Una mudanza implica una serie de cambios psicológicos en las personas que la realizan, por mucho que el piso de destino se encuentre en la misma ciudad que el de origen. Así sucede con la familia Jardine, que abandona Manhattan para trasladarse a la casa de Brooklyn que el padre de Brian le ha dejado en herencia tras su fallecimiento. Este traslado, como casi todos, impacta sobremanera al pequeño de la familia, Jake, que a sus 13 años ostenta un talento pictórico inversamente proporcional a su capacidad para relacionarse con los compañeros de clase. Todo cambiará cuando conozca a su nuevo vecino Tony, criado en una familia latina que ostenta una tienda amparada anteriormente por el padre de Brian pero cuya propiedad ahora se disputarán ambas familias.
Verano en Brooklyn (Little Men) trata de narrar varias historias paralelas bajo una misma línea argumental. Por un lado contemplamos el nuevo mundo que se abre a los ojos de Jake gracias a su nueva amistad, que le otorgará un impulso claro pero realista en su concepción de la sociedad. Por otro lado, la carrera profesional de Brian como actor. Y, como escenario principal, la relación entre este y Leonor Calvelli, la inquilina de la tienda que asegura que el padre de Brian le dio a conocer antes de su fallecimiento su deseo de que esta mujer siguiese al mando del negocio. Brian no solo se encontrará ante una disputa meramente contractual, ya que la disyuntiva entre satisfacer los deseos de su hermana y los de la madre de su nuevo hijo se convertirá en un verdadero drama familiar.
El progenitor de esta película es Ira Sachs, director estadounidense al que muchos ya se apresuraron en ponerle etiquetas de “cineasta de lo gay” tras sus dos películas previas, Keeps the Lights On y El amor es extraño. Lo cierto es que, más allá de la indiscutible relevancia del componente homosexual en ambas, si hubiera que ponerle algún sello a Sachs después de ver sus tres últimas obras sería más bien el de una persona que retrata las diferentes etapas de la vida y el comportamiento de las diferentes generaciones, haciendo especial hincapié en la relación jóvenes/mayores. Si Keeps the Lights On se centraba en dos chicos que buscaban su espacio en el mundo y El amor es extraño hablaba de las dificultades de una pareja sesentona para resolver una situación injusta, ahora Verano en Brooklyn se adentra a explorar los comienzos de la siempre problemática adolescencia, la crisis de los cuarenta en adultos y cómo se pueden resolver las disputas paterno-filiales que surgen en torno a esta época de cambios.
Al llevar todo esto a la práctica, Sachs opta por un desarrollo comedido sin que por ello su película adolezca de falta de ritmo. Los 85 minutos de metraje son solo la muestra numérica de la preferencia del cineasta por moverse en entornos reducidos, sin grandes metas ni pretensiones superiores a las que los espectadores deduzcan dentro de su mente. Verano en Brooklyn define rápidamente el carácter de sus dos protagonistas adolescentes y desde ahí tira hilos para tejer el resto de la película. Esta facilidad para esbozar un retrato completo de los personajes sirviéndose de apenas una escena es lo que le servirá a Sachs para huir de innecesarias explicaciones y dedicar ese tiempo a plantear cómo evoluciona la relación entre los personajes adultos.
Finalmente, Verano en Brooklyn se queda exactamente en el punto en el que había deseado estar desde un principio. Aunque se pueda echar en falta algo más de contenido en lo que se refiere a la familia latina y la segunda mitad del film evidencie algunas carencias en la evolución de los dos protagonistas, Sachs consigue trasladarnos una historia veraz e interesante al tiempo que huye de grandilocuencias, una característica que ya dejaba ver en su anterior obra. Intencionado o no, el mérito último es hacernos abandonar la película sin haber aprendido una conclusión clara, puesto que las relaciones que se reflejan en el film invitan a todo menos a encontrar una clave para resolver con acierto estas situaciones.