Wechma amanece como un film extraño y fascinante. Producido en el Marruecos de los años setenta, resulta toda una pieza de cine de arte y ensayo de ese séptimo arte periférico al que rara vez se le presta atención. Su alma mater fue Hamid Benani, uno de los padres del cine marroquí quien se encargó de dirigir y escribir el complejo guión que asoma sin ningún tipo de censuras a los ojos del espectador. A pesar del éxito de crítica que obtuvo la cinta desde su presentación en su país de origen, la misma no pudo ser exhibida en las grandes salas guardando cierto halo de malditismo hasta que en los años ochenta diversos intelectuales la sacaron a la luz evitando así su destierro.
Narra la historia de Massaoud un niño huérfano que fue abandonado al nacer por sus padres, el cual pasó los primeros años de su infancia entre las paredes de un recto orfanato. Al mismo llegará un beduino habitante de las zonas rurales marroquíes, un hombre temeroso de Dios dueño de un molino productor de aceite que acudirá a la residencia de pequeños abandonados con el fin de adoptar a ese hijo que Alá se negó a concederle. Y el joven Massaoud será el elegido arribando junto a su nuevo padre al pueblo que cobija el hogar familiar en compañía de su dulce y amorosa madre. Pronto el recién llegado será objeto de las férreas enseñanzas de su padre de acogida, un hombre trabajador y religioso que castigará a su bisoño al contemplar la nula capacidad de aprendizaje y la falta de concentración para memorizar los versículos de El Corán que caracteriza el temperamento de éste.
Pues la vida en un entorno rural brotará como un hábitat fascinante y seductor para los ojos de un niño criado en la ciudad, el cual quedará hipnotizado tanto por el funcionamiento ancestral de la rueda del molino que maneja su padre con pericia como por el sonido de las gallinas o también por el color de esas granadas que Massasoud hurtará de la cesta de casa. Y sobre todo con el arte de las armas que diestramente controla su familiar para dar caza tanto a conejos como a pájaros. Pero la violencia soterrada en el ambiente dará lugar a la explosión de la crueldad y de todo tipo de supersticiones, conduciendo a nuestro héroe hacia una senda donde el ejercicio del látigo y la opresión camparán a sus anchas entre las angostas calles del pueblo. Pero la repentina muerte de su padre adoptivo inducirá a Massasoud a escapar de casa en compañía de un grupo de gamberros con los que sobrevivirá ejerciendo todo tipo de tropelías, robos y violaciones del orden público. Unos jóvenes que seguirán los dictados de sus instintos, sacudiendo los mismos coleccionando fotos de mujeres desnudas, robando huertas a palo limpio o expulsando esa rebeldía en contra de las tradiciones y de la propia familia. Un mundo inestable y caótico que nada bueno puede albergar en el futuro.
La película se estructura en dos partes muy diferenciadas y casi simétricas. La primera centrada en mostrar la infancia del protagonista tiznada de esa asfixia y carencia de libertad que desprenden las cuatro paredes de la morada familiar, así como los mandatos de su padre adoptivo a quien más parece interesar que su retoño aprenda la dureza de la vida a través de las páginas de El Corán que dejando que el mismo experimente el sabor del autoaprendizaje. En este segmento asistiremos a tres escenas ciertamente impactantes. La secuencia de caza en la que contemplaremos masacrar a escopeta armada a liebres y pájaros sin trampa ni cartón manifestando la fiereza y salvajismo que el hombre desempeña en contra de los animales que habitan nuestros parajes vecinos. También inolvidable por su crudeza asoma la secuencia en la que una jauría de niños ejecutan a una cría de búho quemándola viva entre risas y primerísimos planos de los ojos de los chavales en pleno éxtasis de atrocidad, sin duda un episodio difícil de tolerar para estómagos sensibles y que se observa ciertamente repulsivo. Y para finalizar esta odisea por este laberinto sádico la escena en la que el padre de Massasoud castigará a su hijo a latigazos tras haber huido de casa.
El segundo tramo se fija en la vida adolescente de nuestro protagonista. Un chaval que corre sin ningún tipo de rumbo fijo hacia una espiral fatalista en compañía de un grupo de compañeros de viaje a cual más obsceno. Tres escenas destacan igualmente en esta parte. La del coito en medio del bosque de los miembros de la cuadrilla con una prostituta ataviada con una máscara que esconde su rostro de los curiosos ojos de los desconocidos. La de la paliza sin venir a cuento que sufrirá un miembro de la partida por el simple hecho de manifestar su desacuerdo, siendo sancionado por el resto de compañeros a padecer los azotes del látigo y la presencia de una serpiente que rozará con sus dientes la espalda desnuda del insurrecto y finalmente la secuencia del asesinato del pastor que contrata a Massasoud y la posterior fuga de éste en moto, secuencia de gran realismo y muy enérgica con la que se pondrá el punto y final a esta inquietante obra que versa sobre una especie de trama de terrorismo social.
Nos hallamos ante un film que no tiene para nada desperdicio. Rodado con mucho vigor y potencia por Benani quien a pesar de que en ocasiones da muestras de su falta de experiencia, siendo el contorno formal del film muy mejorable, igualmente puso todo lo que hay que poner para sacar a la luz una cinta sombría y en ocasiones espeluznante que no deja nada a la zaga radiografiando en primer plano esa violencia inherente a la sociedad rural marroquí morada por una generación de jóvenes que miraban a occidente con esperanza escupiendo en sus tradiciones así como en la religión como elemento controlador y moralizante. Sin embargo cierto aire moralista hace apto de presencia en el film. Así el quinteto de jóvenes rebeldes que decidirán abandonar los caminos de El Corán serán retratados como una plaga contaminante que trae consigo la muerte y la destrucción de todo aquello que toca. Una jauría de fieras incendiarias y exaltadas que desintegran todo aquello que es íntegro. Unos adolescentes carentes de valores y amorales que incluso dilapidan su libertad practicando la violencia contra los más débiles. No obstante el director también lanza dardos en contra de esa educación inflexible montada alrededor de la religión que trata de atenazar a través del miedo el espíritu libre presente en la infancia. Una sociedad marroquí que será retratada como un ente burdo, agorero y colmado de creencias sitas más allá de los límites terrenales. Esto fue forjado gracias a la presencia de unos personajes ciertamente desagradables e irritantes. Quizás Benani tan solo reserva cierta piedad hacia la persona de la madre adoptiva del protagonista que será descrita con mucha dulzura y compasión por el autor marroquí, clemencia que no será derretida entre el resto de figuras que aparecen en pantalla quienes exhalan el aliento de esos verdugos que no ostentan ningún tipo de perdón hacia sus semejantes.
Esto es Wechma. Un cuadro dantesco e inquietante tejido en la epidermis de la condición humana. Una figura cruel, despiadada y totalmente ajena a la solidaridad a la que solo le interesa su bienestar. También unos esclavos que consienten su cautiverio adorando a ídolos que solo persiguen una deriva incierta y nefasta para nuestra existencia a través del cultivo del odio. Una película que no resultará para nada fácil de disfrutar merced al sadismo que desprenden ciertas de sus escenas (que si fueran filmadas hoy en día serían objeto de denuncia por parte de asociaciones de defensa de los animales, e incluso podrían acarrear una orden de prisión en contra de sus inductores) pero que en mi opinión merece la pena rescatar como muestra de ese primitivo cine marroquí que posteriormente no gozó de ese desarrollo con el que continuar estas salvajes propuestas.
Todo modo de amor al cine.