Vermiglio (Maura Delpero)

En el pasado Festival Internacional de Cine de Gijón, en su sección Esbilla (que aglutina lo más destacado del panorama cinematográfico independiente de la temporada) se ha presentado Vermiglio, la última película de Maura Delpero (Maternal) y que ha en entrado dentro de la preselección por Italia para la candidatura de los Oscar. Ya con Maternal (premiada en Locarno), Delpero exploraba las relaciones interpersonales poniendo el foco en la maternidad, una idea que bordea constantemente en esta su reciente película; Vermiglio (que hace referencia a la localidad alpina del padre de la directora) se ubica en los últimos estertores de la Segunda Guerra Mundial, dentro de un foco familiar que vive aislado en un pueblo italiano alejado de los grandes focos urbanos. Un popular pueblerino y sus allegados reciben la visita de un soldado desertor que trastoca de manera muy emocional la tranquilidad que vive esta pequeña localidad excluida, a priori, del conflicto bélico. Delpero utiliza esta premisa para exorcizar a sus personajes, sacando a relucir una serie de sentimientos oprimidos, viscerales e incluso virulentos, naturalidad que choca frontalmente con la apacible vida de un pueblo sumido en la pacífica incomunicación de los tiempos de guerra.

De lo primero que se sirve Delpero para mostrar su pulsión cinematográfica es de una excelente ambientación, que nos entromete de lleno en el prototípico pueblo del norte de Italia aislado entre montañas y bajo un paisaje nevado. Evidentes son las querencias de la cineasta por construir una válvula inmersiva para el espectador, con paulatinos planos generales a favor de crear una atmósfera, trasunto de predisposición escénica que introduzca el involuntario destierro de este tipo de pequeñas localidades dentro de un conflicto de magna importancia como una Guerra Mundial. La orografía montañosa y nevada no sólo ofrece en la película una serie de bellas imágenes que otorgan un nivel audiovisual excelso para una película de corte intimista, sino que a medida que avanza la trama la escenografía acaba por teatralizar el espíritu de decadencia que se vive a medida que se va mostrando el conjunto de personajes. Al igual que (por citar un trivial ejemplo) hizo en su momento Paweł Pawlikowski con su maravillosa Ida, Delpero se esfuerza en ese apoyo estético para que la película se convierta en algo poliédrico, en el que el elemento formal (la nieve como forma de exteriorizar un clima en cierta medida decadentista) se una directamente con el fondo de su mensaje, donde las interacciones entre sus personajes (que, por contra, no son ubicadas en interiores) alcancen un clima potencialmente sombrío, pero que dejan el regusto de filmación con una cinematografía cuidada y de innegable belleza.

Es en esas relaciones donde se encuentra el epicentro de pretensiones de la cineasta, utilizando el elemento externo de ese cubículo soterrado y bucólico, un soldado desertor, que llegará para despertar un laberinto emocional que trae consigo un pequeño torbellino belicoso dentro de una zona tan alejada al estallido mundial que se está viviendo en aquel momento. Para darle consistencia argumental, Delpero se sirve de ciertos aires de dramatización de la idiosincrasia del lugar (de tintes autobiográficos, siendo una zona que conoce muy bien), y más con la perspectiva de la vida rural de aquellos tiempos; que la acción emocional se ubique principalmente en la figura del maestro local es una forma de centralizar el drama, del cual no escapa cierto seguimiento inicial del día a día del pueblo. Su recorrido por diversos lugares clave de cualquier ambientación rural, con una cotidianidad que irremediablemente se ve unida a la situación mundial que se vive en ese momento; diversos jóvenes de la región han ido a combatir y por ello la situación se siente vivida desde una perspectiva femenina. Si bien la llegada este soldado se utiliza como un mero mecanismo detonador emocional del conjunto, podemos percibir que lo que a Delpero le interesa es mostrar una serie de realidades del momento más ligadas a cierta represión, que impidió una evolución anclada por el importante capítulo histórico vivido. La figura de la mujer, su drama y su imposibilidad de avance dentro de un cosmos social estancado, es la idea que sale a relucir cuando la película muestra un arraigo emocional evidente en su tramo final, dejando un regusto de denuncia enfervorecido por la facilidad con la que la cineasta ha dotado de realismo a su coral grupo de mujeres protagonistas.

Si al principio del texto se subraya la importancia de esa capa formal creada con la grata recreación rural en unos paisajes tan anexados a la idiosincrasia alpina, conviene finalizarlo con otro de los aspectos muy a tener en cuenta en la identidad de Vermiglio, su grupo de atinadas interpretaciones. Conviene, a este respecto, el acentuar en el amplio componente femenino que se siente a la hora de asimilar la perspectiva con la que se crea el drama, escenificado de manera primordial con la debutante Martina Scrinzi, sin olvidar al veterano Tommaso Ragno, que se ve agradecido en lo relevante de su personaje.

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