¿Cuál es el precio de la devoción absoluta y la dedicación exclusiva de una madre hacia sus hijos? El principal es la resignación a carecer de una vida para si misma, una vida que desde el mismo embarazo ya está dedicada al bienestar, la crianza y los cuidados de sus, para ella, eternamente niños hasta que abandonen el hogar para explorar el mundo, estudiar fuera, tener su propia casa, introducirse en su carrera laboral y, en definitiva, crear su particular camino y su familia de manera autónoma. Al margen de imposiciones sociales y expectativas que suponen una presión adicional para la mujer en este aspecto —como retrataba en toda su dimensión trágica Iram Haq en I Am Yours (2013)— Celia Rico Clavellino propone en Viaje al cuarto de una madre el retrato de la relación de una joven que está a punto de abandonar su casa en el pueblo con su madre, ambas todavía superando la ausencia del marido y padre tras su reciente muerte. Leonor quiere buscar oportunidades fuera del país, lejos de su madre. Estrella se encuentra ante el abismo de una soledad repentina que pone a prueba su capacidad para retomar para si misma su existencia sin tener que entregarse a otros sin restricciones, horarios o espacio personal.
La mirada tierna de la directora hacia sus personajes hace su primera parada en el de Anna Castillo. Una joven que necesita buscar su propio destino y a la vez experimenta la culpa por dejar sola a su madre. A través de distintas viñetas costumbristas juntas, comiendo, viendo la televisión o discutiendo se perfila una dinámica rica en detalles con sus momentos tristes y felices, confrontaciones y reconciliaciones que se producen sin necesidad de palabras. Siguiendo a Leonor al trabajo o a un local de fiesta, hablando con amigas, surgen sus dudas y sus verdaderos deseos. Ella sí cuenta con sus propios espacios de desarrollo personal, ocio, relaciones de distinta naturaleza e incluso espacios de intimidad virtual a través del móvil o su ordenador conectados a Internet. Celia Rico Clavellino establece este punto de vista como una forma de identificar al espectador con el planteamiento de su relato en todo su alcance a través de una concisa pero minuciosa narración que introduce multitud de detalles que construyen una relación madre-hija de gran especificidad pero a la vez la proveen de un carácter universal.
El punto de vista de la madre asume el peso de la historia para mostrar una crisis de identidad. Todavía instintivamente se desvive por el confort de su hija, incluso aunque se encuentre a cientos de kilómetros. Esta crisis es la que provoca en la madre interpretada por Lola Dueñas una transformación a través de pequeños pasos, gestos y decisiones. Estrella comienza así a asumir espacios para si misma, retomando una vida propia que no tiene nada que ver con su dedicación a la familia. Espacios que puede apropiarse en su propia casa para coser unos trajes a unos amigos o aprender a usar WhatsApp —con hilarantes y muy reconocibles consecuencias— y construir relaciones que no tienen nada que ver con su faceta de madre. La película se desarrolla como un viaje de autoconsciencia del sacrificio silencioso de una madre y su reacción ante la oportunidad de dar valor a su vida dejando de lado las necesidades de nadie más que ella misma.
Llama especialmente la atención que el personaje de Lola Dueñas nunca se vea fuera del hogar. Un hogar que la directora rueda como si fuera un universo inmenso en detalles, cuyos rincones, muebles o elementos decorativos tienen un significado de gran resonancia para ella. Todo con una magnífica demostración de gestión de los espacios con la cámara, el montaje y la composición, algo en lo que ya destacaba en su corto Luisa no está en casa (2012). La vemos existiendo únicamente entre las paredes de una casa en la que realiza todo tipo de tareas domésticas y cuidados durante gran parte del metraje. Configurando así en su interior un relato cotidiano, sin grandes eventos, en el que el tiempo parece haberse parado, parece no tener valor. Todo ocurre fuera de esas habitaciones, cocina y sala de estar. Y poco a poco el tiempo parece volver a transcurrir gracias a cómo lo captura la directora con las elipsis y la conexión humana respecto a determinados elementos de su decoración que se van transformando, que cambian por primera vez desde hace muchos años, como una mujer que por fin puede dedicarse a ser quien quiera sin asumir las responsabilidades de los actos de nadie más.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.