70 años cumplió Rubén Blades el pasado mes de julio, aun en un estado de forma envidiable para su edad, siempre pensante y conocedor de su avanzada edad, opta por realizar este documental para dejarlo como testamento de su vida y obra. El elegido para llevarlo a cabo es su coterráneo Abner Benaim, documentalista que alcanzara reconocimiento internacional con su anterior trabajo titulado Invasión (2014), que retrata la intervención del ejército estadounidense en Panamá en el año 1989.
Es precisamente la presencia estadounidense en suelo panameño uno de los primeros momentos que rememora Blades, no dicha invasión, sino 25 años atrás en el fatídico Día de los Mártires, cuando un grupo de estudiantes de secundaria buscaban izar la bandera panameña en la zona del Canal controlada por los norteamericanos; pronto, este evento comenzará a escalar hasta devenir en una gran tragedia.
Como se puede dilucidar, la cuestión social está presente en estos hechos, algo que trasladará a muchas de sus letras e interpretaciones, donde bajo distintos aspectos de la sociedad que le rodea, va conformando una marca que lo señala como el intelectual de la salsa. El deseo de hacer esta película es entonces su deseo de mostrarse ante la gente, hecho por él mismo y no bajo la visión de alguna otra persona, con su completo compromiso, prefiriendo eso a la realización de alguien que le sea ajeno.
De esta forma va caminando por las calles de New York o Ciudad de Panamá, mientras va narrando a viva voz, la cámara lo acompaña en ese peregrinaje, mientras va redescubriendo espacios y lugares que le han marcado tanto en su vida como en su carrera. No son pocos los momentos en que debe detener su rumbo porque algún fan lo reconoce en la calle y lo saluda, afable en todo momento estrecha su mano e intercambia algunas palabras con ellos.
El anecdotario que regala Blades también se ve interrumpido en algunos momentos por el director, quien interviene y señala algunos puntos de interés que le gustaría percibir con mayor profundidad, realizando consultas, escudriñando un poco más, aunque tampoco sea la constante. Todo se nota realizado de forma natural, sin preparación ni diálogos pensados previamente.
En otros momentos, son algunos invitados los que comentan sobre la figura del cantautor panameño, colegas cantantes que tienen intervenciones en su mayoría muy cortas, apenas plausibles donde ensalzan su figura, quizá el punto más flaco del largometraje porque no hay una intervención verdadera, son solo apariciones para reconocer figuras de la salsa, otorgándole así un reconocimiento claramente merecido.
Blades inició su carrera en los años setenta, logró trasladarse a Nueva York donde se afincó hasta el día de hoy, labrando su carrera desde el inicio «en lo que fuera», poco a poco se fue metiendo en la escena musical “salsera” del momento con los máximos exponentes como Willie Colón y Héctor Lavoe. Luego su carrera como solista, afianzar su estilo, reconocimiento y consolidación. Por supuesto también se tocan otras facetas de su vida, la de actor y la de político, no muy a fondo, pero él plantea de forma clara sus ideas, es correcto.
Es así como Yo no me llamo Rubén Blades se concreta como un documental muy bien realizado, con su protagonista guiando el devenir del trabajo, las ideas y acciones retratadas, y donde Benaim lo sigue de forma acertada. No es intenso como documento biográfico, es más un anecdotario que deja entrever también su pensamiento y cómo se fue forjando.