Una frase que suele llevarse a rajatabla en general por parte de la cinefilia reza algo así como que nunca se debe volver a revisar una película que te marcó en tu adolescencia. Por mi parte he de admitir que jamás he aplicado tal axioma. No creo en los dogmas negacionistas, ni en la vida ni mucho menos en el cine. ¿Por qué una película que me gustó en mi infancia no me puede gustar en la actualidad, en mi fase adulta? Cierto. La experiencia induce a convertirnos en seres más críticos, más exigentes con todo, mucho más analíticos, menos divertidos y quizás por tanto más pedantes. Pero en mi opinión no debemos perder esa mirada no contaminada por miedos y fobias. La mirada de la inocencia, de la esencia de lo que fuimos y que perdimos por el camino. No me cabe duda que esa puridad que alberga nuestra adolescencia señala lo verdadero, lo auténtico, lo que nos entusiasma de verdad, lejos de esas máscaras y mentiras que disfrazan nuestro pudor relacionado con admitir aquello que creemos nos puede encasillar bajo el designio de una etiqueta impuesta por la mayoría intelectual.
Sí. Con el paso de los años me he enamorado del cine de la nueva ola checoslovaca, del polaco, del cine de Mizoguchi, Ozu, Bresson, Tarkovsky, Bergman, Fellini, Truffaut… pero ello no hubiera sido posible sin ese cine de enganche, como el del universo Marvel en la actualidad, que estimuló mi amor hacia el séptimo arte en esos años en que me crecieron los dientes de leche. Y precisamente no fueron esos autores anteriormente mencionados los que lo hicieron posible. No. Mi generación aprendió a amar este arte gracias a nombres como Bud Spencer y Terence Hill, Chuck Norris, Sylvester Stallone, Charles Bronson, Van Damme o Arnold Schwarzenegger. Esos fueron mis héroes, y los de mis amigos. El cine de acción, junto al de terror, fue por tanto la lanzadera perfecta para hipnotizar y narcotizar nuestras fantasías y sueños de grandeza brotados de las cintas de VHS y de los telones de los teatros cinematográficos.
Visto con la perspectiva que otorgan los años, las películas de acción de los ochenta y primeros noventa conservan ese aroma especial propio de unas obras muy entretenidas y seductoras que no han perdido ni un ápice de su valor. Un cine ya extinguido, observado pues por curiosos y expertos como pequeñas piezas de arqueología que sabemos jamás volverán a repetirse.
Junto con el Acorralado de Stallone, Comando de Arnold Schwarzenegger se eleva como una joya imprescindible de este género que abarrotó las salas durante casi una década, legando su particular forma de entender la función. Pues nos hallamos ante una obra emblemática y pionera que marcó una época, alzándose como un referente cuya fórmula sería explotada hasta la saciedad en multitud de filmes posteriores que abrazaron el argumento y la puesta en escena abrupta, algo chapucera y directa desplegada por Mark L. Lester en ésta sin duda su composición más recordada.
Comando es una de las películas más parodiadas y humilladas por parte de la crítica más sesuda en la historia de cine. La misma ha sido tachada de fascista, cutre, basura, casposa, desdeñada, y ridícula merced a los errores de raccord que a lo largo de su desarrollo se adivinan con facilidad. Sin embargo ello no fue un obstáculo para convertirla en uno de los mayores éxitos del cine de acción americano cuya legión de fans no ha hecho sino crecer como una marabunta incontrolada con el discurrir de los años. ¿A qué puede ser debido esto? Sospecho que a una serie de motivos.
En primer lugar debido a ese poder encantador que poseía el ‹exploitation› ochentero al que pertenece la cinta de Schwarzenegger. Un cine construido sin ningún tipo de prejuicios destinado a satisfacer pues las ansias del público centradas en disfrutar de un espectáculo sin ningún tipo de límites ni censura, grotesco, fanfarrón, políticamente incorrecto y por ello altamente seductor. Un arte que conectaba al cien por cien con un público entregado a su causa, punto mucho más difícil de lograr que un encuadre perfecto o una interpretación merecedora de todos los premios.
En segundo lugar debido a la presencia contundente, poderosa y enérgica de un Schwarzenegger en el mejor momento de su carrera, dando rienda suelta a su fuerza bruta en un cuerpo esculpido a base de gimnasio, músculo y anfetaminas. Un Hércules que venía a seguir el camino marcado por su añorado Reg Park y demás culturistas metidos al oficio de actor que enamoraron con sus Macistes y compañía a la generación de nuestros padres. Esto es, ese héroe de acción mítico y mitológico necesario en este tipo de productos donde la testosterona y la corpulencia suplía las escasas dotes de unos actores marcados por su inexpresivo y pétreo rostro.
Finalmente Comando emergió como una película innovadora y pionera en el cine de acción. A diferencia del Rambo de Stallone, cinta que sirvió claramente de referente a nuestra homenajeada, Comando no se toma a sí misma en serio en ningún momento emergiendo como una especie de comedia autoparódica que sabe burlarse, a través de ciertas escenas surrealistas y claramente dotadas de un contexto hilarante, de ese género de acción que ambicionaba trascender en cierta radiografía social e incluso política de denuncia. La obra de Lester no pretendía hacernos reflexionar concienzudamente tras su visionado. Asimismo tampoco buscaba denunciar a ningún grupo de poder, ni etiquetar como malvados a comunistas, fascistas, o maleantes de barrio. E igualmente no anhelaba trazar un viaje pintado a través de un guión muy trabajado y lineal que relatara las hazañas y adversidades a los que se tenía que enfrentar nuestro particular Ulises. Para nada. Comando es sobre todo una explosión de adrenalina y buen humor, esbozada desde la total desvergüenza y falta de rubor. Una fiesta del desparrame y de ese buen rollo que generan esas representaciones tan artificiosas como desmedidas que se disfrutaban en su plenitud desde esa óptica extrema y generosa que señala la adolescencia.
Ya desde su arranque Lester deja claras sus credenciales mostrando la ejecución a sangre fría de un agente de la CIA por parte de un par de esbirros (entre los que se encuentra el legendario Bill Duke, fiel compañero de Schwarzenegger en Depredador y posterior director de cierto prestigio), a la que seguirán toda una serie de explosiones y demás ejecuciones culminadas en el momento en el que la cámara aterrizará en el apartado refugio montañoso en el que vive oculto a la sociedad John Matrix (Schwarzenegger en un personaje que evoca no solo en el nombre a John Rambo) junto a su hija adolescente interpretada por la a posteriori bruja sex symbol Alyssa Milano. Sin embargo la plácida existencia de padre e hija se verá interrumpida con la llegada a la finca de los Matrix de un antiguo coronel quien avisará a su ex pupilo del peligro que parece acecharle tras el reciente asesinato de tres de sus antiguos camaradas.
Y el aviso se hará realidad de forma inminente con el ataque al hogar de un comando de guerrilleros latinoamericanos capitaneados por el malvado dictador Arius (Dan Hedaya), quienes secuestrarán a la hija de Matrix con el objetivo de extorsionarlo obligando a nuestro héroe a viajar a un país latinoamericano con la misión de asesinar al actual presidente. Así Matrix contará únicamente con once horas para zafarse de sus captores y localizar a su hija, emprendiendo una batalla contrarreloj en la que contará con la ayuda de una despistada aprendiz de piloto con el rostro de la bella Rae Dawn Chong, sumergiéndose así en una aventura donde las explosiones, los disparos, las peleas, las persecuciones en coche y los asaltos suicidas deleitarán a todos los fanáticos que añoramos ese cine de acción pasado de rosca y absolutamente fascinante.
Y es que Comando posee todos los ingredientes que deben condimentar un plato tan exquisito como ante el que nos situamos. Ese cine de acción que en realidad constituía una deformación de los patrones del western clásico, mostrando a ese héroe solitario en lucha contra todos y contra las injusticias, canjeando a esos voraces terratenientes y ganaderos por dictadores sudamericanos, comandos comunistas, terroristas con alma de Shakespeare, narcotraficantes, pandilleros, políticos corruptos, ex miembros de la CIA asqueados de todo e incluso extraterrestres. Sí, porque Comando es sin duda un western camuflado bajo el disfraz de un ‹hardboiled› (sentido es el homenaje a Sam Peckinpah inyectado por Lester merced a esos ralentíes y esa fiereza que empapa las coreografías de acción al más puro estilo de La huída o Grupo Salvaje), donde ese pistolero antisocial busca venganza para cobrarse una deuda que en este caso poco nos importa. Porque otro de los componentes indispensables de los que goza la cinta es su carencia de pretensiones artísticas o filosofales. A Lester le importa un bledo el revestimiento formal de su obra e igualmente pasa totalmente de dotarla de componente político o de denuncia. Nos da igual si los malos son comunistas o fascistas. De hecho en el guión no se hace mención a ello. Los malos son malos y ya está, y por eso hay que exterminarlos para bien del espectáculo. Si bien una vez revisada, es necesario resaltar que Comando detenta un espléndido montaje y una fotografía sofisticada a pesar de los errores de continuidad y esos simpáticos efectos especiales artesanales de tienda de todo a un euro (para reírse amanecen esos muñecos de trapo que se muestran inertes y sin movimiento ante la voladura del almacén de armas con el que se abre la traca final que cierra el film).
Pero el engranaje que marca la diferencia entre éste y los demás productos de su época es su desenfadada apuesta por el humor negro. Comando se gana el cielo gracias a su mezcla de ultraviolencia y comedia excéntrica, adoptando un tono burlesco cercano al delirio. Inolvidables resultan escenas como la ejecución del microscópico Sully cerrada con la mítica frase de ¿Te acuerdas que te prometí materte el último? Pues mentí. Comando fue uno de los primeros ‹exploitation› que renunciaron a un guión perfectamente trenzado y lineal, sustituyendo éste por una sucesión de gags y secuencias sin ningún tipo de conexión entre ellas, a cual más bestia, adornadas por una serie de frases lapidarias pronunciadas por un Schwarzenegger al que se le nota comodísimo en su composición de ese Rambo más chulo que un ocho que no dudará en llamar tío mierda a su enemigo antes de liquidarlo o en oler la presencia de guerrilleros escondidos tras los matorrales como el que desayuna todos los días un tazón de Cola Cao.
Y es en ese tono chusco, divertido y altamente surrealista donde Comando marca la diferencia, convirtiéndose en todo un referente que sentó las bases de posteriores títulos como La jungla de cristal (guionizada por el coautor del escrito de Comando Steven E. De Souza), El último Boy Scout, Con Air, La Roca, Cara a Cara o Depredador, todas ellas legendarias películas de acción que moldearon en su contexto los paradigmas innovadores que emergieron de Comando, tales como la sucesión de frases secas con las que perfilar a los personajes, el sentido del humor como soporte de la acción, la presencia de ese héroe homérico derivado del universo del western que se enfrenta en solitario a toda una partida de sanguinarios villanos saliendo victorioso del envite merced tanto a su fuerza bruta como a su inteligencia… y un bombazo final que pone la guinda al pastel haciendo las delicias de los adoradores del séptimo arte desprejuiciado y poco convencional. En el caso de Comando se ornamentará con un asalto de más de veinte minutos de duración en el que John Matrix con el pecho al aire mostrando su elástica musculatura y armado con una potente ametralladora y toda una serie de machetes, cuchillos, lanzagranadas y explosivos aniquilará sin recibir un solo rasguño (solo un tiro en el brazo en el duelo final con el villano arquetípico y ex colega de andanzas Bennett, un mercenario maquillado con cierto aire facial de Andrei Tarkovsky) a más de doscientos milicianos ofreciendo una exhibición de primera categoría empapada por esos primeros planos de la bestia Schwarzenegger en su salsa matando a todo bicho viviente con las balas y explosiones escupidas por su arsenal (un arsenal que no sabemos donde esconde el bueno de Arnie, puesto que el asalto lo ejecuta casi en calzoncillos).
Todo ello convierte a Comando en una joya del cine de los ochenta que marcó toda una época en el género de acción, mostrando las pautas que harían grande a esta especie que únicamente buscaba conquistar al público empleando una potente receta guiada por el puro cine de escape, de modo que las explosiones, las coreografías de acción, y la presencia de un titán carismático que sabía discernir lo justo de lo injusto, eran capaces de conquistar sin ningún tipo de reservas a ese público adolescente carente de referentes en los que apoyarse que visualizaba en las estrellas de acción a esos personajes con los que identificarse a través de unas aventuras divertidas y desenfadadas que tan buenos ratos brindaron a los jóvenes de mi generación culminados en el caso que nos ocupa con el temazo We Fight for Love del supergrupo The Power Station. Para rubricar la reseña, no se me puede olvidar destacar la estridente y pegadiza banda sonora compuesta por el oscarizado y tristemente desaparecido James Horner como perfecto acompañamiento para el lucimiento de Schwarzenegger en las escenas más contundentes del film así como la fugaz aparición tanto de Bill Paxton como de la bella Chelsea Field en dos roles testimoniales.
Todo modo de amor al cine.