Cuando el Studio Ghibli anunció allá por agosto de 2014 que cesaba la producción de películas, todos los amantes de la factoría japonesa nos echamos las manos a la cabeza. Una vez asumida la noticia, la reacción inmediata fue girar la vista hacia la que sería su última película, que llevaba por título When Marnie Was There y estaba dirigida por Hiromasa Yonebayashi, cuyo precedente era una irregular Arrietty y el mundo de los diminutos. No es descabellado, por tanto, que algunos dudáramos de que la despedida de Ghibli pudiera estar a la altura de la de su creador Hayao Miyazaki, que abandonó la dirección de películas con la magnífica El viento se levanta. Pero los temores eran injustificados: When Marnie Was There no es sólo una muy buena película, sino que también es ghibliana hasta la médula.
La cinta nos habla de la vida de Anne, una chica solitaria y arisca que sigue siendo martirizada por un pasado nada claro en el que se quedó huérfana. Debido a la afección asmática que padece, su madre adoptiva decide enviarla a la casa de sus cómicos tíos, que viven en un pequeño pueblo campestre. Allí, Anne buscará curar su enfermedad y socializar algo más, aunque tiene la sensación de que ha vuelto a ser abandonada. Pero todo cambia cuando conoce a la misteriosa Marnie…
Si el argumento de When Marnie Was There ya tiene muchos ecos de Ghibli, no lo es menos la manera con la que Yonebayashi desarrolla toda la historia, introduciendo de manera continua elementos fantásticos además de varios mensajes en clave de amor por la naturaleza y respeto hacia la vida que ya hemos visto en casi todas la filmografía del estudio. La manera en la que se describe la personalidad de Anne es tan honesta que resulta imposible permanecer impávido, sobre todo cuando la trama va avanzando y descubrimos las circunstancias que se esconden detrás de la relación entre la protagonista y Marnie. Para desarrollar la historia, el cineasta japonés decide realizar una mezcolanza espacio-temporal en la que se reúnen tantos elementos que comienza a ser difícil distinguir el verdadero motivo de la relación entre ambas jóvenes.
Es entonces cuando aparecen los fantasmas de Arrietty: la trama se va encasquillando cada vez más, hasta tal punto que la pérdida de interés es irremediable. El personaje de Anne es repetitivo y el de Marnie comienza a hastiar, amén de que la introducción de Sayaka como una especie de álter ego de Anne no hace más que aumentar la confusión. Sin embargo, los últimos veinte minutos acabarán despejando cualquier duda. La parte final de When Marnie Was There es magistral, resolviendo todos los cabos sueltos que habían quedado pendientes y encajando las piezas como parecía que era difícil hacerlo, sobre todo por alguna que otra pista falsa que Yonebayashi había ido dejando. El desenlace posee unos tintes tan poéticos que es inevitable notar un nudo en la garganta.
Por tanto, el canto del cisne del Studio Ghibli alcanza las suficientes cotas de calidad como para cerrar magistralmente una soberbia etapa dedicada a la buena animación. Seguimos cruzando los dedos para que la decisión no sea irrevocable y en un futuro los nipones vuelvan a desarrollar películas bajo este sello pero, en caso contrario, hay que darse por muy satisfechos con When Marnie Was There. Una película con el sello de madurez clásico en la productora, que nos introduce en un mundo repleto de lirismo, fantasía y amistad. Pese a sus filigranas narrativas, consigue poner un punto y final soberbio a sus 103 minutos de metraje y, quién sabe, a los 22 largometrajes que a algunos nos han ayudado a amar aún más el cine. Gracias, Ghibli.