Ahora que el cineasta Víctor García León regresa a las salas de cine con Selfie, desde Cine maldito echamos la vista atrás para recuperar su primer trabajo, Más pena que gloria (2001), una película que mostraba la llegada a la vida adulta de un protagonista marcado por el desencanto.
Hubo durante el cambio de siglo un sin fin de películas españolas cuya temática giraba en torno a aquellos «felices» años adolescentes y el abandono de la infancia a base de golpes para acceder al universo de los adultos. Más pena que gloria se encuadra en esta hornada de cintas que despuntaron en la cinematografía española aunque con una aceptación más limitada que, por ejemplo, Barrio (Fernando León de Aranoa, 1998).
Víctor García León y su coguionista, Jonás Trueba, idearon una cinta marcada por un tono de derrota entre el drama social y la comedia negra. La película sigue la vida de David, un adolescente que de pronto recibe unas cuantas bofetadas del mundo real que hace añicos su hasta ahora apacible vida. Su lucha diaria naufraga irremediablemente en un hogar donde por primera vez sus padres dejan de ser los héroes que él pensaba, mientras descubre el sexo, el amor, la amistad y los primeros sinsabores que vendrán a partir de ahora en su vida.
La cinta peca en ocasiones de un negrísimo panorama en el retrato de la vida de un chaval de barrio. Por suerte cierto humor negro, y sobre todo el personaje interpretado por Enrique San Francisco, en un papel de mentor que le hace ver a David cómo funciona el mundo, rebajan esta sensación de tremendismo dramático de sus responsables.
Seguimos al protagonista en su vida diaria, desde el tiempo que transcurre en el hogar, declarada una trinchera más en sus problemas diarios, hasta las primeras salidas nocturnas con los amigos o el colegio. Pronto queda deslumbrado por Gloria, una chica mayor que él por la que acomete todo tipo de situaciones disparatada. Es evidente la diferencia de vida y de anhelos que tienen. Resulta básicamente imposible una conexión amorosa entre ambos personajes.
Lo que queda por tanto es una obra con los personajes característicos que bien podrían salir de un drama social español, pero pasado por el filtro del retrato generacional adolescente que describe Víctor García. Tal vez sea este punto una de las bazas del filme junto con su tono de fin de época y un humor que brota a cuenta gotas en un relato por lo demás tocado por el drama. Pero es esta combinación entre cine social, tan en boga por aquella época —aunque pocos podían imaginar que una década más tarde este tipo de cine prácticamente desaparecería de nuestras carteleras por agotamiento temático— y cine sobre la adolescencia lo que mejor resulta de la función. Sin duda la segunda vertiente, la del cine sobre la entrada a la vida adulta, esconde la primera, pero se dan de la mano en muchas de las situaciones y hasta personajes que deambulan por la historia.
Años más tarde, Víctor García León y Jonás Trueba volverían a escribir el libreto de Vete de mí que dirigiría el primero, con una aceptación por parte de la crítica más que aceptable, incluyendo una Concha de plata al mejor actor (Juan Diego) en el Festival de San Sebastián del 2006.
Después Jonás iniciaría su propio camino como cineasta, empezando con Todas las canciones hablan de mí (2010) y acabando, de momento, con La reconquista.
Víctor García León ha tardado más de una década en sacar adelante su siguiente trabajo como cineasta, Selfie. Lo interesante es que Más pena que gloria aspiraba a ser una película modesta pero de cierta tendencia a catalogarla como la típica película mediana al que el boca a boca empuja hacía el éxito. Era lo que se destilaba entonces. 16 años más tarde, no queda nada de esa forma de hacer cine en una cartelera conquistada, en cuanto al cine español, por productos respaldados por los dos canales privados de televisión más importante de España. Por lo que Víctor García León parece haber cambiado la manera de llevar adelante sus películas, tal como vemos en Selfie.