Demostró su pericia con la fantástica La chica que saltaba a través del tiempo hace apenas seis años, y ahora volvía dispuesto a cautivar de nuevo a un sector oriental que no puede tener queja alguna de la animación llegada del país nipón gracias a compañías como Ghibli (de sobras conocida) o Production I.G. (responsable de títulos como A Letter to Momo, The Sky Crawlers o Dead Leaves).
En forma de fábula contemporánea que nos introduce en la historia de Hana, una muchacha que entablará relación con un hombre lobo con el que tendrá dos retoños a los que deberá criar sola tras la desaparición de su padre, Wolf Children recoge el tono de su anterior y ya citada película (esa ingenuidad que resulta divertida e incluso delirante en cierta manera, gracias a la intervención de esos dos niños-lobo), maleándolo de modo que obtiene resultados de lo más satisfactorios, ya sea en una vena humorística que le sienta de maravilla o unos primeros compases que definen unas intenciones que se verán truncadas debido a su conclusión.
En ese sentido, sus primeros minutos no terminan de funcionar como debieran, y es que el tramo donde se produce ese vínculo entre la protagonista y el hombre lobo no posee el suficiente empaque como para que el espectador se vea prendado por una relación que, a la postre, tampoco posee importancia para el conjunto. Es cierto que Hosoda intenta remarcar en todo momento la figura de un padre no presente con su DNI postrado siempre sobre el mismo mueble, pero casi nunca surge ningún tipo de disyuntiva acerca de un tema que bien podría empuñar el japonés para otorgar otras vertientes a su film.
Tras esos minutos, tampoco parece levantar el vuelo un film que se podría tildar de errático debido a un ritmo narrativo que quizá no encaja suficientemente bien con una historia, a priori tan cándida, como la que se nos cuenta en Wolf Children. Hosoda quiere definir en exceso el vínculo entre madre e hijos, un vínculo que se verá truncado cuando, debido a la naturaleza de ellos dos (sus transformaciones se producen a raíz de sus enfados) deban mudarse a una casa de campo.
Por otro lado, el autor de Summer Wars nos habla sobre el dilema que envuelve a esos dos retoños. Mientras ella se decanta por escoger su forma humana e ir a la escuela, queriendo adquirir conocimientos y ser una más entre sus compañeros (circunstancia que se debilitará en un principio debido a algún que otro incidente), él prefiere adoptar su apariencia de lobo y explorar el bosque, donde conocerá a un zorro que le adiestrará en todo lo referente a esa forma de vida.
Como no podía ser de otro modo, un conflicto que quizá era mejor haber evitado (o dibujado de forma menos tosca) aparecerá entre ellos dos y definirá el tramo final de una obra que, en parte, se termina viendo perjudicada por un tono que se agrava a medida que se acerca esa conclusión; diluye su carácter inocente, desmonta en cierto modo la relación a tres bandas que se irá disipando con el tiempo y perfila alguna que otra secuencia excesivamente solemne para lo que había sido Wolf Children hasta el momento. No obstante, podemos hablar de ella como un meticuloso trabajo del que destaca una animación que crece a pasos agigantados cada vez que nos sitúa en un exterior, y que durante buena parte del tiempo sabe concretar temáticas de lo más interesantes enlazando con un humor disparatado tremendamente acertado, dejando trazas de lo que podría haber sido una propuesta de lo más potente que, desafortunadamente, termina disipándose en su último acto.
Larga vida a la nueva carne.