El tercer largometraje del esloveno Olmo Omerzu, que le valió un premio al mejor director en el Festival de Karlovy Vary, es una ‹road movie› protagonizada por dos adolescentes, Marek y Hedus, que recorren las carreteras checas con un coche robado, sin un rumbo prefijado y solamente con la perspectiva de unirse a la Legión Extranjera como un propósito claro, al menos para uno de ellos.
La trama de Winter Flies, como corresponde al tipo de historia que es, no refleja la búsqueda de un objetivo concreto, pero tampoco se muestra dependiente de la linealidad temporal. De hecho, su narración se sucede en fragmentos anecdóticos del viaje que se intercalan con el interrogatorio de una policía que trata de sonsacar información a Marek sobre el robo. Esta constante ida y venida entre ambos escenarios no llega a estructurarse como ‹flashbacks›, ni como una reconstrucción de los hechos; los falsos testimonios de Marek son desmentidos por las escenas que vemos inmediatamente antes o después de sus declaraciones, en ningún momento se ven reforzados. Es un juego narrativo que podría calificarse de gratuito, pero que la película utiliza para darnos a conocer varias facetas del personaje de forma simultánea y de paso dar una cierta ilusión de ambigüedad.
En todo caso, pese a lo entretenido de los despistes de Marek en el interrogatorio, el grueso de la película es el viaje, y es el que genera todas las imágenes más eficaces y memorables, con la relación entre Marek y Hedus y la interacción con los distintos elementos con los que se encuentran (el perro al que salvan, la autoestopista atractiva, el abuelo de Marek). Y si hay algo me llama la atención del estilo que imprime Omerzu es su retrato de los dos adolescentes como personajes en esencia ilusos, sin experiencia en la vida, tratando de aparentar madurez… y en no pocas ocasiones abiertamente inmorales, pervertidos y malévolos en intenciones, hasta rozar la incomodidad. En ese sentido la cinta juega con un elemento de morbo, en particular en las escenas con la autoestopista, de conocer una faceta de éstos más bien antipática y de verlos a punto de cometer una barbaridad, algo de lo que siempre acaba retrayéndose, quedando actos inofensivos en la práctica, que no abandonan esa sensación inquietante y levemente perturbadora. Es un juego retorcido que nunca se traduce en acciones reprobables.
Pero no es eso, lo más llamativo conceptualmente en principio, lo que genera los mejores momentos de Winter Flies. De hecho no puedo decir que me parezca, en ese sentido, una gran película. Pasando de largo por lo obvio de sus metáforas —que resulta molesto a veces—, la impresión que me da es la de una idea interesante que sencillamente no llega a más, no por falta de ambiciones ni por no saber lo que pretende sino por una cierta torpeza y puerilidad mezclando tonos de la que no puede desprenderse del todo, y por no lograr que esta personalidad propia brille en una dirección narrativa y una temática, la de la rebeldía y la búsqueda de identidad adolescente, que se han tratado en muchas ocasiones en el cine bajo perspectivas variadas.
Al contrario. Lo mejor del filme es casi lo más sencillo, lo que parece, a nivel discursivo, más ligero y desechable. Mi secuencia favorita es una en la que ambos protagonistas se quedan dormidos en el coche y el piloto automático les lleva por un viaje nocturno apacible y sin sobresaltos. No hay interacción ni reflexión ahí, sólo hay disfrute y ambiente. Es algo prácticamente mágico, que indica que pese a sus carencias, Winter Flies tiene atmósfera, que en momentos concretos sabe utilizarla, y que funciona mejor en ese ámbito que en sus otros planteamientos. Y si toda ella fuera así, nos encontraríamos sin duda ante una cinta memorable en vez del producto aceptable con destellos ocasionales que termina siendo. Aunque, por otro lado, tal vez así nos estaríamos perdiendo su aporte conceptual. Que no será redondo ni fascinante, aunque sí es, desde luego, valioso.