Aunque Andrés Wood ya posee una carrera con diversos títulos a sus espaldas, es uno de esos cineastas que siempre ha logrado conferir el tono adecuado, ya sea potenciando aspectos más visuales en ese particular drama que tomaba dejes de enrarecido thriller en sus últimos compases llamado La fiebre del loco, o de esa deudora (en parte) de El club de los poetas muertos de Weir, Machuca, que enfilando un estilo más académico pero equilibrado lograba resultados del todo loables.
Para afrontar su sexto trabajo en el formato del largometraje, Wood se acoge a las constantes que quizá encajan en mayor medida con lo que representó la figura de Violeta Parra, más allá de su relevancia histórica, y es que la cantautora, pintora y poeta, entre muchas otras aportaciones al arte, hacía gala de una independencia y carácter que el chileno logra plasmar en alguno de los episodios de esta Violeta se fue a los cielos.
Tomando como principal arma el plano, que obtiene en travellings de seguimiento, cámara en mano en alguna que otra ocasión e incluso planos detalle que nos acercan a la protagonista con una vocación más autoral, los primeros compases del film se acogen a una narrativa fragmentada en el que la imagen y sonido se independizan para introducir diversos episodios que iremos viendo a lo largo del film. Esa labor tan personal que se alejaba de un acercamiento cuadriculado y rehuía límites termina, por desgracia, diluida en un mar de recursos formales que no logran vincularnos con tanta lucidez a esa figura, y que sólo recuperan esa efervescencia inicial en momentos demasiado distanciados del conjunto como para cobrar una importancia real y definitoria.
Partiendo de una entrevista realizada a Violeta Parra, asistimos a diversas etapas de su vida que nos llevan desde esa infancia donde acompañaba a su padre a tocar en pequeños baretos, a una decadencia en forma carpa semivacía con goteras acompañada por una apesadumbrada figura tocando en el centro de la misma. Así, recorremos un periplo en el que también conoceremos sus actuaciones en la compañía junto a su hermana, el periodo de aprendizaje que le terminaría llevando a viajar a Polonia y residir varios años en Europa, o la llegada de su segundo romance junto a Gilbert Favre, un artista suizo que le seguiría en diversos momentos de su vida.
Reflejada como una mujer de fuerte carácter, independiente, orgullosa de sus raíces e, incluso, en cierto modo obstinada, quizá se echa en falta una mayor profundidad psicológica del personaje que, además de arrojar lumbre sobre su actitud ante la propia existencia, desnudase su visión ante conceptos como la música o el arte que, pese a obtener ligeras pinceladas, nunca ofrecen al espectador una concepción más amplia del lugar que ocupaban para Violeta Parra; y es que si bien seguimos su evolución como cantautora, las declaraciones entorno a aquello que permite manifestarse a Parra resultan exiguas, materializándose más mediante canciones y, en especial, esa obstinación que la llevará a enfrentarse a algún que otro oyente.
Francisca Gavilán toma su primer papel de cierta envergadura y dota del carácter necesario a su representación particular de Violeta Parra, tanto que incluso Wood parece más dispuesto a dejarse llevar por la actuación de la actriz chilena, que a tomar el mando para seguir una senda que había ofrecido muy buenas sensaciones en su arranque.
Con una banda sonora repleta de canciones de la artista, Violeta se fue a los cielos resultará un interesante documento para todos aquellos que quieran descubrir un poco más sobre quien fue y la importancia que cobró en un marco que queda reflejado con pericia, pero en el cual se termina echando en falta un registro más personal y entero que acompañe los pocos momentos capaces de evocar y descubrirnos porque Violeta Parra ya es algo más que un nombre.
Larga vida a la nueva carne.