La mayoría de nosotros deambulamos por la vida aferrándonos a lo seguro, dando por supuesto todo aquello que nos proporciona cierto grado de felicidad inmediata con la que no tengamos que pensar en un mañana repleto de incertidumbre. Pero ¿qué ocurre cuando aquello que creíamos constante se desvanece y nos deja en el borde de un abismo? Yo la busco (Sara Gutiérrez) arranca describiendo la vida de Max con Emma, una compañera de piso con la que mantiene una relación de amistad extraordinariamente íntima. La cámara se acerca a ellos con planos muy cerrados y un montaje de plano-contraplano en los diálogos que entra en directa contradicción con las intenciones cuasidocumentales de su presentación impresionista en los espacios interiores de su apartamento del Eixample. El retrato costumbrista intenta darnos una idea del modo de vida, las dinámicas personales y las sencillas necesidades que ambos comparten recorriendo con agilidad su cotidianidad. Un comienzo titubeante que afortunadamente se resuelve satisfactoriamente cuando se presenta el conflicto motor del relato: Emma anuncia que se muda con su novio y deja solo a Max. Un desencuentro que irónicamente supone para el film el hallazgo de un rumbo concreto al que el espectador puede sujetarse y dejarse llevar.
En el momento en que la directora abandona sus intenciones más obvias de un supuesto realismo que se siente forzado es cuando comienza a capturar con verdadera autenticidad el estado de desorientación de su protagonista en una noche barcelonesa cualquiera, recorriendo calles, bebiendo en locales, conociendo a personajes de todo tipo que le proporcionan momentos de optimismo, frustración, esperanza y decepción. ¿Qué siente por su amiga? ¿qué va a hacer sin ella? Una vida acomodada en la mediocridad de un conformismo sin futuro le valía hasta esta noche. Una nueva obsesión en forma de una libreta con dibujos que encontró perdida por la ciudad le sirve de excusa para darle sentido a su existencia —al menos por unas horas—. Un símbolo que transmite perfectamente esa concepción errónea del desprecio a lo transitorio por empeñarnos en lograr objetivos como fórmula de una genuina realización personal. Max no alcanza a entender que en la búsqueda está el verdadero significado de todo sus deseos, aspiraciones y de si mismo. Un tono desconcertante entre el drama y la comedia encaja aquí perfectamente como vehículo de la perspectiva irónica que mantiene la película hacia su personaje protagonista.
Es fácil encontrar conexiones de esta cinta con otras que han abordado el estado de confusión e insatisfacción vital de las generaciones recientes de jóvenes en la sociedad actual como Júlia ist (Elena Martín, 2017) o especialmente en el callejeo nocturno con el protagonista sin ambiciones de la alemana Oh Boy (Jan Ole Gerster, 2012). Sara Gutiérrez recorre el paisaje urbano y sus habitantes a través de peripecias aparentemente intranscendentes construyendo un universo propio único y especial —casi mágico por momentos, pero que a la vez nunca abandona lo patético y mediocre como elemento fundamental de reconocimiento— que permite transmitir con profunda verosimilitud el estado emocional de Max, un personaje que en muchos momentos manifiesta una reveladora autoconsciencia en cuanto a su posición exageradamente trágica en el devenir de los acontecimientos y sus decisiones. La decadencia es más evidente según avanza la noche y la misma característica de un karaoke simboliza el momento de catarsis perfecto para expresarlo todo a la vez.
En el intento de lo imposible —sin talento ni preparación especial alguna— y en la insatisfacción ineludible por la siempre imperfecta resolución de nuestros actos está la felicidad, pero no la descubrimos hasta que ya ha pasado, al día siguiente, mientras recordamos de resaca lo sucedido la noche anterior en ese espacio y su aceptable ridículo socializado inherente. Y a pesar de todas las consecuencias siempre regresamos al mismo garito y con las mismas personas sin poder explicar exactamente las razones que nos llevan a reproducir el mismo comportamiento. A Max le ocurre lo mismo. La noche que narra durante su metraje Yo la busco y hasta su mismo título son una expresión a pequeña escala del conjunto de infinitas microcrisis que configuran la existencia de cualquiera en nuestros días, dudando de todas las decisiones pasadas y preventivamente futuras antes incluso de que sucedan. Porque en un mundo en el que progresar económica y socialmente ha pasado a un segundo o tercer plano —por mera imposibilidad material—, la búsqueda de nuestra identidad y el lugar que ocupamos respecto a los demás es irónicamente lo único que nos permite no perder el contacto con lo que nos rodea y realizarnos mínimamente como personas.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.