Tras los años de gloria que supusieron los 80 y principios de los 90, el cine de acción atravesó en este último decenio un bache que jamás logró sobrepasar. De las viejas glorias que elevaron el género a los altares, tan sólo Jean-Claude Van Damme, Bruce Willis con algunos destellos y un pasado de rosca Nicolas Cage seguían dando guerra en las taquillas de todo el mundo. El primero sin duda fue la luminaria del cine de acción de los 90 con éxitos incontestables en su currículum como Soldado universal, Lionheart, Libertad para morir, Doble impacto, Blanco humano o Timecop, todas ellas películas que no solo tuvieron un enorme éxito de taquilla sino que lograron apuntalar un pequeño subgénero en el cine de acción que se llamó como no podía ser de otro modo películas de Van Damme. El belga no solo estaba en un espléndido momento de forma física en esos primeros años noventa, sino que surgía como un cerebro capaz de crear productos hechos a su medida ejerciendo una capacidad de liderazgo y control que bautizaban a los films protagonizados por él mismo en artículos fácilmente identificables. Tanta era la fascinación que desprendía el de Bruselas que en su haber figura la nada desdeñable circunstancia de haber sido el protagonista elegido por tres de los mejores directores del cine ‹made in Hong Kong› para su debut en los EEUU, pues los legendarios John Woo (Blanco humano), Ringo Lam (Al límite del riesgo) y el vietnamita afincado en Hong Kong Tsui Hark (Double Team) tuvieron a bien elegir a Van Damme como estrella absoluta en sus óperas primas en territorio estadounidense, todo un logro que señala la relevancia de un Van Damme convertido en icono cultural del cine de explosiones y tiros a mansalva.
Sin embargo ese camino de rosas se truncó entre 1994 y 1996 por dos hechos. El primero la megalomanía de Van Damme que le llevó a protagonizar una de las peores películas de aquella década, la tóxica Street Fighter, la última batalla, obra que un servidor consumió en los cines de la Gran Vía en esos años noventa y que todos los chavales esperábamos con ganas pues el videojuego en el que se basaba la película (Street Fighter 2) era sin duda el más mítico de aquellos años, y qué mejor que ver a la estrella de Hollywood del cine de acción pegando patadas y piruetas imposibles como los luchadores cibernéticos que tanto nos hacían disfrutar por las tardes después de regresar de una dura jornada en el colegio. Pero todo salió mal. La película era una caricatura sin gracia y sin ningún tipo de acierto al que agarrarse: exagerada, mal dirigida, chapucera, sin guion ni nervio y con una apariencia de despelote total, algo refrendado por la confesión que Van Damme hizo hace pocas fechas acerca de los avatares que ocurrieron en el rodaje. Con un Steven E. de Souza sin capacidad para dirigir al que se le debió subir la cabeza los halagos recibidos como guionista de algunas de las mejores películas de acción de la época. Y sobre todo un Jean-Claude fuera de sí, iluminado y alejado de la realidad por los efectos del éxito no muy bien llevado y de esa maldita cocaína que consumió todos y cada uno de los días de rodaje.
Pero este fracaso no tumbó las expectativas de gloria de Van Damme ni tampoco sus egos de superestrella. De este modo dos años después de este borrón en su trayectoria, el belga se lio la manta a la cabeza para dirigir la que iba a ser su confirmación como autor total de cine de acción. Así, con The Quest Van Damme se pasó al otro lado de la cámara para realizar una ambiciosa producción que tocaba muchos palos y géneros siempre con un estilo muy clásico y en cierto sentido intimista, esto es, toda una ida de pinza en la línea de la que tuvieron otros intérpretes que decidieron dar el paso a la dirección con pésimos resultados. The Quest emergió como el punto de inflexión que marcó el declive en Hollywood de Van Damme, un directo a la mandíbula del que jamás pudo recuperarse el bueno de Jean-Claude.
Este fue el contexto en el que se rodó en 1997 la película protagonista de este Vindicare. En este ambiente depresivo, a Van Damme se le presentó la oportunidad de tratar de reflotar su maltrecha carrera con la llamada de un astro que aterrizó en el cine estadounidense para probar suerte. Se trataba del anteriormente citado Tsui Hark, uno de los más reputados cineastas del cine de acción de Hong Kong quien al igual que su colega John Woo decidió sumergirse en Hollywood en esos noventa tan esotéricos en cuanto a cine se refiere. Creo que Hark era fan del belga y vio la oportunidad de tejer una herramienta para el lucimiento de uno de los iconos del cine de acción y artes marciales de finales de siglo. Y esta ilusionante reunión dio lugar a Double Team, película que desgraciadamente fue maltratada y castigada tanto por la crítica como por el público, profundizando con su hundimiento en la taquilla en la crisis que ahogó la carrera de Van Damme. Pasados los años y revisitada hace pocos días, me atrevo a afirmar que fuimos muy injustos con Van Damme. Primero los críticos que se ensañaron con la película no solo por el odio que despertaba Van Damme por aquellos años, sino que creo vieron la oportunidad de mofarse aún más del film por el hecho de las apariciones estelares de por un lado Dennis Rodman (que debutaba en el cine como protagonista con este film) ese reboteador compulsivo en las canchas de la NBA que era carne de cañón de panfletos y programas de cotilleos por sus ya míticas fiestas y borracheras fuera de ellas, y por el otro por contar con la irrupción de un decrépito Mickey Rourke, otra vieja gloria en horas muy bajas en esos años quien malvivía desperdiciando su talento entre shows pugilísticos y cintas de serie Z.
En este sentido, la conjunción de estos tres talentos en un mismo aquelarre era sin duda un marco muy propicio para despacharse y echar bilis por la boca contra cualquier aspecto que pudiera emanar de la propuesta de Hark. Pero no solo los gafapasta de turno masacraron al film, sino que los fans de Van Damme también le dimos la espalda presas del mal rollo que circulaba en los alrededores de los cines que estrenaron Double Team. Y este atropello no solo impidió que Hark pudiera desarrollar una fructífera carrera en los EEUU, sino que igualmente castigó a Rodman quien harto de las mofas tan solo probó suerte una vez más en el género de acción con la fantochada Rescate explosivo, tóxico subproducto que no se amoldaba a sus cualidades como héroe de acción, para nada desdeñables.
Y digo esto porque tras haber visto Double Team hace una semana no comprendo que me pasó a mí también. Siempre había recordado la película como un engendro infumable, quizás derivado esto de los malos comentarios que recuerdo tuvieron lugar entre mis amigos cuando la vimos en el cine. Pero vista con la perspectiva que otorgan los años, Double Team se eleva como una cumbre del cine de acción de los noventa, una pieza inclasificable, a contracorriente y fundamental del género de acción. Una cinta outsider que nada tiene que reprocharse y que supone todo un deleite para quienes amamos al género de acción, ese género que cultivó a toda una generación de frikis y fanáticos del cine entre los que me encuentro. Quizás uno de los puntos que fomentaron su estrepitoso fracaso sea su carácter excéntrico y en cierto sentido antisistema. La cinta huye en todo momento de los tics típicos de Hollywood, arrimando su envoltorio más a una cinta de ‹auteur› que prima las explosiones, la adrenalina, el desenfado y el absurdo sobre cualquier compostura intelectual o filosófica tan de moda en las películas de acción contemporáneas.
No, Double Team no se plantea preguntas trascendentes ni trata de indagar en la psicología de sus héroes. Actualmente parece que si una película de acción no rasga en las fachadas intimistas y existenciales de los héroes protagonistas es necesariamente mala. Hecho provocado por la cultura del miedo a lo extraño, al extranjero, a lo desconocido que emergió como consecuencia del atentado de las Torres Gemelas. Sí, el héroe actual es oscuro, como sus tiempos, teme por su vida, se pregunta cual es el sentido de su vida, combina aspectos turbios y para nada luminosos, es…. aburrido. Eso no pasa en Double Team, al igual que tampoco pasaba con los héroes de los ochenta y los noventa. Pues esos años eran diferentes y poco reflexivos. Muy divertidos por ende. La cinta de Hark ahonda en los rasgos predominantes que se cosecharon en esos años, pues Double Team es una cinta de acción modélica, desmedida, surrealista, cachonda, entretenidísima, encantadora, espectacular y, lo más importante, que no se toma en serio en ningún momento a sí misma. Tan solo pretende entretener y divertir, y eso lo consigue sin lugar a dudas. Un ‹exploitation› en toda regla y con todas sus virtudes y defectos. Eso la disfraza como un dulce extremo, no apto para todos los paladares, que se viene arriba cuanto más insensatas y disparatadas son las situaciones radiografiadas con mano maestra por Hark.
Ya su guion se presenta como un delirio absoluto. Se trata de una ‹buddy movie› que abraza una trama de ciencia ficción y acción con ciertos toques de distopía y mucha guasa. En cierto sentido se intuye que Hark quería hacer una especie de parodia del cine de distopías que tanto éxito ha tenido a lo largo de la historia, encerrando el argumento en un relato plagado de clichés y etiquetas claramente identificables con el cine de acción. Así, nos encontramos con Jack Quinn (Jean-Claude Van Damme), un especialista encargado de encerrar y neutralizar a los más peligrosos terroristas que amenazan la paz mundial, entre ellos el enigmático Stavros (Mickey Rourke), un terrorista cruel pero a la vez tierno e idealista que trata de tumbar el capitalismo que tanto ahoga a los más desfavorecidos. Ya retirado del ejercicio antiterrorista en un paradísiaco lugar cerca de la costa francesa junto a su mujer embarazada, los antiguos responsables de Quinn lo localizarán para encargarle una última misión: atrapar a Starvos. Pero Quinn y su equipo fracasaran en su intento, provocando una matanza en un parque de atracciones, encontrándose entre las víctimas el hijo pequeño de Starvos que accidentalmente será liquidado por Quinn. Esto provocará que Starvos clame venganza contra Quinn, quien caerá gravemente herido por una bomba explosionada por su eterno rival.
Quinn despertará en La Colonia, un lugar escondido de todo control habitado por antiguos espías y agentes secretos que vela por la seguridad mundial. Una cárcel de la que resulta imposible escapar, pero de la que Quinn se zafará en un inteligente plan. Ya libre, Quinn se reunirá con Yaz (Dennis Rodman), un traficante de armas tan amanerado como alto con quien formará un extraño equipo con la misión de liberar a la mujer de Quinn que ha sido secuestrada por Starvos y sus secuaces. Todo ello culminará con la lucha final entre el Quinn y Starvos en pleno Coliseo romano.
Este es el resumen de una trama que no se sostiene por ningún lado. Pues en Double Team lo importante no es el guion ni esos giros que no hay por donde cogerlos. Lo esencial en Double Team son las situaciones y la diversión, y de eso hay de sobra. En primer lugar la película pasa en un suspiro y, lo que es más relevante, deja con ganas de más a los espectadores. Su humor chabacano y casposo, su pretendido surrealismo, su disparate sin freno son algunos ingredientes que circundan su encantador vestido. Me encanta como Rodman cambia de color de pelo y peinado como una foclórica de bata de cola. Como Van Damme se da el gusto de protagonizar una escena muda en la que como Fred Astaire escala por las paredes de su celda como un diestro bailarín demostrando su flexibilidad y su icónica patada al aire. Como Hark mezcla la ciencia ficción política (ojo, hay una referencia totalmente antisistema a un ataque inventado por EEUU para bombardear Corea del Norte, increíble la capacidad visionaria de Hark) con la comedia más hilarante (la escena de los monjes romanos en las catacumbas de Roma con esos ordenadores que controlan los movimientos de la ciudad y que le dan a la pornografía es mítica); como se ríe de quienes se toman demasiado en serio a sí mismos (para la historia ese final en el que una máquina expendedora de Coca Cola salvará al mundo del apocalipsis). En la cinta Hark también introduce cierta crítica hacia las nuevas tecnologías que estaban asomando en esos años (los correos electrónicos, la robótica, los móviles…), dejando entrever la deshumanización que ello entraña y yendo un poco más allá, quizás también se cuestiona como la tecnología estaba manchando al cine de acción más artesanal y tradicional.
Asimismo en la desprejuiciada trama de Double Team podemos encontrar ciertos guiños a la mitología clásica, con referencias a los mitos de Prometeo, Hermes (ese Dios ladrón que como Quinn y Starvos se roban a sus propios hijos), o Faetón encarnado en el alma de Stavros, un villano que con la tez de Mickey Rourke adquiere una dimensión descomunal, pues se trata de un villano encantador, traumatizado, vengativo, pero digno y fiel a unos códigos de honor que sin duda son muy atrayentes. De hecho, se nota que Hark siente un cariño especial por esa figura de perdedor que encarna Rourke, ello mostrado en la presentación explosiva y apoteósica de Stavros que el vietnamita confecciona. Y no podía falta el homenaje a Bruce Lee y su El furor del dragón con un desenlace que es un puro despelote: el enfrentamiento en un Coliseo sembrado de minas y con un tigre por medio (otra referencia en este caso bíblica que enfatiza el martirio de los héroes) entre Van Damme y Rourke transmutados en Lee y Norris. Lejos del tono paródico que predomina en todo el tramo final de esta emblemática escena, Hark rodó con exquisito gusto y planificación este enfrentamiento con el que remata su obra. Y este es sin duda otro punto muy a favor del film: la dirección de Tsui Hark. Se nota que detrás de la cámara no se encuentra un Don Nadie, sino alguien que controlaba a la perfección todos los tintes del género. En este sentido las secuencias de acción son fabulosas, con unas coreografías siempre llamativas a mayor gloria de Van Damme y sus fans. A destacar la secuencia introductoria rodada en el parque de atracciones (la del intento de captura de Starvos), sin duda una secuencia fantástica de más de diez minutos de duración y que supone todo un goce para quienes amamos el cine de acción y adrenalina originario de Hong Kong, repleta de tiros, patadas, volteretas y explosiones al más puro estilo John Woo y su escena introductoria en Hard Boiled. También a destacar la escena de la fuga de La Colonia, tan surrealista como disfrutable y esa guinda final ya reseñada rodada en un Coliseo romano de cartón piedra.
No me quiero olvidar de Dennis Rodman. Realiza un trabajo muy bien resuelto, aportando ese granito de frescura y buen humor imprescindible en estas fábulas de acción. Pero no solo eso, Rodman contribuye con su glamour, con su descaro y su desvergüenza. Nos regala igualmente sus cambios de pelo, su atuendo pasado de rosca y totalmente descocado. Y su magnífico físico que sirve de complemento perfecto en las escenas de acción, incluyendo un buen repertorio de patadas, giros y volteretas que en un hombre con su presencia resultan ciertamente espectaculares. Sin Rodman la película hubiera sido más descafeinada, pues se nota la excelente química que desprenden Van Damme y Rodman en sus escenas compartidas, formando una pareja insólita, singular y chocante (con ciertos destellos de atracción homosexual muy sutilmente introducidos por Hark), pero también simpática y cercana, un magnífico equipo que por desgracia jamás volvió a reunirse de nuevo.
Todo esto es Double Team. Una película super entretenida, tan aparatosa como hipnótica, tan divertida como divergente. Rodada en magníficos escenarios a lo largo de Europa lo que la confiere un matiz ‹out of Hollywood› que quizás la supuso un pesado lastre en el momento de su estreno. Con un trío protagonista irrepetible que se encontraba en un momento tan decadente como atractivo. Pues Double Team es un delirio que explota el triple entretenimiento, la triple acción, la triple comedia disparatada y el triple orgasmo ligado a los estertores del emblemático cine de acción de los ochenta y los noventa.
Todo modo de amor al cine.