Una noche en la playa de Papudo, en la región de Valparaíso, la cineasta chilena Carolina Moscoso es víctima de una violación. Ella se queda en la cama durante semanas y después empieza a grabar. Esas primeras tomas aparecen diminutas en el centro de la imagen de su largometraje Visión nocturna (2019), cuyo título hace referencia directa al modo de grabación de las cámaras, que permite desvelar en la oscuridad detalles imperceptibles a simple vista. Ni siquiera sabe cómo funciona su tecnología, pero sí valora el resultado mágico que obtiene cuando lo utiliza a plena luz del día difuminando personas y objetos, desaturando los colores y sobreexponiendo la imagen. El relato de la agresión se transmite a través de intertítulos superpuestos. El silencio provee de una intimidad única y descarnada a las palabras impresas. A lo largo de su metraje, la contraposición entre la narración del proceso legal y su cotidianidad sirve para subrayar ese enfrentamiento entre luz y oscuridad, día y noche, con una realidad vista a través de la cámara, que añade una carga de significado que no podría hallarse con los ojos. Al colocar la cámara delante de sí misma y observarse mediatizada por ella, Moscoso da una capa de significado político adicional al hacer pública su experiencia personal desde un punto de vista estrictamente subjetivo.
La estructura del filme está compuesta por una sucesión de capturas de la vida diaria: momentos en casa, divirtiéndose con amigos, en tránsito, con su familia… tanto de archivo como secuencias rodadas más recientemente. Nos encontramos así con una mirada fragmentada que describe la directora entre esa luz que encandila, la penumbra y la oscuridad. A partir de cierto momento su voz también aparece como narradora, cuando los colores vuelven a tomar un sentido propio y la guían espiritualmente en su camino de sanación particular. Vivimos en el color verde, el azul es el cielo y el rojo nos aproxima al centro de la tierra, le dice una mujer a la que acude por ayuda. El testimonio es flagrante sobre la revictimización y la estigmatización a la que somete el poder judicial —moralizante y deshumanizado, fagocitado por la burocracia—. La instrucción del caso parece más pensada para evitar que los hombres vayan a la cárcel por sus crímenes, por terribles que sean, que para hacer justicia con las mujeres que sufren su violencia.
Este hilo es uno de los muchos del viaje interior que registra Visión nocturna a medio camino entre el diario personal y el ensayo fílmico. La fragmentación de la perspectiva de la directora también lo es de sus emociones, a modo de corriente de pensamiento sustentada por el paso del tiempo y las reflexiones sobre su relación con los demás y consigo misma. La textura de los planos durante la noche o la distancia sobre el mundo que genera la alteración de la luz y los colores del modo nocturno de día es una decisión estética que vincula nuestra propia mirada como espectadores a la de la autora tratando de desentrañar todo aquello por lo que ha pasado. La vida continúa regalando instantes de felicidad y tristeza, placer y dolor, soledad y acompañamiento mientras traslada esta dialéctica autoconsciente en sus planos, describiendo a la vez su intento de cerrar ese episodio de su vida y dejarlo atrás de alguna forma. Pero, como ella misma dice, el fuego la acompaña. Un fuego que es también el enfado colectivo que manifiestan miles de mujeres en las concentraciones de protesta y reivindicación del 8 de marzo que incluye en la cinta —llevando así la narrativa individual a lo colectivo—. Porque su historia, aunque es única, no es sino una de muchas experiencias más con el trauma y las consecuencias de la violencia machista en nuestros días.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.