Si bien el cine nipón es uno de los bastiones actuales de la animación a nivel internacional, es extraño ver de forma habitual muestras en ese terreno de otros paises orientales, y aunque de vez en cuando películas como Una vida errante de Eric Khoo o las coreanas Aachi & Ssipak y Wonerful Days —entre otras— suponen la excepción, pocos autores obtienen una continuidad que les lleve a trazar una trayectoria con regularidad, ya sea porque sus incursiones en el género son más bien espontáneas (como en el caso del singapurense Erik Khoo), o porque —y ya entrando en el terreno de la suposición— no han sabido encontrar un proyecto a su medida.
Es por ello que el caso de Yeon Sang-ho resulta más curioso todavía, y es que el cineasta coreano que debutara en 2011 con The King of Pigs y estrena estos días The Fake en nuestro país —que competirá, además, en el Festival de Annecy, uno de los mayores escaparates en lo que a cine de animación se refiere—, ya está realizando un nuevo trabajo, una Seoul Station que los fans del cine de terror en general y del mondo zombie en particular a buen seguro esperarán. A resumidas cuentas, tres trabajos en menos de un lustro que auguran lo que bien podría ser uno de los nombres a tener en cuenta durante los próximos años en el terreno de la animación. Ahí es nada.
Pero, está claro, un nombre no sólo lo hace la regularidad y el contar con un buen puñado de títulos en un corto espacio de tiempo; lo hace, también, la calidad de unas propuestas que en el caso de Sang-ho es difícil poner en duda. En ese sentido, el hecho de presentar una ópera prima que ofrezca los suficientes rasgos y una clara inclinación en torno a ciertos temas o aspectos es ya un excelente punto de partida, pero además que ese debut resulte estar por encima de la media, y que el segundo largometraje no sólo dibuje otra obra casi al nivel de la primera, sino complemente todo lo mostrado en ese arreón inicial, supone un claro síntoma de que hay unas ideas patentes así como una claridad en el momento de trasladarlo todo a la gran pantalla.
The King of Pigs, film que nos ocupa, muestra precisamente esas virtudes, y lo hace además —y como ya apuntaba en mi crítica de The Fake— sumergiéndose en terreno fangoso, en un terreno donde no pocos cineastas tendrían complicado obtener resultados como los obtenidos por Sang-ho, en especial si atendemos al tratamiento que realiza el coreano de varios elementos que hacen de The King of Pigs mucho más de lo que parecía a priori. Su debut no es sólo un film versado en torno a esa práctica tan habitual y (desgraciadamente) moderna del «bullying», es mucho más: un tratado sobre la violencia y lo que esta puede acarrear en determinados contextos y, sobre todo, la visión de una sociedad escindida en clases desde sus primeros estratos y cómo ello influye, más que en las relaciones, en una convivencia casi irrespirable.
El contexto escogido para ello es inmejorable en ese ámbito, y el microcosmos que Sang-ho configura en una escuela donde los abusones —vistos como canes por los protagonistas, y pertenecientes a la clase adinerada— manejan los compases y deciden a su antojo ante los menos pudientes —representados por un animal, el cerdo, que da título y sentido al film cuando aparezca una suerte de salvador para nuestros protagonistas— sirve como perfecto parapeto para realizar un retrato donde, aun y con el siempre explícito y expresivo uso que hace de la violencia el director, no hay ni mucho menos una trivialización de las temáticas manejadas por Sang-ho.
Aunque el objetivo del cineasta es meridiano, no por ello descuida unos personajes que, si bien tienen un tratamiento algo menos logrado que en The Fake, terminan siendo claves para el devenir de la obra, en especial con ese giro final que maneja con el pulso necesario Sang-ho. No obstante, la definición de entornos resulta vital para trazar los universos de cada uno de esos tres protagonistas, y aunque en el caso de uno de ellos se resienta al conocer sólo unos pocos detalles acerca del ambiente familiar (aunque esa escena de los pantalones vale mucho más de lo que aparenta), sí podemos adivinar tanto en ese llamado “rey de los cerdos” como en el otro protagonista, cuyo padre es dueño de un karaoke, ciertas particularidades realmente definitorias.
En la faceta técnica —su animación no es excesivamente depurada, que digamos, aunque posea la expresividad necesaria— es donde probablemente decaiga en mayor grado esta The King of Pigs que, al fin y al cabo, parece contentarse con su discurso, con su diálogo con un espectador que encontrará en esta oscura y pequeña joya un vehículo distinto a una reflexión demasiado proclive a presentarse de forma aséptica o sentimental, pero que Sang-ho convierte en algo distinto, trazando una senda incómoda para enarbolar un cine poco o nada complaciente en el que el espectador puede decidir si entra o no, pero ante todo deberá aplaudir la valentía y capaciad de sugestión de un film como este.
Larga vida a la nueva carne.