El segundo largometraje de la directora costarricense Paz Fábrega es una cinta romántica con claras reminiscencias a Antes del amanecer de Richard Linklater, que como en aquella centra su historia en la narración de cómo dos personas se conocen en un encuentro casual, se tantean y descubren que conectan a un nivel inesperado.
Todo muy sencillo y esquemático para una película en la que, más allá de la pareja principal, apenas aparece un personaje en pantalla esporádicamente, y que por tanto ha de sostenerse por completo en la interacción entre ambos. En este apartado cumple con nota y hace de su limitación su mayor virtud. Los diálogos surgen con naturalidad, y la química entre Pedro y Luciana es patente a lo largo de todas las escenas que comparten, gracias a las buenas actuaciones y al entendimiento mutuo de ambos intérpretes.
Rodada por completo en blanco y negro, lo cual dota al filme de una estética sugerente y muy evocadora, como si de un recuerdo amable se tratara, Viaje es una historia narrada con un estilo intimista que pretende mostrar desde una perspectiva cercana, aunque evitando un tono invasivo, las interacciones de sus personajes. Fábrega observa los diálogos y situaciones de la pareja con cierto cariño, sin llevar la película claramente al terreno de un discurso personal, pero al mismo tiempo sin que su punto de vista resulte frío y alejado de las emociones que expresa. Sin duda, lo que se narra en esta cinta es una visión del amor que por sencilla y edulcorada podría ser calificada de ingenua, y lo que la salva de esta apreciación es precisamente esa habilidad de su directora y guionista para colocarse a la distancia justa de los acontecimientos, encontrando un equilibrio muy meritorio y haciendo de su obra una exposición sincera de una circunstancia que tiende a ser idealizada.
A pesar de narrar un romance apasionado, no considero a Viaje una historia de amor propiamente dicha. Más bien, se diría que el encuentro entre Pedro y Luciana, con todo el énfasis que se le da, dentro de la película no deja de ser una situación o herramienta narrativa que sirve como expresión de los deseos de liberarse de las ataduras sociales y la cotidianeidad, presente por encima de todo en la perspectiva de Luciana, para quien encontrarse con alguien como Pedro supone un vuelco a sus costumbres diarias. Es por ello que, inevitablemente, da la sensación de que es el punto de vista de ella el que prevalece en la narración.
Pocos errores importantes pueden sacarse más allá de esta descompensación entre ambos personajes que parece ser voluntaria; tal vez, rascando mucho, se podría decir que empieza todo de una forma algo errática y con un punto en el que resulta abrupta, o que en cierto modo los personajes dan la impresión de verse forzados a atraerse en un principio, terminando también con una decisión que resulta precipitada, aunque en este caso la veo encuadrada con mejor sentido de la coherencia narrativa y creo que el efecto logrado es exactamente el buscado. A pesar de que ninguno de estos peros mina el disfrute de la cinta, y sumando todos los méritos mencionados a nivel de puesta en escena, interpretaciones y tono que pueden encontrarse a esta película, es inevitable sin embargo pensar en ella como algo demasiado pasajero, como una anécdota que no llega más allá. Se puede decir que el resultado final adolece de esa sencillez que forma parte de la premisa y desarrollo de la misma. La de Fábrega es una historia pequeña, disfrutable pero incapaz de proporcionar una experiencia memorable, muy breve y prescindiendo de contexto que muy seguramente habría enriquecido a la narración y hubiera permitido resaltar más los puntos de vista. La sensación que da es que llega todo lo lejos que quería llegar, y que esa meta, lamentablemente, no era demasiado elevada.
La conclusión que deja Viaje tras los escasos 70 minutos que dura su metraje es la de haber proporcionado una experiencia sólida y disfrutable que, por encima de todo, demuestra la destreza narrativa de su autora y su habilidad para llevar la historia a donde quiere en todo momento. Pero al mismo tiempo deja un regusto agridulce, de satisfacción incompleta por algo que solamente se queda en una superficie, sin duda amable y llevadera, pero de escaso calado.