La inseguridad ciudadana es uno de los motivos que esgrime cada vez más a menudo la extrema derecha con tal de alimentar una política del miedo focalizada sobre determinados sectores en pos de seguir dando pábulo a ciertas ideas que fomentan unos estereotipos cada vez más presentes. Precisamente de una presunta agresión, la padecida por el hijo de Irina, surge Victim, debut en la dirección de Michal Blaško que comprende con la pieza que nos ocupa uno de esos films que va desplegando capas poco a poco y que, casi sin quererlo, otorga una radiografía mucho más completa de lo que parecía diferirse de su premisa inicial. La, como comentaba, supuesta golpiza que hará regresar a Irina a la República Checa antes de tiempo mientras intentaba terminar unos papeleos en su Ucrania natal, mostrará en primera instancia un panorama tenso en torno a las diferencias entre vecinos de muy distinta procedencia, dibujando de ese modo un ambiente sobre el que se cierne cierta incomodidad, que proviene en no pocas ocasiones de conductas agresivas y dedos acusadores que predeterminan pautas de comportamiento eminentemente defensivas provocando así esas fricciones sobre las que tales grupos construyen su ideario.
Blaško expone así una problemática que no predispone ni mucho menos un relato plano y unidireccional, poniendo sobre el tapete cómo la indefensión provoca respuestas desmedidas y que en ocasiones no inciden en la búsqueda de una solución, sino de responsables, de quien pueda cargar con la culpa con tal de aligerar el peso de una acción que en el fondo sigue estando ahí. Victim traza en ese sentido una exposición que si bien a ratos se puede sentir tramposa por cómo descubre las aristas de una treta un tanto endeble —si acaso sostenida en la inconsciencia que provee a veces la adolescencia—, en todo momento decide emplear esos giros para aportar matices a una discursiva que no se detiene en el ámbito social, y hace emerger desde lo político una disertación aún más interesante sobre el germen de determinadas controversias que no se sostienen únicamente en estigmas y tabúes, siendo cuestiones mucho más profundas las que las generan. El cineasta eslovaco lo tiene claro, y aunque su obra parezca devanear sobre soluciones argumentales en algún instante, el rumbo que toma la historia se asienta a medida que avanza y formula su particular tesis.
A todo ello ayuda la claridad expositiva de un film que manifiesta con rapidez y diligencia los indicios de un relato que pronto ha descrito y puesto en contexto la situación de la protagonista así como revelado las claves de esa coyuntura sobre la que se asentará algo más que el periplo de una madre en busca de justicia: también una guerra de intereses que define muy a las claras el modo en cómo la sociedad y sus herramientas se apresuran en politizar cualquier situación con tal de sacarle partido. Blaško lo acompaña de un aparato formal, muy a la manera de ese cine proveniente del este —donde abundan esos ‹travellings› desde los que estimular la inmersión del espectador, así como un uso del color muy concreto, en el que destaca esa gamma de colores más tenues apegados al cine social de esa parte de Europa—, que quizá no aporta dimensionalidad a la propuesta, pero la complementa, haciendo de Victim un trabajo que puede que no se sienta tan maduro y sugerente como debería —si bien es cierto que estamos hablando de una ópera prima—, pero cuanto menos tiene clara una direccionalidad que es, en cualquier caso, la encargada de lograr que de su reflexión deriven más que obviedades, algo que consigue gracias a una falta de tapujos que por suerte no deviene en estridencias ni maniqueísmos varios tan del gusto de determinados cineastas en otras latitudes del Viejo continente.
Larga vida a la nueva carne.