Zapatillas tuneadas con cientos de colores, bicicleta BMX con pegatinas de aliens, pantalones cortos y un Casio de los elegantes. El rastreo inicial del aspecto de nuestro protagonista ya nos pone sobre aviso: estamos ante un abanderado sobre el que se han rescatado algunos de los elementos más reconocibles de una generación. No nos están situando en ese verano de los 80, nos están recordando todo aquello que la actualidad ha pescado del baúl de los recuerdos para volver a convertir en hábitos diarios. Podría ser más una artimaña de marketing que un background estilístico, lo que pasa es que lubricamos la industria de lo obsoleto con ilusión, arcoiris y dinero de plástico y recuperamos ese Casio, lo comparamos con el que hay en pantalla y nos sentimos en casa, sin importar lo vívido que sea en nuestro recuerdo lo que hacíamos en verano ese año.
La cultura de la nostalgia nos tiene enganchados en un momento en el que es fácil quedarse atrás con los excesos de estímulos. Hay tanto «ultimísimo» que queda denostado en una semana, que mirar atrás es la balsa de aceite que muchos prefieren disfrutar, para jugar a las comparativas y al «yo tuve uno como ese». Lo bueno de este movimiento es que se estira como el chicle del que hablaba un compañero a propósito de Turbo Kid, y de momento la elasticidad aguanta y no consigue romperse.
Esto sucede porque los que recrean la dimensión ochentera saben contagiar su fanatismo, no son coleccionistas de embalaje y pinzas, son de los que han manoseado el objeto, los que han crecido viendo películas ahora convertidas en culto por ellos mismos, hasta trasladar ese espíritu a una historia que sí, está repleta de referencias —dependiendo de lo puntillosos que seamos veremos plagios u homenajes—, pero siempre consigue aportar algo nuevo, aunque simplemente sea el orden de los hechos.
Turbo Kid fue la carta de presentación de los RKSS (Roadkill Superstars es mucho mejor que recordar a Anouk Whissell, Yoann-Karl Whissell y François Simard) donde ya se declararon a favor del reciclaje, la mitomanía y las bicis —que eran, son y serán territorio de Los bicivoladores. Los aussies siempre han sido unos privilegiados—. Aunque allí se fusionaban con lo kitsch, en Verano del 84 van mucho más de frente en su ambientación y, desde la obviedad de su título se permiten crear tres frentes para una gran y sorprendente lucha final.
«Incluso los asesinos en serie viven al lado de alguien», dice Davey al comenzar la película. Él es uno más en el grupo de cuatro chicos que en apariencia nada tienen que ver, pero es una de esas amistades forjadas por proximidad, por eso de dirigir toda una trama en un barrio de las afueras. Muchas películas llegan a nuestras cabezas con un grupo de amigos dispar que se une para descubrir un misterio, pero Verano del 84 surge aprovechando la consciencia del espectador de la existencia de todas ellas, por lo que se le exige ir un paso por delante. Es fácil acomodarse en el envoltorio de esos años 80 tan reconocibles, así que añaden uno de los entretenimientos favoritos de ayer y hoy: la conspiranoia. Así sus directores consiguen dar pábulo a lo emocionante de investigar al vecino policía, momento en el que fortalecer la exaltación amistosa y la intriga, por lo que cada vez que surge una nueva teoría se anima la música creada para la ocasión por Le Matos y se ilumina la mirada de su protagonista, mientras que cuando realmente se atreven a jugar con fuego en sus intrincadas teorías, les lleva a tensar las calurosas noches estivales vigilando con los prismáticos en una mano y el walkie en otra a través de la ventana (sí, otro clásico).
Pero lo que realmente toma fuerza en Verano del 84 es que, más allá de amistades, conspiraciones y asesinatos, lo que realmente nos quieren contar sus directores es el duro paso al universo adulto. La película es una ‹coming of age› maquillada con referencias a otros cines que siempre se han topado con ese delicado momento del cambio, como son los films de aventuras y los slashers juveniles. Partimos de la inocencia de cuatro chicos que se debaten entre ver tetas y jugar a «la caza del hombre»—véase el doble sentido del juego de marras, sabiendo las intenciones de los muchachos—, en un entorno acomodado, donde los adultos son un simple boceto de la realidad, a los que solo se recurre en la figura de los padres —se les nombra y solo se muestra de ellos actitudes erráticas que los hijos ocultan, manteniéndose siempre en un segundo plano— y de Mr. Mackey, objeto de recelo de los adolescentes y cúspide de autoridad para el resto de vecinos. Si el adulto ausente es una vieja excusa para dejar crecer a los protagonistas, el truco definitivo es el uso de «la vecina de al lado»: Nikki es el recuerdo incesante de ese paso que tiene que dar Davey, es ella quien le habla en todo momento de un pasado cercano, de echar de menos ser niña, cuando no era consciente de lo que traman los adultos; le avisa que pueda arrepentirse de perder su verano, quiere salir de ese lugar para conocer el mundo que existe fuera del barrio, ella ha vivido el punto de inflexión y es como una señal luminosa que indica la salida.
Nostalgia, conspiración y abandono de la niñez se mezclan para llevarnos a un final oscuro y tenebroso, y los tres frentes se cierran para fortalecer (de un modo totalmente referencial) la verdadera historia, que hay un final de verano en el que todo cambia. Parece un tanto radical el modo en que destruye el tono un tanto naïf en el que nos han implicado durante todo el metraje, pero es suficientemente efectista como para ponernos en nuestro sitio. A simple vista nada tiene que ver con la gran proeza de David Robert Mitchell en It Follows, pero sí hay ciertas reminiscencias en el modo de manipular el terror subjetivo ante lo desconocido para convertirlo en un perfilado adiós a nuestra infancia. En It Follows encontrábamos sutileza, cuando aquí se apela directamente a la juventud de cada espectador, ya sea rememorando realidades o cinefilias, todas pasadas, para llegar a un mismo punto, todos tenemos claro que el miedo de los adultos es mucho más angustioso.
Verano del 84 sabe entretener y a su modo sorprender a los que se acercan a ella, siempre y cuando uno todavía reciba con cierto interés el festival remember que estamos viviendo en la gran pantalla.