Dentro de la sección competitiva más importante del FICX, Albar, llegó Vulcanizadora, la última película del estadounidense Joel Potrykus, ya consagrado como una especie de modesto y soterrado torbellino dentro del cine indie norteamericano reciente. Sus previas Buzzard y Relaxer (presente en el FICX 2018) han sido las culpables, dos películas que bordean un individualismo atronador asediado por la paranoia y el nihilismo, y que se nos descubren en pantalla bajo las costuras formales del cine de género. Que Vulcanizadora fuese presentada en sociedad con un póster que directamente nos remite a Faces of Death, aquella saga de películas que bajo el manto del ‹shockumentary› que mostraban en pantalla muertes reales y ficcionalizadas, añadiendo que el propio Joel Potrykus vuelve, como en Buzzard, a interpretar a uno de los principales personajes (junto a su inseparable Joshua Burge), puede hacer pensar que su último trabajo adquiere en el cineasta una inmersión autoral y personal muy incisiva, la misma que en sus previos trabajos se adivinaba analizando sus intenciones.
Y, en efecto, Potrykus y Burge escenifican a dos amigos que se entrometen de lleno en los bosques de Michigan para dramatizar una especie de pacto o ritual muy personal, que en un principio nos es oculto como espectadores pero paulatinamente se va desvelando; conviene añadir como preámbulo que esta especie de códigos éticos privados entre su grupo de personajes es algo que va muy de la mano de Potrykus, como bien quedó demostrado en su previa Relaxer, con esos objetivos personales alocados (en aquella, conseguir el récord mundial del videojuego Pac-Man) que muestran un grupúsculo social (al cual, nos queda ya claro, pertenece el propio Potrykus) con sus propios ideales y obsesiones, que parecen vivir aislados de la triste catarsis mundial que se vive desde hace ya unos cuantos años. Si esto lo cercamos a lo visto en Vulcanizadora, y más aún a su condición de película estadounidense, podemos decir que el cineasta aboga en su cine por un mensaje desesperanzador ante la América actual, concibiendo una especie de dualidad creativa en el mismo que por una parte recrea unas aristas cinematográficas de cierta transgresión (aquí es donde entran esas previamente citadas costuras de cinta de género) con una serie personajes marginales que parecen no querer vivir fuera de su universo; se podría pensar, además, que estos dos personajes están extraídos directamente de Buzzard, ya que vuelve a estar presente el co-protagonismo de Potrykus y Burge. A este respecto, todo lo dicho previamente queda escenificado con el carácter que va construyendo la película; unos créditos iniciales mostrados a ritmo de ‹death metal› son la génesis de las primeras vivencias de estos dos individuos atrapados en un bosque, con una idiosincrasia propia y bajo una especie de actuaciones que directamente los entroncan con el lumpen, dando forma al universo catártico y sórdido del director. Ese pacto privado se va desvelando a lo largo de la trama y, por supuesto, no faltará la alusión a las Faces of Death con una conclusión ritual directamente emparentada con esta polémica y subversiva saga de películas; por si fuera poco, lo atrayente de este contraste de cine indie (su puesta en escena goza de este espíritu) rindiendo pleitesía al cine de género más desprejuiciado, los bosques de Michigan otorgan una postal aislada, grisácea y decadente, pareciendo incluso una especie de revisión a toda esa orografía montañosa que rodeó a un clásico de culto como Posesión infernal; hay una recreación escénica que entronca directamente Vulcanizadora con un terror tosco y ‹underground›, pretensión que podría llevarnos a trabajos previos de su director, y que da forma y entidad al primer tramo de la película.
Que no se revelen las intenciones privadas de estos dos amigos no debería ser extraño para quien esté familiarizado con el cine de su director, y es una manera para dar relevancia dramática (e intencional) al segundo tramo que la película nos tiene preparados. Este, que desvela aspectos muy a tener en cuenta de los personajes y que dejarán en evidencia muchas de esas circunstancias que desconocíamos, relata un exorcismo del propio Potrykus hacia la manera de entender su cine, con unas conclusiones dramáticas que en sus previas películas no se habían degustado de una manera tan clara y evidente. La evolución de la película muestra un inicio edificado bajo una cubierta de cierta parodia y nihilista comedia, que se toma su tiempo para mutar a una especie de horror dramático que aborda lo existencial; característica que vuelve a englobar las intenciones de Potrykus como director, quien se vuelve en el tercio final de Vulcanizadora más incisivo que nunca, sacando a relucir una serie de miserias dramáticas que abordan la paternidad (no es casualidad que veamos al propio hijo de Potrykus interpretar a un infante), la relación entre el espíritu “antihéroico” con el mundo exterior, la amistad y sus ramificaciones más sombrías, y una especie de discurso hacia la vida y la muerte.
Para quien sienta una especie de conexión idealizada con el cine de Potrykus y ese universo, Vulcanizadora ha de entenderse como una especie de exorcismo creativo para el cineasta y que desde estas líneas estamos seguros que será un antes y un después en su labor cinematográfica. Porque, además de suponer cierta evolución dramática en su naturaleza creativa, en la película vemos unas maneras que muestran su pretensión creativa de una forma más patente: el descenso a los infiernos recubierto del manto de la comedia absurda, que se conecta directamente con ese público más inconformista con el mundo que les rodea.