¿Te imaginas que nuestras mascotas fuesen rencorosas? ¿Que quedara en ellos el resentimiento? El mundo sería otro, diferente al que conocemos ahora. Lo que tenemos ahora sería el paraíso, en comparación. La sola idea de que todos los seres vivos tuviesen la capacidad de almacenar el odio hacia quienes les hacen daño es tan aterradora, que más de uno empezaría a meterse las manos por el ano, para dejar de maltratarlos, por ejemplo.
Yo no soy muy listo (Jen-ny), pero me ha parecido ver en White God algo de historia del nazismo mostrada con perros en vez de judíos. Alegoría lo llaman, suerte que no es humor negro. No lo sé a ciencia cierta (ni falta que hace, pues admite varias lecturas y todas interesantes), pero empezando a verla pensé que la idea de hacer pagar un impuesto mayor a los dueños de perros de no-pura-raza jugaba un poco con esa idea… Como lo de subir el IVA cultural juega con la idea de que la gente no consuma cultura; nada especialmente difícil de comprender.
Es curioso, en este sentido, que se haga este uso de los perros. Analicémoslo: pongamos a un humano y a un perro en el mismo cuarto y hagámosles sufrir las mismas torturas a los dos simultáneamente, con público. Seguramente éste nos dirá, en su mayoría, que lo que le vemos en el humano les resulta muy desagradable, mientras lo que le ocurre al perro les da mucha pena. Bueno, quien es un lobo para el hombre es el hombre, no el perro, que quizá por eso nos aprecia tanto, a los humanos, en general, pues se ve que manejamos el mismo lenguaje, aunque a diferentes niveles. Ya lo dice el cartel promocional de la película: «Eran nuestros mejores amigos», pero se cansaron de siempre dar y nunca recibir (le faltó añadir)… Y es que White God es una película de dos partes bien diferenciadas, la primera un potente drama con elementos de thriller protagonizado por un can, y una película de autor de acción con elementos de comedia (no sé si intencionada o no).
Ahora que llega el verano, llegan las pateras, algún que otro malvado no sabrá qué hacer con su perro (que ya no es tan gracioso como cuando era una cría), pero tampoco sabrá si debe dejar que las pateras se hundan en el mar o que entren en su patria, ambas cosas no son muy humanas. White God juega con el lenguaje, juega con los sentimientos; poca gente es capaz de cambiarlos, nuestros sentimientos. ¿Es la simbología un buen camino para conseguirlo? A Jesucristo se ve que las parábolas le funcionaban de puta madre, así que ¿por qué no? A lo mejor hay algún cierra-fronteras que siente predilección por los perros, y no sólo para cazar animales con ellos. Aunque claro, si lo que se ve en este filme es a dueños de Kebabs y a gitanos maltratando animales, dudo que la idea llegue a muy buen puerto o sirva para algo, no sé.
Cada uno es libre de actuar en su egoísmo y en su responsabilidad, mientras no haga daño a los demás. Yo no tengo perros, tengo mis motivos, tampoco he invitado a comer a mi casa a ningún inmigrante ilegal (no soy Anita Pastor). No sirvo para juzgar a la gente (ya tengo bastante conmigo mismo), aunque escriba críticas de cine; sin embargo, a veces una película habla de la gente, con la gente, intenta entrar en ella y que dé un paso más allá en su pensamiento. Lo bueno de White God es que no es maniqueísta, que te deja pensar en los perros, entretenerte como si de una apología de los canes se tratara, de un El origen del planeta de los simios con menos presupuesto, pero también te da la libertad de analizar lo que has visto, de sentir lástima, de reírte en algunos tramos, de aceptar o apoyar la venganza… y más tarde de considerar cuál sería nuestra reacción ante la misma situación en términos puramente humanos, o nuestro rol actual, aunque sea sólo ideológico.
Ahora, dentro del festival del humor, dejo un par de títulos alternativos para esta White God: La lista de Chiendler, El canista o Esperrotaco (cuya rebelión perruna iría acompañada de un grito unánime de cada cánido: «¡Yo soy Esperrotaco!». «¡Yo soy Esperrotaco!». «¡No, yo soy Esperrotaco!».