Se me ocurren pocos actores tan odiados por la crítica como Adam Sandler. Y no sólo por la crítica: es igualmente uno de los que más rechazo genera entre el público de a pie; igual no tanto en EE.UU. (donde el equilibrio entre admiradores y detractores resulta bastante ajustado), pero sí, sin duda, en nuestro país, un sitio en el que el cine de Sandler habitualmente siempre ha pinchado en taquilla. Ahora bien, pese a esta falta de feeling con la audiencia española, y pese a las pésimas críticas que suele recibir cada cinta suya que se estrena por este y otros lares, lo cierto es que es un cómico que ha sabido ganarse, poco a poco y sin traicionar sus esencias, un pequeño club de fans (que, por lo que se intuye, parece ir aumentando día a día) que sí ha aprendido a blindarse ante la influencia de la mala prensa que le rodea para poder apreciar y valorar el humor basto, porreta y desacomplejado de que suele hacer gala el estadounidense, entre otras cosas porque, elegancia al margen, suele ser un humor muy eficaz y divertido, que es de lo que se trata.
Servidor no es un incondicional de Sandler, que conste, pero sí disfruta mucho de su vertiente más radical, payasa y absurda. Porque Sandler, quede dicho también, hay varios; probablemente, podríamos acordar tres: el de las comedias comerciales y sentimentales enfocadas al público masivo (son las que engrosan casi toda su filmografía, con 50 primeras citas como plausible joya de la corona), el Sandler serio y adulto que parece guiñar el ojo a la crítica (nació con la soberbia Punch-Drunk Love y luego continuó con otras comedias dramáticas y/o agridulces como Spanglish o Hazme reír o y con dramas genuinos como En algún lugar de la memoria; es el perfil de película que más celebra la prensa, con o sin merecimiento), y, finalmente, el Sandler que va completamente a su bola, a calzón quitado y con el delirio por bandera, y que es también el que más tralla incorrecta incorpora sin salirse del todo de los parámetros de comercialidad en los que se ha movido siempre gracias a su popularidad, lo que le permite filtrar, en productos teóricamente para todos los públicos, ramalazos de transgresión poco frecuentes dentro de la comedia USA convencional (que suele ser cada vez más grosera, pero rara vez genuinamente incorrecta). En esta vertiente encontraríamos películas como Little Nicky, la brillante Zohan, licencia para peinar (ahí es nada hacer guasa con la crisis de Oriente Medio) y la denostadísima, pero tronchante y libérrima hasta la médula, Desmadre de padre, una de las comedias más disfuncionales de los últimos años.
Estamos, sin duda, ante una quintaesencial comedia de Sandler: tenemos, para empezar, al cómico en su salsa, con ese pasotismo, ironía y campechanía que suelen caracterizarle modulados a la perfección dentro de un rol que se mueve (con éxito) entre lo adorable y lo irritante; tenemos un cómplice de altura en la figura de Andy Samberg, también salido de la cantera del Saturday Night Live, y que aquí soporta humillaciones y situaciones vergonzosas con madera de gran cómico; tenemos a algunos de los amigotes de siempre del actor (Nick Swardson), aunque no a Rob Schneider, lástima; tenemos cameos memorables como el de Vanilla Ice, y a actores reputados como James Caan y Susan Sarandon sumándose al cachondeo; tenemos peinados raros y gente con pintas extravagantes; tenemos groseras bromas sexuales que dan en el clavo casi siempre; tenemos camaradería y buenos sentimientos pero no el error (habitual en otras producciones suyas) de encauzarlos por la vía del sentimentalismo más almibarado; tenemos un prólogo genial que ya da la medida de la libertad con que Sandler ha afrontado la empresa; pero lo que tenemos, por encima de todo, es una mirada salvajemente disfuncional a la clásica institución familiar, que Sandler dinamita a base de humor chorra no sólo deliciosamente absurdo, sino decididamente agresivo: ¿qué producción mainstream basa una de las situaciones más hilarantes de la película en un encuentro incestuoso entre hermanos?
Con toda la zafiedad que se quiera, Desmadre de padre consigue en última instancia constituirse en una de las obras más imprevisibles, divertidas y alegremente amorales de toda su carrera. Durante su metraje (que no es precisamente escueto, tratándose de una comedia), casi todo funciona con una seguridad insólita, tanto el ritmo de la película como la altura de unos gags trabajados con una inteligencia que, dado el perfil grueso de la función, puede pasar algo desapercibida. El caso es que, pese a las duras críticas que cosechó (quizás, junto a las de la fallida Jack y su gemela, las más duras de toda su carrera), estamos ante una cinta que logra holgadamente su principal objetivo: hacer reír, y hacerlo sin complejos, prejuicios o ataduras. Puede que el tiempo la ponga en su lugar y la señale como una de las comedias más notables de su ya dilatada trayectoria, pero, aunque no ocurriera nunca, ¿a quién le importa? Desde luego, a Sandler menos que a nadie.