Me apetecía, y además creo que de forma muy merecida, reivindicar la figura a de uno de los directores españoles más queridos por el público a la vez que más defenestrados por la crítica más sesuda y gafapasta. Y es que Mariano Ozores no solo ha sido (y es, afortunadamente para los que le admiramos y esperamos ansiosos que la Academia de cine español por fin le otorgue ese merecido Goya de honor que aún no entiendo como no está en las vitrinas del genio), el cineasta más taquillero y popular de la historia de nuestro cine. Muchos de esos intelectuales que parecen poseedores de la verdad absoluta suelen calificar al cine de Mariano como casposo, chabacano, obsceno, chapucero, es decir, un cine de humor grueso destinado a un público salido ávido de ver culos, tetas y los felpudos de las bellezas de la época del destape a todo color. Estos y demás epítetos de mal gusto solo descalifican la realidad del arte de Ozores, y es que en mi opinión el maestro Mariano es un artista descomunal e irrepetible en lo suyo, que no es otro ámbito que el de hacer pasar un rato ciertamente divertido y desternillante al espectador, es decir, cine sin pretensiones filosóficas ni simbolismos, pero igualmente con un riesgo implícito quizás más complejo de alcanzar que el que aspira el cine profundo: hacer reír, pero no hacer reír sin más, sino a lágrima viva. Y esa difícil quimera Mariano Ozores la ha conseguido en la mayor parte de sus títulos más emblemáticos. Porque, ¿quién no se ha descojonado hasta mearse de la risa con películas como Operación cabaretera, Como está el servicio, En un lugar de la manga, A mi las mujeres ni fú ni fá, Manolo la nuit, La descarriada, El calzonazos, Jenaro el de los 14, Dormir y ligar todo es empezar, Los bingueros, Yo hice a Roque III, Los liantes, El currante, etc.?
Yo, desde luego, me he partido de la risa con estas películas y lo sigo haciendo, porque lo que especialmente llama la atención de ese cine es que aún mantienen fresco todo el humor que desprenden sus surrealistas y alocadas historias, algo que no pueden decir otras películas quizás más aclamadas pero a las cuales el paso del tiempo ha hecho perder algo de su fuerza humorística. Además de ser películas locas que fundamentalmente se benefician del hecho de no buscar más allá de salirse del círculo del puro entretenimiento, las obras de Ozores poseen la singular virtud de ser un perfecto cuadro de la sociedad de la España de los sesenta, setenta y ochenta, siendo por ello un retrato caústico y a veces crítico de los vicios, inmundicias y obsesiones que ostentamos (y seguimos ostentando) los españoles. Los personajes de Ozores suelen ser nobles y bondadosos, pero también irresponsables, pervertidos, poco reflexivos, desprendidos, derrotadores, cortoplacistas, envidiosos, avariciosos, vehementes, lascivos y chapuceros. Vamos, el perfecto trazo de la personalidad de los habitantes del país de Cervantes, pero también del sol, la playa y del botellón y fiesta sin fin.
De entre todo el arco que adorna la carrera del maestro he decidido apostar por una película a la que tengo un especial cariño, que no es otra que la hilarante El liguero mágico, una auténtica muestra del universo de Ozores realizada a principios de los años ochenta que cuenta con gran parte de la troupe Ozores empezando por un genial Andrés Pajares que literalmente se sale en esta cinta y continuando por Antonio Ozores, Blaki, Pepe Carabias, María Isbert, una joven Adriana Ozores, la veterana María Luísa Ponte y la belleza del destape Adriana Vega, la cual no dudaba en mostrar al españolito medio todos sus encantos ocultos, algo muy popular en aquella época de nacimiento de libertad en un país que acababa de liquidar la dictadura franquista.
La cinta es una sátira de las películas de terror clásicas de monstruos y casas encantadas, al estilo de un Scary Movie patrio muy autóctono, poseedora de un cosmos que es Mariano Ozores en su estado más puro. Resultaría una osadía por mi parte intentar resumir el argumento del film, ya que éste es inexistente y por tanto no es lo verdaderamente reseñable de la cinta. A Mariano Ozores no le interesa para nada que la historia siga un trazo lineal y coherente, al revés, su arte se basa en romper esa línea recta de las tramas clásicas para convertir a su obra en un auténtico despelote construido a través de pequeños gags de humor puro y duro a veces surrealista que van haciendo fluir la película como si de una obra de teatro burlesca compuesta por pequeñas historias inconexas se tratara. Ozores parte de la historia en paralelo de un acomplejado y pelota empleado de un corrupto notario (interpretado por el siempre divertido Andrés Pajares) y de una joven heredera que acude a reclamar la herencia de su tío recién fallecido a una siniestra mansión habitada por toda una banda de frikis arribistas y codiciosos que aparentemente han causado la muerte del propietario (interpretado por Antonio Ozores en un personaje con el que se movía como pez en el agua) con el fin de apoderarse de su hacienda y de un tesoro que el ricachón tenía escondido en los recovecos de la tenebrosa residencia. Esos frikis no son más que caricaturas de los personajes más emblemáticos del cine de terror como el de la siniestra ama de llaves con ramalazos de dictador de país bananero, un hombre lobo gay, un enano objeto de las burlas de sus compañeros de cuadrilla, un gigante con menos cerebro que Frankenstein, un jorobado de mirada pícara y obscena, una cocinera que no sabe cocinar y una criada muda (hija a la postre de la cocinera y del rico señor asesinado) que se comunica a base de gestos y pedorretas al estilo de Paco Arévalo.
Con estos ingredientes Mariano Ozores tuvo la osadía y el acierto de construir una comedia alocada total de un humor políticamente incorrecto que hoy en día sería objeto de censuras tanto por parte de la derecha como de la izquierda (impensable que pasaran hoy por el filtro de la censura los chistes machistas y homófobos que plagan el metraje de la cinta) y es que el director madrileño reparte a diestro y siniestro metiendo puyas humorísticas en las que se mofa de la UCD (el partido en el gobierno en aquella época), los sindicatos, políticos (con chistes gruesos sobre las figuras de Santiago Carrillo o de Fraga Iribarne) y demás gente de la farándula (impagable es la escena en la que se compara al zombie del asesinado con Miguelito Bosé). Ozores emplea un lenguaje muy grueso repleto de tacos como coño, cabrón, hijo de puta, y demás palabrotas que sirven para irradiar un lenguaje muy popular, lo cual incrementa exponencialmente la conexión y empatía del espectador hacia las escenas surrealistas y grotescas que van empalmando poco a poco la película.
El hecho de ser una cinta que fundamenta su estilo en el paradigma de engarzar gags cómicos sin un sentido lógico implica que cada escena se estructure como un pequeño episodio con un principio, desarrollo y fin, siendo el objetivo de los mismos provocar la carcajada del espectador. Por ello, la mejor forma de homenajear el film sería remarcando las escenas más divertidas que lo componen. Sin duda yo me quedo con la escena inicial del putón verbenero que trata de sonsacar al pusilánime Pajares información acerca de la posible herencia de su marido agonizante (con desnudo incluido muy característico del cine de destape español), así como la secuencia del chepa con esa pecera cargada de pirañas, o con frases tan geniales como el «moño de la Bernarda», «me he descoñado vivo», «me estoy meando por las patas abajo», «será cabrón el enano», o el propio nombre del protagonista: Armando Bollos. Otra genialidad de maestro es sin duda el recurso erótico de hacer que el mapa del tesoro buscado por los moradores del castillo se encuentre manuscrito en dos ligueros separados para salvaguardar el secreto, hecho este que servirá para mostrar en primer plano a Armando Bollos leyendo el contenido del mapa delante de los felpudos de las bellas damas que visten tan arcaica prenda.
He leído que mucha gente ha calificado a la película como una cinta mala que de mala es buena. Sencillamente yo no creo que la película sea mala. ¿Cómo va a ser mala una de las películas con las que más me he partido de la risa? Como muestra un botón: hace pocos días revisé este clásico en horas nocturnas y mis familiares ya dormidos tuvieron que amonestarme porque mis carcajadas a lágrima viva no les dejaban dormir. Creo que provocar este efecto en buena parte de los espectadores que contemplan esta singular obra (no todos está claro) es una muestra de que nos encontramos ante un clásico de la comedia española de todos los tiempos. Porque hubiera sido muy fácil caer en el esperpento y el ridículo más absoluto si el público no asomase la sonrisa con las chorradas surrealistas y picantes interpretadas por los actores a partir de un guión repleto de situaciones absurdas anclado en una puesta en escena que da mayor importancia a la improvisación que a la rigidez inflexible de las cintas más serias. Y Ozores no hace el ridículo, al contrario, consigue una película tremendamente divertida y desenfadada poseedora de un humor sin complejos que aún mantiene viva toda su esencia: la de divertir al público. Una obra que merece una clara reivindicación al igual que la mente que la inspiró, el maestro Mariano Ozores.
Todo modo de amor al cine.