El cine de acción de los 80 y los 90 ha sido uno de los géneros más denostados y proscritos por la crítica cinematográfica. Un cine ya extinguido que pasó a mejor vida con la llegada a las pantallas de esos superhéroes que con sus super-poderes dejaban a los protagonistas de las aventuras ochenteras y noventeras como simples mortales incapaces de hacer frente a los villanos que deseaban destruir la paz de nuestro mundo y a los que se debía hacer frente con algo más que una simple ametralladora o una escopeta. Sin embargo este punto, la debilidad del héroe de acción carente de poderosas armas salvo su corazón y valentía, es el aspecto que me sigue cautivando de esas obras pretéritas. Soy un gran defensor del cine de acción de aquellas fechas. Fue el cine que me hizo amar este arte. Visto con la perspectiva que ofrece la experiencia, las películas emblemáticas de este género conservan ese aura encantadora que las convierten en grandes clásicos imperecederos. Filmes muy bien hechos, sustentados en el espíritu pionero de estrellas como Stallone, Schwarzenegger, Bronson o Van Damme. Todos ellos musculosos y amantes del cine. Dotados de un carisma que resulta difícil trasladar a los nuevos intérpretes que aparecen en pantalla en las actuales cintas de superhéroes. Por ello gente honesta que no pretendía engañar a nadie a la hora de sacar adelante alguno de sus proyectos. Personas inteligentes que no solo interpretaban a esos héroes de acción con cara de ladrillo, sino que participaban en la producción y en algún caso en los guiones de sus películas. Un cine de buenos y malos. Algo ingenuo tal vez. Pequeños cuentos de hadas desenvueltos en junglas (tanto selváticas como sobre todo urbanas) con multitud de obstáculos para que los sentimientos humanos brotasen. En cierto sentido estas películas representaban una oda al buen ciudadano. Aquél que defendía la dignidad. Protegiendo a su familia del acecho de malvados y traficantes. En algunos casos elevando la voz del patriotismo (eran tiempos de Reagan) criticando a jueces, abogados y demás burócratas. Sí. Algunas eran películas políticamente muy incorrectas. Resulta impensable que un gran estudio hoy en día fuera capaz de apostar un solo dólar por levantar cintas como Rambo o la saga El justiciero de la ciudad. En unos tiempos como los actuales donde la corrección y la limpieza parece ser la senda por la que nos quieren hacer llevar, estas obras exhibían un semblante contestatario y combativo agradable de percibir (aunque a veces el mensaje no siempre casaba con nuestra visión política).
Me siento nostálgico y es por ello que he decidido rescatar una de las películas más entrañables y tiernas de nuestro colega Jean-Claude Van Damme. Y es que para mi generación (la que nació en los años ochenta) Van Damme era algo más que un actor. Era un compañero de aventuras simpático y fanfarrón. Ese tipo que caía bien a todo el mundo. Se nota que sus personajes no eran simples marionetas, sino que estaban empapados con la gracia y mirada de ese joven belga de cadera flexible y elástica patada voladora. Algo narcisista (eso de enseñar el culo en todos sus filmes era señal de ello) pero también humilde y fiel a sus principios. Sin duda Lionheart es una de sus piezas más virginales y puras. También dramáticas. Pues nos encontramos ante una cinta de acción y artes marciales que no hace descansar su estructura narrativa sobre la base de las peleas y la sangre. Al contrario. Ello es una simple excusa para trazar un viaje reivindicativo en los alrededores de valores tan trascendentes como la familia, el honor, el sacrificio en favor de aquellos que más queremos y la lucha como único medio para alcanzar nuestros objetivos por muy microscópicos que estos sean. No obstante Lionheart se posiciona como un perfecto ejemplo para señalar las principales reglas del género. Estas son: la presencia de un héroe anónimo que pelea por una causa justa, la de un villano (en este caso villanos en general, sin rostro identificable y diluidos en una amplia red que deja entrever una crítica al sistema social de aquellos años), la de una joven necesitada del respaldo de nuestro protagonista, la de un compañero de andanzas que sabe insuflar esas gotas cómicas que tan bien le venían a estas producciones y un final acorde con el mensaje que se pretende trasladar al público.
En cierto sentido Lionheart se eleva como un drama de historias mínimas protagonizado por gente humilde que debe encarar varios retos para sobrevivir en un ambiente tan descarnado y hostil como los bajos fondos de Los Ángeles. Un hábitat capaz de devorar a esos personajes que se dejan atrapar por la espiral de violencia y malicia que humedece la atmósfera. Y la cinta lo consigue. Partiendo desde la sencillez y modestia. Sin hacer uso de tramposos fuegos de artificio ni esbeltas coreografías de acción y violencia. Sino desde el minimalismo más corriente y cercano. Podríamos definir a la cinta como una especie de fábula Dickensiana que lanza una grito en auxilio de esos héroes anónimos que no desempeñan un papel importante en los titulares de prensa ni aparecen en televisión. Gente anónima y oculta a los ojos del gran público y que tampoco pretende hacerse famosa ni popular. Simplemente desea vivir en paz haciendo lo correcto. Siguiendo a rajatabla unos valores sagrados que no están de moda. Y eso es lo que emociona y conmueve de una película pequeñita, recatada y terriblemente agradable de ver. Una película que nos transporta a nuestra adolescencia. Que es necesario contemplar por tanto con una mirada no contaminada de prejuicios para poder disfrutarla. Imperfecta, sí. Con algunos errores narrativos de bulto, pero que no se camuflan sino que forman parte de su propio ser. Evocando pues a ese cine aguerrido y bravucón de los ochenta que plagó las estanterías de los desaparecidos videoclubs de barrio con toda una serie de productos que saciaban las ganas de divertirse y pasarlo bien de aquellos jóvenes que veíamos pasar la vida con la velocidad de un tren sin frenos.
La historia que cuenta Lionheart no puede ser más convencional. El arranque muestra una escena nocturna en un apartado barrio angelino en el que una pandilla de matones prenderán fuego a un aspirante a traficante de estupefacientes como venganza por una deuda no saldada. La víctima adquiere el rostro del hermano de Lyon Gaultier (Jean-Claude Van Damme), un hombre al que la mala suerte y las malas compañías le han acarreado su alistamiento en la Legión Extranjera francesa. Enterado del acontecimiento, y preocupado tanto por el estado de su pariente como por el futuro de su cuñada y su sobrina de pocos años, Lyon escapará del cautiverio militar huyendo con dirección a los EEUU para encontrarse con su familia. Sin embargo un equívoco lo enrolará en un barco que en lugar de arribar a la ciudad angelina hará pie en la megalópolis neoyorquina. Perdido en la gran ciudad de los rascacielos, Lyon se encontrará por un avatar con Joshua un bravucón, ex-alcohólico y fantoche promotor de peleas callejeras con alma de vagabundo quien observará a Lyon como esa última oportunidad de agarrarse a su sueño, el de promocionar a un gran campeón de la lucha callejera.
El joven belga demostrará su fuerza y agilidad venciendo a sus contrincantes con facilidad gracias a su espléndido dominio de las artes marciales. Unos espectáculos jugados en escondidos aparcamientos para uso y disfrute de la clase adinerada y aristocrática de Nueva York que se deleitará viendo derramar la sangre de dos pobres desgraciados a los que no les ha quedado más remedio que convertirse en monos de feria de los que manejan los hilos de la economía y la política del país. Entre estos esnobs se halla Cynthia, una rubia con ojos de hielo que ha amasado una fortuna explotando este negocio clandestino y que pronto pondrá sus ojos en el atlético cuerpo de Lyon a quien tratará de engatusar para convertirlo en una especie de esclavo del que aprovecharse.
Sin embargo Lyon no hará caso a los cantos de sirena proporcionados por Cynthia y viajará en compañía de su nueva sombra Joshua hacia la ciudad de Los Ángeles. Una vez aterrizado allí, éste se enterará del fallecimiento de su hermano fruto de las heridas. Igualmente se encontrará con su cuñada Helene (quien reprocha a Lyon su abandono familiar, haciéndole culpable de la caída a los infiernos y por tanto de la muerte de su marido) y su sobrina Nicole (una niña que observará a su tío como esa figura paterna ausente cuyo vacío será colmado por este fortachón con corazón valiente).
Pese al rechazo inicial, Lyon decidirá continuar con su carrera como peleador nocturno en espectáculos montados al margen de la ley, alcanzando gran fama y popularidad gracias a sus incontestables victorias. Ello le proporcionará el dinero necesario para sostener a su familia, acuciada por un posible desahucio por no pagar la renta a su casero. Para evitar que el dinero ganado por medios no muy ortodoxos sea rechazado por Helene, Lyon montará una tapadera para hacer creer a su cuñada que el mismo procede de una póliza de seguros que su marido había suscrito antes de fallecer. Poco a poco Lyon se irá ganando el corazón de Helene y sobre todo de la pequeña Nicole gracias a su tesón y firmes valores. Pero dos obstáculos se interpondrán en la apacible convivencia familiar. Por un lado la presencia de dos antiguos camaradas de Lyon que han sido enviados por la Legión a Los Ángeles con la misión de localizar al desertor y por tanto regresar con él al ejército para ser sometido a Consejo de Guerra. Y por otro las ansias de venganza de la gélida Cynthia quien no soportará haber sido rechazada sexual y financieramente por Lyon y que tratará de urdir una estratagema, haciendo enfrentar a su enemigo con un bestial oponente llamado Atila, un luchador con fama de asesino que busca saciar su sed devorando el alma intrépida e independiente del ciudadano belga. ¿Podrá Lyon salir victorioso de este doble envite?
Con una trama que recuerda a esas grandes novelas de la literatura clásica británica escritas en tiempos de la Revolución Industrial, Lionheart se muestra como un claro ejercicio de ese cine de acción y aventuras que tantas alegrías proporcionó a los fanáticos del séptimo arte en tiempos pretéritos. Una cinta que combina con mucho acierto una trama de acción y bajos fondos (con un guiño a ese cine de a legión extrajera tan de moda en los años cuarenta y cincuenta) con un melodrama familiar que apuesta por la lucha y el sacrificio por los demás como única lanza capaz de derrotar a las adversidades. Sin duda nos hallamos ante una de las cintas más humanas de las interpretadas por el actor belga. Un film con un mensaje claro y transparente. Muy conmovedor y que por ello toca el corazón. Con un espíritu muy Capriano. Que prefiere efectuar un retrato asequible y discreto acerca de los problemas que sufren las familias humildes que tratan de sobrevivir en la gran ciudad frente a maleantes y villanos de todo tipo que inyectar unas innecesarias gotas de violencia extrema a una cinta a la que no le hace falta eso para ganarse nuestras simpatías. Los personajes de Lyon y Joshua ofrecen un canto a la humildad y los buenos sentimientos frente al odio y la venganza. Dos seres golpeados. Dos mártires del sistema. Pero que afrontan la vida de frente sin ningún tipo de rubor. Con osadía y poniendo buena cara al mal tiempo. Con humor y honestidad. Esa es sin duda la moraleja que queda en un film sumamente encantador e inocente.
Para el recuerdo las magníficas escenas de peleas callejeras danzadas por un Van Damme en plena forma quien brinda todo un recital de puñetazos, patadas voladoras, giros imposibles y elasticidad para todos sus fans. Unas peleas muy influenciadas por el universo de los videojuegos. Con contrincantes muy pintorescos y fácilmente identificables. Como ese escocés con puños de acero, o ese oso que utiliza las paredes de frontón como muralla en la que aplastar a sus enemigos, o ese chulo de piscina apabullado por un Lyon vestido con un bañador de risa. O finalmente ese Atila, un monstruo con patillas de rockero y cuerpo de titán, con el que Lyon se partirá la vida en un desenlace inolvidable. Peleadores que evocan a esos extravagantes personajes de Mortal Kombat o Street Fighter 2 que tanto amábamos los niños de aquella época. La película también invita a reflexionar. Planteando una crítica para nada soterrada a esa aristocracia urbana carente de escrúpulos que gasta su dinero obtenido seguramente por medios no muy legales en espectáculos ilegales amparados en la violencia que sufrirá la parte más débil del sistema. Y como no, ese final conmovedor y esperanzador en el que observaremos al héroe logrando una pequeña victoria. Minúscula. No perceptible para los ojos que solo adoran lo macro. Un desenlace que recuerda a los mejores de Frank Capra con el que culmina una cinta que se gana el corazón a base de su fidelidad a unos principios irrenunciables y a sus ganas de agradar contándonos una historia que a todos nos puede resultar próxima.
Todo modo de amor al cine.
Blq, bla, bla. Prefiero una película de Stallone a las pajas de «super» héroes de ahora, por algo hay reboots de Rambo y pronto regresa Conan, y si se trata de darle a la fantasía heroica, cualquier pelicula de Stephen Chow, por lo menos se que veré mejores actuaciones.
Magnífico análisis. Siempre que la veo me arranca una lagrimita… Quien no se haya emocionado con el final no es persona.