En el cine hay casos raros, existen películas catalogadas como excelentes u obras maestras que cuando las ves por primera vez reconoces sus virtudes, pero difícilmente te las repetirías, por lo menos en el corto plazo; y, al contrario, hay filmes que son bastante malos en su calidad pero que son divertidos y te alientan a volverlos a mirar.
Esto puede suceder con Retroceder Nunca, Rendirse Jamás, un filme lleno de defectos en su técnica y contenido, pero que tuvo el mérito de saber llegar, en su momento, a un determinado público objetivo a través de reunir en un mismo argumento elementos socioculturales que atraían a los jóvenes de la década de 1980. Esta producción, que por cierto posee un soberbio título, es un emblema de una época en donde se consolidó la cultura pop, muy seguida hasta la actualidad.
La película es parte de la inmensa gama de cintas de artes marciales americanas de esos años. Cuenta la historia de un joven llamado Jason (Kurt McKinney), fan número uno de Bruce Lee, que desea ser un gran karateca. Su padre, dueño de una academia de artes marciales, es pretendido por unos mafiosos que integre su agrupación, pero él se niega rotundamente lo que lo hace víctima de una violenta agresión del impresionante luchador ruso Iván Kraschinsky (Jean-Claude Van Damme) que le deja una lesión permanente. La familia de Jason decide huir a otra ciudad, en donde el joven se enfrenta a una serie de problemas con los residentes del lugar y demuestra un bajo nivel técnico en manera de pelear. Ante ello, acude a la tumba de Bruce Lee a pedirle ayuda. En una exhibición de lucha, las circunstancias harán que se enfrente a Iván.
A Retroceder nunca, rendirse jamás se lo puede catalogar como un producto compilador porque en su estructura adapta aspectos ya abordados por otras cintas. Acoge de El Último Dragón la idolatría a Bruce Lee, el subrayado musical en la acción y la importancia de defender a un amigo; de Rocky IV, en cambio, acomoda su maniqueísmo político; de Karate Kid, se inspira en casi toda la esencia de su argumento; y de Operación Dragón, rescata algunos golpes y gestos de su protagonista principal.
Este filme de culto reúne además en su atmósfera algunos moldes culturales de los jóvenes de la década ochentera, como la moda de vestir, los instantes de ocio y la música del momento con los pasos del breakdance (el baile de la voltereta de remolino en el suelo fue muy popular verlo practicar en los colegios y barrios de gran parte del mundo). También considera en su enfoque a la típica rivalidad de grupos de amigos, que nace en el propio barrio, y que es generada por la disputa de una chica o por demostrar quién es mejor en determinadas actividades o destrezas.
El film intenta realizar un sonoro homenaje a Bruce Lee, la máxima estrella del cine de karate, pero lo hace de una manera muy surrealista y sin un sentido lógico. La presencia fantasmal de Lee en esta película ha sido ridiculizada por algunos, porque no posee fundamentos sólidos que justifiquen su espectral protagonismo, que bien podría haberse basado en sueños o alucinaciones. No obstante, el mensaje es efectivo para adentrarse en el sentir de la mayoría de adolescentes de contar con referentes o ídolos en quienes reflejarse y basar sus aspiraciones personales. No exageró esta cinta en colocar al dormitorio o al sitio de entrenamiento de Jason como auténticos templos de adoración de la imagen del rey de las artes marciales. Así eran y son las habitaciones de los «quinceañeros» que encuentran en las paredes al altar en donde exhiben fetiches que mantengan viva la presencia de sus héroes que, en la mayoría de los casos, provienen de la música y del cine. Y es que el director del filme, Corey Yuen, sabía cómo llegar a su público, por ello hizo estallar en llanto y bronca a Jason cuando su padre rompe un afiche de Bruce y luego él lo conservará en ese estado, porque es parte de las razones de su vida.
Esta producción de 1986 establece una ruptura con las concepciones cinematográficas de las décadas de 1960 y 1970, en donde sobresalía el espíritu de individualismo y rebeldía de los jóvenes, fundamentado en las incomprensiones familiares. En la película de Yuen, en cambio, se destacan los valores que sustentan la unidad familiar y la amistad.
Retroceder Nunca, Rendirse Jamás tiene otro punto relevante, pues fue la primera cinta de acción en dar el protagonismo a un desconocido, para el momento, actor belga llamado Jean-Claude Van Damme, quien hizo el papel de un curioso villano de aspecto casi robótico y muy letal con sus golpes. La escena en la que se descuartiza en las cuerdas del ring y sonríe a su oponente es icónica.
La fortaleza de este filme, paradójicamente, se sustentó en sus propias falencias, porque su inmadurez argumental y artística logró identificarse con públicos que aún no estaban interesados en adquirir experiencias cinematográficas más interesantes sino únicamente vivir un momento en donde apoyar sus fantasías y sus anhelos.
La pasión está también en el cine.