de su sinrazón. Es, de hecho, la vieja solterona Maria, esa bruja condenada a vagar siendo presa de su propia existencia, quien advierte a la protagonista tras introducirla en los efluvios de su mundo, que no le será precisamente fácil escapar de estos por ese nuevo carácter que le ha sido otorgado. Una idea que, por otro lado, es reforzada tanto por las conductas percibidas en los entornos que irá transitando la joven —hallando su máxima expresión en un ‹flashback› sobre los orígenes de Maria— como por la destructiva naturaleza de la protagonista, que termina eliminando cualquier relación afectiva ante la incapacidad por comprender variables que poco tienen que ver con esa subsistencia fagocitaria donde un cuerpo no parece más que el receptáculo para conseguir fines que poco o nada tienen que ver con establecer relaciones que vayan más allá de ese proceso de explotación.
Una condición a la que, sin embargo, parece estar dispuesta a renunciar la protagonista, que a través de esa voz en off ve explorada una esencia desde la que delimitar los confines de un nuevo universo en el que convergen una sugerente mirada femenina en ese entorno rural donde se desarrolla la acción. El trabajo visual realizado por Matthew Chuang —que ya había ejercido de director de fotografía en Blue Bayou de Justin Chon— en ese sentido dota de una uniformidad y coherencia tanto a su dispositivo narrativo como a la inmersión en un mundo que se ciñe al detalle y dialoga con el espectador encontrando matices afianzados por ese diálogo interno que sostiene consigo mismo el personaje central, y que confiere mediante el lirismo de sus reflexiones —que, en cierto modo, se acercan a un lenguaje más primitivo, incapaz de ser articulado a un nivel físico— capas que enriquecen el subtexto. You Won’t Be Alone filtra el fantástico desde un lenguaje que rememora el cine de Malick, pero sin embargo se extiende más allá en una fábula tan bella como cruenta cuyo sugestivo carácter llena la pantalla con un halito de tristeza que describe a la perfección nuestro sino como especie.
Larga vida a la nueva carne.