El primer largometraje de animación del canadiense Félix Dufour-Laperrière es un elaborado poema visual que sigue la historia del reencuentro de una pareja separada en tiempos de la celebración del referéndum de independencia del Quebec. Joseph, tras decidirse a combatir su alcoholismo, se muda con un amigo e invita a Emma a su nueva casa, con el recelo de Ulysse, el hijo que tienen en común y que desprecia a su padre.
La narración de Ville Neuve está, por tanto, llena de temáticas y trasfondos muy delicados, a los que da ciertamente una gravedad, pero en sí se siente más bien como una divagación libre, como una vía para explorar un medio que permite abstraer ideas y emociones a través de las imágenes. Con trazos suaves, fondos difuminados y hasta inexistentes, personajes y objetos que sobresalen, mutan y se confunden con su entorno, y un blanco y negro constante, la película es una ejercicio de estilización de principio a fin, repleto de metáforas visuales que más que concluir, se dedican a explorar sensaciones.
En ese sentido, lo que echo en falta en la obra y probablemente no fuese el propósito de su autor desde el principio, es una mayor cohesión entre los distintos temas y trasfondos. Particularmente con el tema del referéndum de independencia, que veo relacionado de una forma muy tangencial con el drama familiar que sustenta la película, porque apenas se hace notar el efecto de dicho clima político y social en cómo los personajes principales definen sus relaciones. Es decir, hay un discurso interesantísimo sobre la identidad cultural, las brechas generacionales y las prioridades como sociedad que se extrae de sus comentarios sobre las necesidades de autonomía de la región del Quebec en un país mayoritariamente anglófilo que asfixia su expresión cultural. Pero ese discurso se presenta aquí como una serie de reflexiones en voz alta de sus personajes, que sucede al margen de sus asuntos privados.
Es esta desconexión entre sus elementos el principal motivo de que no me convenza tanto una cinta de la que, por otro lado, aplaudo su intención y su enfoque, sobre todo en lo relativo al medio que utiliza. Es obvio que Dufour-Laperrière admira la animación y explora sus posibilidades, no le importa volverse demasiado vago o abstracto o desviarse de una narrativa lineal porque entiende que, en el propósito de aprovechar sus cualidades no debe atarla a unos ritmos concretos. Y esto es siempre muy interesante y digno de elogio, en particular frente a discursos que consideran la animación como una herramienta representativa y no como un canal de expresión. Pero en este caso creo que no está del todo logrado el equilibrio entre la libertad estilística y la gravedad emocional, y que la película realmente necesita una cierta estructura para abordar todos sus temas de una manera más satisfactoria y cohesionada, entendiendo por ejemplo a sus personajes como fruto de sus relaciones familiares pero también del clima social, y no reduciendo lo segundo a un elemento tangencial de fondo cuando se podría haber incidido en un retrato más poliédrico aprovechando los distintos factores que entran en la narración.
Y es que los dos enfoques principales de Ville Neuve son interesantes por sí mismos, pero juntos forman, en vez de una mezcla homogénea y consistente, un conglomerado sin forma definida en el que la fuerza visual de la película incide creando múltiples secuencias muy potentes pero no un continuo satisfactorio y mucho menos un discurso narrativo sólido. Por otro lado, siento que al pedirle algo más de consistencia en este sentido a la cinta estoy desvirtuando su intención, y en cierto modo renunciando a lo que la hace especial y que admiro desde un acercamiento sobre el papel que, lamentablemente, no se traduce en un disfrute igual de incontestable. Me quedo de ella, de todas formas, con su intención y su visión del medio, así como la ambición expresiva con la que lo aborda.