Volker Schlöndorff rodó El viajero en una etapa muy confusa de su carrera. Los ochenta supusieron un cambio radical en su siempre combativo y políticamente incorrecto cine. Quizás el inesperado triunfo internacional que supuso El tambor de hojalata abrió un pequeño punto de inflexión. Fue el decenio de Círculo de engaños, su película más identificable de estos años. Tras ella decidió viajar a Francia para dirigir un ostentoso drama de época con un cartel repleto de estrellas, El amor de Swann. Para finalmente desembocar en la televisión estadounidense, donde rodó dos telefilmes muy recordados como La muerte de un viajante y Viejos recuerdos de Luisiana. Eran los tiempos en los que la TV parecía iba a sustituir al cine. Produciendo películas de calidad ideadas para ser exhibidas en el medio televisivo. Y Volker parece fue seducido por esos cantos de sirena. Luego todo esto sería mutilado por las degradantes piezas de consumo vespertino que todos conocemos a raíz de la programación de Antena 3 los fines de semana. La experiencia americana no fue por tanto nada positiva para el autor de Tiro de gracia, retornando a su país en 1990 para sacar adelante una pieza tan extraña como magnética: El cuento de la doncella. Una cinta que aún permanece como uno de los trabajos más vilipendiados del germano si bien contenía algunas trazas de bastante interés.
Bajo este panorama surgió la oportunidad de adaptar una de las novelas más importantes originarias del siglo XX. El Homo faber del dramaturgo suizo Max Frisch. Un texto complejo, heterodoxo, abstracto, nostálgico y viajero que versaba sobre los problemas de identidad de un viejo ingeniero peleado con la vida. Un hombre al que el pensamiento matemático y la tecnología había apartado del pensamiento visceral propio del Homo Sapiens. Una novela que hablaba de confrontación. De dos visiones del mundo antagónicas. Del amor irracional que hacía añicos el pensamiento estable y estructurado por axiomas e hipótesis inductivas. De los avatares del destino inescrutable. De los fantasmas del pasado como sombras que acompañan nuestro presente y que condicionan nuestro futuro. De la vida y de la muerte. Es decir, de todos los elementos que obsesionaban al bueno de Volker. No me extraña por tanto que el mismo aceptara con los ojos cerrados encabezar este reto.
Y como cabeza de cartel aparecían dos grandes nombres del cine de autor. El veterano Sam Shepard, ese dramaturgo que escribió el guión de París, Texas junto al colega de Volker, Wim Wenders. Huraño, atormentado, solitario, fiel retratista de las contradicciones de su país, taciturno y enemigo del mal llamado progreso. Sin duda ideal para el papel principal. Y la promesa (ya realidad) del cine francés Julie Delpy. Poseedora de un rostro virginal y de una sonrisa ingenua. Soñadora, fascinante, enigmática, inmaculada, aurora. ¿Quién podía ofrecer más? Pues para rizar el rizo la gran dama del nuevo cine alemán Barbara Sukowa. La Lola de Fassbinder. Bella, fría, gélida e inalcanzable para un simple mortal.
Con estos mimbres Schlöndorff echó el resto para regresar a los parajes que le hicieron grande. Pues El viajero se eleva ante todo como una de las mejores cintas de la segunda etapa del germano, esta es, la iniciada tras su regreso de los EEUU. Se trata de un film que respira puro cine. Ese arte pretérito y reposado ajeno a las prisas de la gran maquinaria hollywoodiense. Un film ambicioso pero que esconde sus pretensiones bajo un manto tranquilo y alejado de esa pomposidad que mata la esencia de lo que pretende rubricar un artista. Poniendo en el centro de operaciones al hombre como medio y fin. Pues nos hallamos ante uno de esos retratos humanistas y terriblemente deprimentes maquinados por el pincel del autor de El joven Törless. Una cinta que igualmente absorbe la esencia de esas primarias piezas de Wim Wenders que incidían en la importancia del movimiento como arma de conexión de mentes y personalidades divergentes. En este sentido el relato adaptado magníficamente por Schlöndorff no para quieto en ningún momento. Siempre avanza, aunque no siempre en la misma dirección. Se puede interpretar como un viaje a ninguna parte, pero viaje al fin y al cabo. Un recorrido borroso y a veces embrollado. Que no espera al impaciente. Que obliga a observar con detenimiento y atención si es que se quiere extraer todo el jugo a la historia propuesta. Sin hacer hincapié en el enigma que empapa a los personajes. Puesto pese a que el film se narra como un gran flashback que evoca los recuerdos pasados del protagonista mientras éste espera su vuelo en el aeropuerto de Atenas no sabemos muy bien hacia que destino, lo pretérito no parece ser lo relevante pues a partir del arranque de la evocación la cinta sigue una linea muy recta que no se bifurca ni en el espacio ni en el tiempo. La principal preocupación que parece atisbarse es la de mostrar los resultados del pecado y de la no aceptación de la culpa. Algo eminentemente humano. Que dista mucho del semblante aparatoso y tecnológico (como una especie de autómata carente de emociones) que describe al protagonista interpretado magistralmente por Shepard en uno de sus mejores papeles en el cine.
La cinta arranca en el aeropuerto de Atenas. Se nos presentará a Walter Faber un ingeniero que espera su vuelo de partida. Mientras aguarda sentado, una reflexión atormenta su mente. La de la pérdida de una mujer que amaba y que nunca más podrá volver a ver. Una dama que parece ha dejado el mundo terrenal para habitar el imaginario de los fantasmas. A partir de este largo sueño, la cinta narrará en forma de flashback los recuerdos de Faber. En una doble vertiente. Por un lado su etapa como estudiante universitario en la Alemania de entre-guerras donde conoció a una bella judía llamada Hannah (Barbara Sukowa) que enamoró su corazón. Pero que no pudo vencer el carácter seco, racionalista y brusco del aprendiz de ingeniero. Un hombre dogmático e impenetrable que no se desviaba del plan trazado en su mapa. Alguien a quien el anuncio del embarazo de Hannah le causó espanto, prefiriendo acudir a trabajar a un ambicioso proyecto de construcción de una presa en lugar de cuidar de su novia. Hecho que propició el abandono de su amante auxiliándose en su responsabilidad como ingeniero. Ello provocó que Hannah decidiera acudir a los brazos de Joaquim, el amigo del alma de Walter que decidirá hacerse cargo de la despechada judía preñada con el fruto del amor de su compañero. Por otro Walter volverá a reencontrarse con estos nombres ya olvidados al compartir asiento en un avión rumbo a México con Herbert, el hermano de Joaquim quien viaja con el objetivo de localizar a su perdido pariente en las junglas mexicanas.
Pronto seremos conscientes del carácter impasible y apático de Walter quien no exhibirá sentimiento humano alguno ante una situación límite como el accidente de avión en el que se verán envueltos tanto él como el resto de pasajeros y que finalmente se resolverá de la mejor manera posible con el aterrizaje forzoso del aparato en mitad del desierto. Curioso por saber que ha sido de la vida de su antiguo compañero de universidad, Walter escoltará a Herbert hasta la jungla mexicana. Si bien el hallazgo será fatal pues se tropezarán con el cuerpo de Joaquim colgado de lo alto de la bóveda de su laboratorio víctima de suicidio.
Sin embargo ello no supondrá ningún tipo de arrepentimiento ni pena para Walter quien seguirá con sus diferentes trabajos sin dar más importancia a este asunto. De modo que en medio de un viaje en barco, éste conocerá a la joven Sabeth (Julie Delpy) una adolescente de origen alemán que viaja en compañía de un supuesto novio al que no parece hacer mucho caso. La inocencia e ingenuidad, así como la hermosura, de Sabeth cautivarán al viejo ingeniero que observará a la misma como la representación de ese amor perdido que jamás pensó volvería a poder saborear. La perseguirá de forma no consciente. La engatusará son su verbo y experiencia y finalmente decidirá acompañar a la misma en un viaje en coche que Sabeth ha planeado con la intención de conocer los rincones de la vieja Europa. De Italia, de Francia… Finalizando la parada en Grecia, lugar de residencia de su madre. En el transcurso del viaje Walter y Sabeth se enamorarán sin barreras dando rienda suelta a su pasión adolescente. No importa la diferencia de edad. Walter volverá a sentir ese arrebato juvenil perdido. Sabeth le concederá esa oportunidad. Y ambos navegarán por unos mares de diversión y deleite ajenos a las habladurías y miradas del resto de los mortales. Sin embargo un terrible descubrimiento hará que Walter se reintegre en la cruda realidad. Pues Sabeth resultará ser la hija de su antiguo amor Hannah, acarreando ello una espantosa pesadilla que afectará a un Walter desconocedor de si su amante es en realidad su propia hija abandonada en el pasado.
Sin necesidad de plantear un relato trascendente alrededor de los enigmas de la identidad, del sexo, de la dualidad razón-frenesí o sobre el propio incesto, El viajero emerge como una obra muy madura e importante de Volker Schlöndorff. Una cinta de historias mínimas y resultados máximos. Maravillosamente interpretada por un dúo cuya química explota en pantalla. Un Sam Shepard que llena la pantalla. Adulto, tierno, aterrador. Poseedor de una mirada perdida y vacía que le va como anillo al dedo al personaje. Una Julie Delpy que refleja un alma contraria a su oponente. Dulce, apasionada, inocente, cándida y jovial. Deseosa de saborear los frutos que ofrece la vida en nuestra juventud. Con ganas de compartir experiencias con quienes ya las han experimentado. Un carácter radicalmente opuesto al de Walter. Uno de los puntos fuertes del film es su total ausencia de enfoque moralizador. Ello no significa que sea una película amoral. No. Schlöndorff simplemente siguió los pasos de los protagonistas, haciéndonos partícipes de su viaje. Pues como he comentado anteriormente, este es un film viajero. Que ensalza y reivindica el movimiento como acto de redención. La cámara del maestro no para quieta. Se mueve con la misma velocidad que sus personajes. Desplazándose por ciudades, carreteras, barcos, aviones, desiertos, coches y demás corrientes. Correteando de forma juguetona, pero con prudencia. Sin artificios. Sin invitar a hacer juicios de valor. Simplemente narrando una serie de acontecimientos que desprenden vida. Retratando el amor como una epidemia para la que no existe remedio ni cura. Ni siquiera para aquellos que han decidido vestirse con una armadura eficaz contra sus efectos secundarios. Que han apostado por la ciencia en lugar de por el entusiasmo. Por la reflexión y el aislamiento frente a a irreflexión y lo colectivo. Un ser, Walter, ensimismado, puede que temeroso de sufrir ese dolor irreparable que acompaña a lo que compartimos con quienes simpatizamos. Optando por espacios micro. No haciendo gala por tanto de ninguna muestra de espectacularidad ni ostentación. Incluso las escenas de acción (como la del accidente de avión o la de la picadura de víbora que sufrirá Sabeth con la consiguiente secuencia nerviosa de traslado al hospital) serán rodadas con mucha mesura y contención. Muy ascéticas. Sin desprender sangre ni conmoción, ni mucho menos exaltación. Algo que confiere al aspecto interior del film un tono muy parco y sencillo. Ese tan presente en el arte de un Schlöndorff que nunca pretendió ser un altavoz popular. Sin duda toda una declaración de intenciones que convierten a esta obra en uno de los modelos irrenunciables de un autor tan poderoso y justo como fue y sigue siendo Volker Schlöndorff.
Todo modo de amor al cine.