El cuarto largometraje del islandés Rúnar Rúnarsson, When the Light Breaks (Ljósbrot), fue el encargado de inaugurar la sección Un certain regard de la 77ª edición de Cannes. Antes de iniciarse la proyección, Frémaux invitó al equipo de la película a subir al escenario para presentar la obra y un tímido y visiblemente turbado Rúnarsson articuló dos frases certeras sobre el film: (1) «Este año en el mundo se han filmado miles de películas: esta es solo una de ellas» y (2) «El trabajo de interpretar y hablar se lo dejo a los actores, no por nada a mí me gusta estar detrás de las cámaras». Si bien ambas frases eran muestras humorísticas para salir de un mal paso, al finalizar la película uno no puede más que ponerlas a dialogar con la ficción de Rúnarsson, en cuya órbita brilla de verdad la dirección de actores (sobresaliente Elín Sif Hall buscando un equilibrio afectivo entre la contención y la liberación) y en la que la empatía y la comprensión hacia el otro son las fuerzas motrices que ayudarán a hacer más liviano el duelo.
Porque ese es el conflicto del film: cómo lidiar con la pérdida, cómo ir tachando de una agenda compartida los planes de un futuro imposible. When the Light Breaks es una obra que indaga en las corrientes subterráneas por las que buceamos cuando perdemos a un ser querido y sitúa en el centro de todo ello a Una, estudiante de arte conceptual que tiene un idilio con un compañero de estudios, Diddi. Conocemos fugazmente su relación, sus sueños de viajes compartidos y un futuro inmediato en el que Diddi romperá su relación sentimental con su novia verdadera. La tragedia empieza ahí, en el trayecto de Diddi para romper con su pareja: una aparatosa explosión en un túnel sega su vida. Rúnarsson aviva el conflicto invitando a la que fuera novia de Diddi, Klara, para que junto a Una y sus amigos superen la inesperada (y por ello aún más dolorosa) pérdida.
La puesta en imágenes de Rúnarsson resulta, en líneas generales, impoluta y milimetrada. Su gusto por la composición, su confianza en las posibilidades expresivas del primer plano (ayudada, como avanzábamos, por una Elín Sif Hall igualmente vulnerable como hinchada de inquina) y en cómo éste establece una pugna con los espacios fuera de plano intensifican la dimensión de la pérdida. En este emotivo paisaje de redención (Una se debate entre ser reconocida como la víctima a quien consolar y superar su sentimiento de culpa por ser la amante de Diddi) aparecen dos mecanismos que llaman poderosamente la atención sobre el conjunto de la obra: (1) la idea del doble y (2) una búsqueda visual no figurativa que actúa alegóricamente al principio y al final del film para sugerir puntos de inflexión en la historia. En el primer mecanismo entra en juego la apariencia andrógina de Una que (también mediante un bello plano con espejo en cuyo reflejo se unen los rostros de novia y amante de Diddi) acaba insinuando un cambio de cromos en esa relación a tres que termina siendo relación a dos. Por otro lado, las búsquedas abstractas al inicio (un recorrido contrapicado por el techo luminoso de un túnel que termina con una explosión) y final (un recorrido picado sobre los reflejos del sol en el mar) de la película establecen una cierta circularidad al film y son detonantes también del fin y del inicio (en este orden) de las relaciones de Una.