Walter Salles… a examen

Walter Salles es sin duda una de las figuras más importantes del cine brasileño de los últimos 30 años. Junto a Fernando Meirelles puso de nuevo en órbita al séptimo arte de una geografía que en el pasado tuvo un papel preponderante en la renovación del lenguaje cinematográfico de las nuevas olas de los 60 (con el ya conocido Cinema Novo reventando los cimientos del cine del tercer mundo).

Su irrupción a nivel de festivales de cine de arte y ensayo tuvo lugar a mediados de los 90 con una cinta muy poderosa como fue Terra estrangeira, editada en DVD en España por la filmoteca Fnac a principios del siglo XXI, dirigida al alimón con Daniela Thomas, punto este muy importante en el devenir de su carrera. Su explosión a nivel de popularidad vino de la mano de la imprescindible y multipremiada Estación central de Brasil, con nominación al Oscar y Globo de Oro incluido.

De su unión profesional con Daniela Thomas surgió una forma de hacer cine apegada al drama social latinoamericano que cultivaría en otros proyectos llevados a cabo en solitario, torciendo esta línea muy puntualmente en producciones made in Hollywood como fue esa fallida adaptación de Dark Water.

Con esta premisa, llama poderosamente la atención el debut en el largometraje de ficción de un joven Salles, un cineasta que había arrancado su trayectoria filmando documentales sobre figuras de diferentes artistas y músicos y que, por tanto, aún no había dado el salto hacia la narrativa de ficción pura y dura.

Éste fue El arte de matar (A grande arte, 1991), una curiosa y extrañísima co-producción entre EEUU y Brasil que adaptaba una afamada novela de título homónimo escrita por Rubem Fonseca de un modo bastante libre, desdeñando las derivadas giallescas que poseía el texto original para cocinar un thriller muy atípico y totalmente despegado de los arquetipos fundacionales del género negro.

De hecho, se nota el ansia de Salles por demostrar que su talento no sólo estaba ligado al estilo narrativo del documental, sino que era capaz de tejer escenas bastante enrevesadas con guiños constantes a Alfred Hitckcock, como ese arranque que recuerda a Psicosis, en el que se mostrará en primer plano el rostro pegado al suelo de una mujer asesinada cuya cara será marcada con una P por un afilado cuchillo manejado por un misterioso asesino. Acto seguido la cámara saldrá por la ventana de la habitación en la que se ha cometido el crimen, recorriendo en helicóptero los edificios de la gran ciudad (Río de Janeiro), como si invirtiera en un rebobinado muy vistoso el arranque de la ya mencionada Psicosis.

A continuación, se presentará al protagonista, un fotógrafo americano, -llamado Peter Mandrake (Peter Coyote)-, bastante obsesionado con la muerte y los personajes de los bajos fondos, que se halla realizando un reportaje fotográfico sobre los jóvenes que se suben a los trenes desafiando a la muerte para surfear encima de los vagones del ferrocarril a toda velocidad.

Igualmente, su querencia por frecuentar los tugurios de Río ha llevado a Peter a conocer diferentes personajes bastante turbios: delincuentes, mafiosos, quinquis, un extraño personaje que le provocará una fascinación instantánea por su pericia para apuñalar a sus contrincantes en peleas a navajazos, y una prostituta con la que ha iniciado una relación bastante cercana.

Un día, su amiga meretriz aparecerá asesinada en su apartamento. Lo que parece un simpe ajuste de cuentas, inducirá a Peter a meterse de lleno en un peliagudo caso en el que están implicados personajes de las altas esferas financieras de la ciudad.

Así, un par de matones aparecerán en su apartamento para exigirle que les entregue un disquete, presuntamente confiado a Peter por la prostituta asesinada, que contiene información comprometedora sobre tráfico de drogas. Pero Mandrake no tiene constancia de la posesión de dicho disco, por lo que, ante la imposibilidad de obtener el botín perseguido, los dos sicarios abusarán de la novia de Peter y asestarán a éste una puñalada que está a punto de provocarle la muerte.

Este hecho inducirá al fotógrafo a buscar venganza, localizando en los suburbios de la ciudad a ese extraño personaje que apuñala a sus adversarios tan fácilmente como untar mantequilla en el pan, para que le enseñe el arte del puñal y del machete.

Así, nuestro héroe recorrerá diferentes laberintos, cruzará la frontera con dirección a Bolivia donde parece ha huido uno de los sicarios que le asestó la puñalada, y tratará de encontrar una solución al enigma que le ha entrometido en una espiral de violencia y peligro, para así localizar al responsable que está detrás del asesinato de su amiga y de la violación de su novia.

Si leéis de forma objetiva la sinopsis que he descrito, no dudaréis en señalar que El arte de matar es un thriller en toda regla, con todos sus ingredientes en estado puro. La carátula del VHS de la peli igualmente induce a pensar que nos encontraremos con un thriller erótico, tan de moda en la década de los 90, contando además en su reparto con un Peter Coyote que le dio bastante al género, en su vertiente B, en esos años.

Pero nada más lejos de la realidad, pues el erotismo está ausente de los cimientos del film, y el thriller no es más que una excusa para tejer un drama psicológico que investiga los efectos que la violencia y la obsesión pueden desencadenar en un hombre aparentemente pacífico y tranquilo que deambula a través de un sendero hostil y exótico.

Como sucede en algunas obras primerizas, se detecta que Salles quiso abarcar demasiado, no centrando el tiro en los aspectos meramente intrigantes, derivando el relato hacia otros enfoques más intimistas, y apostando igualmente por una fotografía y puesta en escena en la que se detectan demasiados tics documentalistas, no yendo al grano, por ejemplo evitando una fotografía cargada de claroscuros que tanto merecía un relato tan negro y extravagante.

Esto provoca que la película pueda considerarse como fallida, si es el deseo del espectador encontrarse con un thriller sofocante y truculento. Ello obedece a que el suspense es bastante leve, la violencia muy atenuada y la negrura bastante blanqueada con aspectos melodramáticos.

También despista que Salles quiera homenajear a Hitchcock en muchos pasajes de la cinta, incluyendo un ‹macguffin› de libro como es la búsqueda de ese disquete que contiene a priori una información muy relevante que pondría en apuros al accionista mayoritario de uno de los bancos más importantes del Brasil. Incluso Salles evoca a otra pieza “hitchcockiana” de finales de los 80, con un Peter Coyote frenético por las calles de Río de Janeiro, a lo Harrison Ford de Hacendado, en esa afamada cinta de Roman Polanski titulada Frenético.

No obstante, a pesar de sus fallos, El arte de matar posee asimismo bastantes virtudes que no se pueden dejar pasar por alto.

Primero su magnífico elenco de personajes, muchos de ellos unos friquis de cuidado como ese enano mafioso dueño de un local de alterne, ese gigante boliviano que hará despertar el apetito de venganza de nuestro protagonista, ese artista del cuchillo —con el rostro del turco Tchéky Karyo—, o ese elenco de extraños habitantes de las altas esferas enfermos de lujuria, violencia y locura… todos ellos necesarios para salpimentar la odisea desempeñada por un Peter Coyote que da absolutamente el pego como antihéroe de acción de serie B.

Segundo, su poderosa visión documentalista de los bajos fondos de Río de Janeiro y de ese altiplano boliviano al que arribará Mandrake para encontrar el significado de todo el embrollo en el que se verá envuelto. Una visión colmada con una fotografía preciosista, muy paisajista y colorida, emparentada más con los posteriores y aplaudidos dramas sociales que sacaría adelante Salles en el futuro.

Y tercero, el aguerrido estilo narrativo de un Walter Salles que pretendía demostrar que detrás de la cámara se hallaba un narrador de historias poderoso, que no dejaba nada al azar, y que sabía contar una historia compleja con mucho oficio y sin que ningún tipo de obstáculo le impidiera alcanzar su objetivo de retratar los elementos más humanos presentes en una trama, en principio, salpicada de violencia despiadada e inmisericorde.

Todo ello convierte El arte de matar en un aseado e insólito debut en la dirección de largometrajes de ficción de un realizador que enfocaría su carrera en películas de un talante, a priori, opuesto a esta ópera prima, que en mi opinión contiene algunos aspectos que después amasaría con mayor lustre este estupendo director brasileño.

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