Hubo un tiempo en mi vida que compartía piso por Barcelona con otras tres personas que habían estudiado la misma carrera que un servidor. Éramos dos chicas y otros dos chicos. No diré que todo fuera maravilloso entre nosotros, pero en general, la convivencia era más que aceptable. Tal vez, de entre todos los buenos recuerdos que compartimos, me quedo con los Domingos en el sofá viendo películas de “chicas”, normalmente comedias románticas de Cameron Diaz o Julia Roberts.
Eran auténticos atracones de tres o cuatro películas seguidas, cojines para todos, una bebida que resultaba ser un sucedáneo bastante deleznable de la Coca-cola y cualquier porquería que tuviéramos a mano. Así que una vez por semana, dos aspirantes a directores, una chica de arte y un servidor dejaban el cine checo a un lado y disfrutábamos entre resacosos y aburridos al equivalente al cine de barrio para menores de 45 años.
De entre todas estas comedias románticas, género al que confieso que me enfrento con una predisposición más que aceptable, siempre me pareció había más de uno o dos productos infravalorados. Una de estas cintas es la desternillante The Sweetest Thing (La cosa más dulce, Roger Kumble, 2002).
Puede que no haya cosa más encasillada que una estructura de «chico conoce chica» o cualquiera de sus variables. «Chica conoce a chico», «chica se enamora de chico», «chica gana a chico», «chica pierde a chico» y sí, sorpresa final, «chica recupera a chico» es el resumen narrativo de la presente obra y de otras 75.000 más. No hay más, nadie se lleva aun engaño.
¿No hay más? Por favor…
Si hay algo que podríamos echarle en cara a este subgénero es que en pocas ocasiones nos sorprenden. Es más, cada escena nos lleva a lugares comunes. Y aunque ya decía que en cuanto a estructura La cosa más dulce no logra decirnos nada nuevo por mucho que lo intente, resulta una comedia divertida, fresca, con grandes escenas que nos cogen por sorpresa y acaban resultando inolvidables.
Porque es su humor absurdo y pícaro, esa mezcla de parodia del género o de un mundo femenino visto normalmente desde el punto de vista inmaculado lo que hace que la obra destaque de las otras 75.000 películas. Pero sobre todo, su capacidad para sorprendernos; puede que sepamos al dedillo los puntos narrativos más clásicos del género, pero rara vez podemos prever lo que acontecerá en la próxima escena o secuencia.
Así, momentos como el del baño, el conocido momento musical o ese momento al final de la cinta donde una de las tres amigas ha quedado con su lengua enredada en el miembro de un chico mientras practicaba sexo oral por culpa de unos piercings, son, cómo mínimo, algo insólito en el género.
La cosa más dulce es una comedia romántica gamberra, donde Cameron Diaz da vida a una chica que por primera vez decide enfrentarse a sus sentimientos amorosos tras pasarse media vida de cama en cama. Puede ser vista como una cinta conservadora, pero el punto de partida es el que es y sin él, simplemente no habría película.
Mucho de su éxito reside un desternillante guión escrito por la guionista Nancy Pimental, curtida en series como South Park o la más reciente Shameless. Ella consigue otorgarle un tono cómico alejado del humor blanco del subgénero. También construye un artefacto que sirve tanto de parodia como una búsqueda por sorprender continuamente al espectador. Y tampoco habría que obviar su punto de vista sobre el mundo femenino que nos presenta, a medio camino entre la reinvención y una visión bastante más negra de lo que puede parecer.
Por todo lo dicho La cosa más dulce funciona. Funciona un domingo por la tarde o en cualquier otro momento. De todas formas no deja de ser una película donde lo que más resalta es un guión con unas intenciones y unas cuantas escenas divertidas donde el director se limita a poner la cámara. Donde, como decíamos antes, se puede caer sin ser muy consciente en una moralidad conservadora (pero no es malo de por sí y dudo siquiera que realmente sea así, ojo) y donde tal vez le falta más mala leche.
Pero lo dicho, cinta machacada por quien no pudo ni quiso ver su tono, su intención, su frescura y simplemente decidió etiquetarla como otra comedia romántica más. Otra peli “de chicas”. Porque, claro, evidentemente todos sabemos que las pelis de chicas son malas.
Obvio. Por supuesto. No faltaba más.
Muchos años después, recuerdo a la perfección una docena de escenas donde me meaba de la risa con La cosa más dulce.