Como en prácticamente toda su filmografía, Xavier Beauvois en El pequeño teniente (Le petit lieutenant) cuenta una historia sobre gente normal que afronta sus tragedias, ya sean familiares como en su debut en Nord (1991), o laborales como en Según Matthieu (Selon Matthieu) del año 2000, su tercera película. Esta vez en el que es su quinto film, Beauvois nos cuenta una mezcla de ambas a través de dos personajes, dos policías de la brigada criminal de París. Antoine (Jalil Lespert) es el joven teniente que después de licenciarse en la escuela de policía elige voluntariamente ese puesto, el cual es de los más difíciles como se nos dice al principio y que le mantendrá alejado de su esposa que vive en Le Havre. La otra protagonista es Caroline (Nathalie Baye), que es la inspectora que elige a Antoine en su brigada, una mujer que lleva dos años sin ejercer su profesión debido a problemas con el alcohol.
Una investigación que se nos presenta como rutinaria y hasta carente de interés será el comienzo de la historia que estudia ambas personalidades y como he dicho antes, la forma de afrontar los problemas, que es lo que le interesa al director. Los personajes que más agallas tienen en los films del director francés suelen ser jóvenes, como en las dos películas citadas y aquí El pequeño teniente no se queda atrás, componiendo un personaje que es valiente en parte por su ingenuidad y también por la misma juventud que resta peligrosidad a cualquier acto que acomete y que se verá reflejada en la escena más dura que posee la cinta y que helará la sangre del espectador.
Otra constante en el cine del francés —y que es causa de la anterior— es la pérdida, ya sea de la cordura como en el personaje del padre en Nord, del trabajo como en Selon Matthieu o de los seres queridos como en la presente película. Caroline perdió a su hijo de 7 años por culpa de la meningitis y «adopta» al teniente como su hijo, ya que si no hubiera fallecido sería de la misma edad que Antoine. Una relación extraña entre ambos en la que se sugiere atracción sexual mediante gestos o miradas, pero que no llega a explotar si bien Caroline lo cree su hijo y el incesto está presente. También revolotea la idea de pérdida de la familia en el momento en que el teniente escoge París como destino de trabajo. Solo veremos a su mujer en una ocasión y será muy frío todo ya que apenas nos dan datos de la pareja y su situación, lo cual no es necesario para vislumbrar que la condición marital no es la idónea y que Antoine ha sido egoísta, en palabras del protagonista: «No quiero conformarme con un crimen al año».
Destacar sin duda el trabajo de todos los actores que conforman una comisaría que parece real, por momentos crees que la cámara de Beauvois se ha incrustado de verdad en una comisaría de París. Esta sensación viene impuesta por la puesta en escena, con momentos de cámara en mano siguiendo a los personajes por los pasillos, una cámara que «acosa» los rostros de los diferentes policías y sus particulares problemas con los delincuentes, recogiendo diálogos desesperanzadores o bromas entre kilos y kilos de droga. Además, en este fantástico film no hay clichés como puede esperarse, por ejemplo: poli bueno-poli malo, el jefe corrupto, la relación sentimental de dos policías… no, aquí solo hay verdad a 24 fotogramas por segundo, una verdad que hiere y que nos hace reflexionar sobre el día a día de cualquier flic del mundo.
El mensaje final de este gran polar es claro, nada tiene solución, nada pueden hacer las fuerzas del orden ante la criminalidad que arrasa en todo el mundo —las bandas del Este en la película que nos ocupa—. Es desasosegante la sensación que deja al espectador este seco y amargo film, también impotencia cuando vemos que podrán arrestar o matar a uno o dos criminales, pero parece imposible eliminar el germen de dicha criminalidad, los peces gordos están respaldados siempre por altas instancias aunque aquí no se diga y los policías solo podrán remendar algunas situaciones pero nunca acabar con el virus de raíz.