Borges escribió que «La historia universal es la de un solo hombre», una bella sentencia que nos habla de la importancia del individuo. Cada uno, como si estuviese en un laberinto, avanza por el camino que cree correcto, dando pie a quiebros y requiebros que conforman la experiencia vital de cada uno. Una experiencia que se entrecruza y se entrelaza con la historia del mundo.
Ahora bien ¿Qué pasa cuando esa historia amenaza con perderse? ¿Qué es lo que queda cuando a uno no le quedan ni los recuerdos? David Sieveking ha vivido esta historia de primera mano. Su madre, Greta, de 73 años, sufre de alzhéimer, una enfermedad para la que no hay, por el momento, cura. El día a día es duro. Ella se aleja cada vez más del mundo y se pierde por caminos misteriosos. Su padre, Malte, se dedica a cuidarla y a intentar estimularla para paliar su inexorable deterioro.
Una historia como otra cualquiera, una historia totalmente distinta a las demás. David, realizador de este documental, vuelve a su casa para tratar de echar una mano en los cuidados de su madre. Mientras reflexiona, se da cuenta de lo poco que la conoce. Y el tiempo se va agotando a medida que se pierden los recuerdos.
Decide, por tanto, realizar un largometraje tan duro como tierno para concienciar a la gente del alzhéimer, de cómo se vive el día a día con un paciente que sufra esta patología, mientras indaga en la vida de su madre, en su pasado, en la memoria que solo queda en documentos, fotos y la cabeza de otras personas que la conocieron. Es un film que nos presenta la realidad de una enfermedad, sí, pero también la biografía de Margarete Sieverking. Quien fue, que hizo, como amó, que pensó, sus actividades políticas, su familia, y, tristemente, sus últimos días.
De este modo conocemos a Margarete, Greta, que, pese a su enfermedad, presta toda su espontaneidad a la película, consiguiendo sacarnos una sonrisa mientras lucha por su vida. David, que decide grabar la evolución de los cuidados de su madre, va explorando el pasado de sus padres mientras intenta estimular a su madre llevándola a lugares emblemáticos y a ver a personas que fueron importantes para ella, buscando la chispa, la memoria, el recuerdo que amenaza con escaparse.
Así, entre el humor espontáneo de Greta, la voluntad inquebrantable de David y la paciencia de Malte, junto con apariciones esporádicas de otros miembros de la familia del director alemán, vamos viendo una historia que, aunque a grandes rasgos ya nos sabemos (el deterioro del enfermo, la llegada de cuidadores especializados, el internamiento) es una historia completamente nueva, al estar hecha desde un punto de vista muy concreto. La historia de una persona, la historia de todos.
Es una película muy personalista, parece, por decirlo así, un vídeo casero desarrollado y profesionalizado (eso sí, con la fotografía prácticamente insuperable de los Alpes suizos de fondo) Ahí está su encanto, en su candor, en ese aire naif, en ese tono de homenaje. En el fondo, Sieveking nos muestra una historia que hemos y que no hemos visto. Si conseguimos, y conseguiremos, identificarnos con alguno de los personajes de esta cinta, cosa no muy difícil al ser gente sencilla, la película barrerá fronteras y nos llegará directamente al corazón. Se quedará, paradójicamente, en nuestro recuerdo y nos dejará interesantes reflexiones. Es el Amor de Haneke en su versión real. Y todos sabemos que la realidad siempre supera la ficción.