Una de las dudas surgidas tras la proyección de La prunelle de mes yeux era, amén de las opiniones surgidas al respecto de su calidad cinematográfica, su difícil encaje en lo que podemos denominar cine de autor. Al fin y al cabo estábamos ante una muestra de indefinición entre comedia romántica y film de denuncia social que jugaba con ciertos aspectos autorales pero que se deslizaba inevitablemente hacia el cine comercial francés o lo que comúnmente denominados cine “tietista”.
Pues bien, el estupor llega a su cénit cuando nos enfrentamos a Victoria, film de Justine Triet, que para ser claros haría las delicias de cualquier señora de mediana edad amante de las películas con François Cluzet en el reparto. Como en el caso anteriormente comentado no se trata tanto de si estamos ante un buen o mal film sino más bien el formato con el que nos enfrentamos.
Victoria viene a ser una de esas películas con afán de pequeñez en su clasicismo formal; nada de piruetas o riesgos visuales, nada de experimentación o sello autoral. Aquí de lo que se trata es de fiarlo a la simpatía (pretendida) de la historia y a unas interpretaciones que den la talla (cosa que por otro lado funciona de maravilla). Es decir recursos tan legítimos como cualquier otro, pero que se antojan insuficientes en un festival que quiere dar voz a propuestas más arriesgadas o, como mínimo, con una firma que no sea tan despersonalizada, tan de mercado global.
En Victoria pues se dan cita todos los tópicos y arquetipos del último cine francés que (curiosamente siempre publicitado como nº1 en taquilla en el país galo) llega a nuestras salas comerciales. Un film que aborda aspectos como la sexualidad entroncada con la liberación profesional femenina de forma tan poco sugerente como superficial. Cierto es que no se puede negar la habilidad narrativa para empaquetar el producto con todo lo que a su público objetivo le puede gustar. Lucha, ascenso, caída, redención, la escena sexual para escandalizar aunque solo si tienes más de 55 años, y momentos de humor destensionador de auténtico sonrojo. Pero ello resulta del todo insuficiente para poder, como mínimo, hacer un análisis profundo de un tema que se trata con una ligereza tan despreocupada como desesperante.
En definitiva Victoria podría funcionar a cierto nivel en una cartelera convencional, al ser de digestión fácil, pero su factura tan inodora, insípida e incolora nos trae de nuevo a preguntarnos cuál es el propósito del festival a la hora de programarla. ¿Ampliación de público? ¿Entrada por la puerta trasera a la comercialidad disfrazada? Preguntas estas a las que difícilmente podemos dar respuesta pero que plantean un escenario en el que ya no es que la línea entre comercialidad y autoridad sea borrosa sino que se pretende dar gato por liebre en nombre de un mensaje o de la nacionalidad de una película. Sí, Victoria puede que sea ‹per se› un film “tietista” regular, pero hacerla pasar por cine de autor es simple y llanamente una estafa.