Bruce McDonald, el director de la poco inspirada Weirdos, nos presenta los ingredientes de una road movie generacional, el retrato inestable y poco visible de una época, la cultura de los años 70 marcada por The Factory y Andy Warhol y la interesante relación de amistad entre un chico y una chica, pero todos esos componentes va perdiendo peso hasta convertirse en un drama familiar marcado por los tópicos y las evidencias.
El film nace de una sugestiva propuesta: justo después del final de la guerra de Vietnam, Kit, un chico de unos 15 años y su novia Alice deciden ir hasta la costa este de Canadá a buscar a su madre y quedarse a vivir con ella, después de la mala relación con el padre. A pesar de parecer de partida un drama familiar, es interesante como el director propone unas cartas influenciadas por todo el cine americano y las road movies, y se centra más en el vínculo entre Kit y Alice. La idea bien encontrada parece desaparece al emplear en la practica las vías menos iluminadas, dejándonos fríos al no transmitir esa sensación con que el cine indie tantas veces nos ha obsequiado.
Viendo el film, rápidamente descubrí que el detonante de esta sucesión de desaciertos era la base de toda película, la que te aporta luz o te hunde: la elección del casting. Nada acertada, poco natural y difícilmente empático. Parece como si productores, directores de casting y realizador hubiesen escogido el primer actor/actriz que apareciese, o no le dieran suficiente importancia a ese elemento de la producción. Creo que todas esas interesantes ideas se hubieran salvado, a pesar de no tener un magnífico guión, gracias a interpretaciones poderosas, como reclamaba el largometraje.
En la orilla opuesta hallamos una cinta mexicana que aprovecha todas esas virtudes para generar una road movie de calidad y frescura, y que al empezar a escribir este texto he reencontrado en mi memoria. Güeros (2014) de Alonso Ruizpalacios. Filmada con un parecido blanco y negro (posiblemente uno de los detonantes de esta comparación con Weirdos), exploraba las incertidumbres, los problemas y las pasiones de un grupo de amigos en una época de esperanza, pero no menos decadente, de México. Estos sentimientos o pensamientos los abordaba como Weirdos no ha sabido, y volvemos a lo mismo, seguramente gracias a las potentes interpretaciones de su elenco.
Las falsas interpretaciones, a pesar de los esfuerzos, son dirigidas con poca ambición artística. Con la errónea preocupación de explicar la historia correctamente, remarcar, para comprender todo, pero sin empatía alguna. Centrada excesivamente en un público que pueda encontrar, desaparece su visión libre, para acabar siendo esclava de su propio guión. La frescura que podía darse en un inicio, se vuelve aburrida y previsible.
Lejos de todo ello, me gustaría remarcar un punto positivo del film: sin tener en cuenta el personaje de la madre, muy evidente y dramático, y el del padre, tópico y sin mucho juego, los personajes Kit y Alice, bien elaborados, muestran unas subcapas y unos conflictos internos, como el descubrimiento de la sexualidad, la oposición a esa, o la transición del amor a la amistad, que los convierten en personas complejas y poco superficiales.
Esta construcción debería hallar buen resultado, sino fuese por las interpretaciones que aplican los actores sobre ellas. En ese momento en que los personajes piden que no se interpreten, las características del actor, del hecho de actuar, son visibles y no pasan desapercibidas. Una lástima.