Ben es un niño huérfano que jamás conoció a su padre y cuya madre falleció en tristes circunstancias. Tras un percance eléctrico que le lleva al hospital, decide que es el momento de ir a buscar información sobre sus progenitores. Medio siglo antes, en los felices años 20, la también joven Rose vive con su fiero padre en una lujosa casa mientras sueña con escapar de su solitaria y triste rutina para conocer a una misteriosa actriz. Aunque convivan en épocas distintas, ambos tienen dos cosas en común: son sordos y desean escaparse a Nueva York para encontrar en la mítica ciudad aquello que andan buscando.
Con estas dos narraciones en paralelo, la más remota en el tiempo bajo una fotografía en blanco y negro, Wonderstruck (El museo de las maravillas) nos narra una bonita historia sobre la infancia, la familia y los lazos entre nuestro pasado y el presente. A los mandos del film se encuentra Todd Haynes, que con tres joyas dramáticas en su haber como Carol, Lejos del cielo y la miniserie Mildred Pierce parece tener suficientes argumentos como para convocar a la audiencia. Sin embargo, tras ver la película parece tomar mayor protagonismo el guionista Brian Selznick, también autor de la obra original en la que se basa esta cinta y de la novela La invención de Hugo, cuya adaptación cinematográfica por parte de Scorsese vuelve constantemente a la memoria al visionar este trabajo de Haynes.
Obviamente, el motivo de semejantes reminiscencias queda expuesto ante las temáticas que trata la película, en especial por el retrato de niños solitarios pero que mantienen intacto el espíritu aventurero. Sin embargo, las diferencias estilísticas entre ambos cineastas quedan patentes en el desarrollo argumental de Wonderstruck. La narración en paralelo es utilizada a la perfección por Haynes que, ayudado por el montaje, administra la cuota de pantalla entre los dos protagonistas. Pese a que ambas tramas son absolutamente esenciales para el devenir del film, da la impresión de que la historia de la niña goza de mayor carisma, sensibilidad y poder narrativo, probablemente por el hecho de que los diálogos sean más fluidos. Aclaremos, en este sentido, que Rose es sorda desde el inicio de la cinta mientras que Ben comienza a padecerla en los primeros minutos, lo que origina un mayor “relleno” en su línea argumental que obstruye en parte el ritmo del film (y eso que, misteriosamente, el niño no pierde un ápice de su dicción o tono de voz).
Resulta una evidencia, en cualquier caso, que la primera media hora de Wonderstruck es la parte más satisfactoria de toda la cinta. En el nudo central del film, sin embargo, la historia de Ben pierde algo de fuelle tras la irrupción de un secundario de personalidad algo trillada que envía la película hacia un sendero de menor enjundia narrativa. Por último, las secuencias finales pueden pecar de resaltar demasiado las emociones de los personajes, pero da la impresión de que Wonderstruck regresa al terreno que exploró en la parte inicial de la obra, de entidad más íntima y familiar, no tan puramente aventurera.
Es probable que no se pueda introducir a Wonderstruck en el olimpo de obras de Todd Haynes por la irregularidad de la cinta, por no reflejar tan fielmente el estilo del cineasta y, como es lógico, por la buena selección de películas que ya tenía en su haber el californiano. Pero el film al que aquí pone su sello —junto al de Brian Selznick, recordemos—, está lejos de cualquier aroma a mediocridad. Más allá de cuestiones puramente técnicas, notables en su mayoría (aunque un servidor echó en falta una marcha más de Carter Burwell en la BSO) y de un guión compuesto de decisiones inteligentes, Wonderstruck obtiene su brillo por cómo encaja todas esas piezas en un engranaje que termina funcionando y que, además, hace sentir.