Según el relato nacional construido tras su independencia a inicio de los años 90, podríamos decir que Croacia se desentendió de su pasado más inmediato. No sorprende, de hecho, que para muchos de sus ciudadanos la sangrienta guerra que sacudió al país sea llamada como «Guerra de independencia», fabricando (y empleo este adjetivo con toda la mala leche existente) un relato simplista y escapista, donde no había lugar para la autocrítica.
Por suerte en estos casos siempre aparecen los traidores y los tocapelotas de turno. Periodistas o escritores que vuelven atrás la mirada para dejar claras algunas cosas. Así, tras unos primeros años de escapismo cultural, pronto surgieron voces díscolas, que no criticaban al nacionalismo croata desde posiciones internas. Es aquí cuando aparece un tipo como Vinko Bresan, la eterna mosca cojonera de la sociedad croata que salió a la guerra.
El espíritu del Mariscal Tito es su segunda película, rodada en 1999. La historia sigue a los habitantes de un idílico pueblecito de una de las islas del adriático, donde tras la guerra el comunismo ha dejado paso al capitalismo, pero no a la democracia. Lo que ha ocurrido es que los que no se han cambiado de chaqueta se han hecho con el poder de la situación y han conseguido a cambio un lucrativo negocio.
Pronto sucede algo insólito; los lugareños dicen haber visto al otrora glorioso líder supremo de la extinta Yugoslavia, el mariscal Tito. ¿Ha resucitado? ¿Es su fantasma? Da igual, pronto la noticia se propaga y comienzan a llegar turistas nostálgicos del régimen a la isla. Pero los capitalistas no se van a quedar de brazos cruzados y no dejarán perder la oportunidad de hacer un negocio con estos nuevos potenciales clientes, creando un turismo comunista para enriquecerse. ¿Que eso va en contra de sus principios? Bueno, pues se muta, todo sea por vender camisetas del Che.
En un inicio los abueletes que llegan al lugar nos son mostrados de manera casi simpática, al fin y al cabo fueron ellos los que expulsaron a las tropas nazis (e italianas, húngaras y hasta ultra nacionalistas serbias o croatas que cometieron todo tipo de atropellos sobre la población) y en el ideario colectivo muchos de los habitantes de los países balcánicos los tienen, incluso hoy en día, como héroes.
Como si se tratara de un guión firmado por el mejor Azcona, los nacionalistas se visten de comunistas recuperando todo lo que despreciaban de ellos, creando divertidas situaciones («¿Y esa gran cruz?», «La llevo siempre», «¿Tú no eras comunista?», «Sí, pero la llevaba debajo de la camisa») para complacer a los nuevos huestes.
Todo se complica cuando los simpáticos abueletes deciden reinstaurar el comunismo y a Yugoslavia. Primer problema, el susodicho Tito no es más que un viejo senil que se viste como el poderoso líder. Entonces las críticas pasan de esa nueva Croacia para lanzar sus dardos a ese viejo federalismo socialista impuesto a la fuerza, usando la figura del «fantasma» de Tito como si fuera un Cid, luchando aún después de muerto. No importa la verdad si con ello consiguen su propósito. Y deciden encarcelar a nuestros protagonistas, un grupo variopinto de personajes donde destacan la pareja protagonista, los dos únicos cuerdos entre tanto despropósito, unos jóvenes nacionalistas («nostálgicos» precisamente de ese ultra nacionalismo croata que tanto mal hizo durante la Segunda Guerra Mundial) reconvertidos para la ocasión en el gancho comunista para los abueletes (al fin y al cabo, a pesar de su desprecio por el comunismo, se han criado en él y hasta parecen disfrutar de la fraternidad yugoslava) y una pareja de agentes que bien podrían ser los personajes de Expediente X, tan popular por esos años.
Aquí destaca el juicio al que los comunistas someten a los prisioneros, donde se les viene a decir que tendrán derecho a un abogado, pero que da igual porque ellos saben que son culpables y serán fusilados. Lo que sigue es una huida disparatada y un final maravilloso donde Tito avanza hacía el horizonte. ¿Para no volver jamás? No importa.
Con esta sencilla comedia negra llena de enredos se mete el dedo en la herida de la Croacia actual, un país que parece haber olvidado los últimos 100 años de su historia, dejando atrás tanto al periodo comunista como los atropellos que el propio nacionalismo, que apoyado en una Iglesia Católica que lo alimentaba, cometió previo acceso al poder del socialismo de Tito (que por otro lado, era croata). Un país que sin transición pasó del férreo control socialista a un capitalismo salvaje como complemento de una democracia débil , sobre todo con sus primeros años como país independiente. Algo común a casi todos los países del bloque soviético, por mucho que la propia Yugoslavia de Tito a pesar de ser «socialista»se distanció de la órbita soviética.
No sería la única película que su cineasta rodara sobre la Croacia surgida de la guerra. Su primera película ya detenía la mirada en este conflicto y sobre todo será Witnesses su obra más polémica, sobre el asesinato de un serbio en medio de la contienda y el desinterés general por lo sucedido, recibiendo críticas por parte del poder surgido tras la independencia.
El espíritu del Mariscal Tito es una divertida parodia de Croacia, con sus contradicciones puestas a descubierto y diseccionadas de manera sencilla, sin complicaciones. Pero muy efectiva. Una joyita, vaya, fiel a la mejor tradición balcánica.