Hablar de Los Bingueros es como hablar de una obra cualquiera de Shakespeare, es decir de una obra inmortal e imperecedera. Parecerá exagerado, pero ¿acaso no hablamos de obras de poso histórico? ¿de legado suprageneracional? Porque no nos engañemos, Los Bingueros puede que sea al cine de autor lo que la literatura noruega a la Fórmula 1, pero su retrato descriptivo de un carácter nacional, de una psicología, por así llamarlo, de país, trasciende su marco histórico y la convierte en un film manifiesto disfrazado, eso sí, de comedia.
El humor que destila tiene la amargura de un Valle-Inclán en cuanto a la descripción de lo grotesco, de lo esperpéntico aunque claro pintado y ejecutado con la sutileza de la brocha gorda de un Pepe Gotera y Otilio, aunque sin restar ni un ápice la credibilidad del producto. Porque precisamente Los Bingueros no es ni pretende ser obra magna de lo delicado sino que se presenta como un genuino producto de cine popular que conecta precisamente con la masa a través de su lenguaje tan soez como franco.
En realidad el inmortal film de Mariano Ozores no es sino un digno sucesor de esa tradición hispánica que arranca con El Lazarillo de Tormes y que busca con mayor o menor desparpajo diseccionar esa picaresca que caracteriza al ‹spanish way of life›. Es la idea del pelotazo, del obtener ganancias sin dar un palo al agua, de la supervivencia pura y dura en la selva de la transición española, en un estado que se mueve entre la esperanza de la futura libertad y los resquicios de la dictadura. Una situación que, visto en perspectiva, parece hacer de Los Bingueros un film premonitorio y que consigue ir del contexto situacional a la verdad sociológica constante y eterna.
Evidentemente el factor sexual se hace presente. No es de extrañar dada la represión del país que hacía que cualquier destete gratuito fuera motivo más que suficiente para justificar su visionado. No obstante Mariano Ozores parece entender los mecanismos de la cosa sexual y la plasma con naturalidad. Entendámonos, el sexo es como un Tetris, se trata de encajar cosas y así, con esta frialdad, es como vemos el asunto tratado en pantalla. Claro que hay tetas y culos sin aparente sentido, pero en el fondo lo que se está mostrando es la impotencia en las aproximaciones de interés carnal de unos tipos que, de esta manera, se humanizan, inspiran ternura y de paso desmontan el falso mito del ‹latin lover› y conquistador implacable del macho ibérico.
¿Dónde se sitúan Los Bingueros dentro del cine español? Pues probablemente en el puesto más alto del Olimpo cinematográfico patrio. Sí, es otro deporte nacional el de reducir a ídolos de toda una generación a simple caspa extemporánea. Una situación de injusticia si tenemos en cuenta no solo el impacto generado por el film sino por el innegable talento de sus intérpretes, una realización sólida y una narración coherente, fluida y que nos lleva de la mano de la carcajada a terrenos sombríos de acidez y negrura. Sí, Mariano Ozores puede que fuera una especie de Berlanga sin talento, pero con Los Bingueros demuestra que a eso de tomarle el pulso a la calle no le gana nadie firmando la que es sin lugar a dudas la mejor película de la historia del cine español.