Frida es una niña que se queda huérfana a los seis años, después de que su madre haya fallecido a causa del sida. La pequeña queda a cargo de sus tíos, que ya tienen una hija de similar edad. Pese a la seguridad que otorga convivir con familiares en lugar de haber ingresado en un centro de adopción, la vida de Frida estará lejos de ser idílica. Además de la tristeza que la niña alberga en su interior por la pérdida y el consecuente impacto que esto provoca en su personalidad, Frida deberá afrontar circunstancias como el miedo que la enfermedad de su difunta madre todavía despierta en algunas personas de su entorno, el cambio de rutinas y estándares, la transición a una nueva familia y, sobre todo, el hecho de sentirse sola ante todo ello.
Verano 1993 (Estiu 1993) no solo es la ópera prima de Carla Simón con la que la directora atrajo una amplia colección de halagos en Berlín o Málaga. También es la crónica personal de un período estival en el que la vida y el futuro de esta directora barcelonesa cambió por completo. Ella misma ha asegurado que casi todo lo que aparece en la película es veraz, aportando algún pasaje de ficción con el objetivo, probablemente, de reforzar el sentido dramático de la cinta. Y lo cierto es que sale bien parada en este aspecto.
Porque Verano 1993 es un film elaborado a base de lo veraz y natural, sin entender estas palabras como sinónimas de verosimilitud (algo que solo será conocido por la autora y ciertas personas de su entorno), sino en su sentido puramente cinematográfico. Es difícil recordar en los 96 minutos de metraje algún pasaje que resulte impostado. Lo que Carla Simón nos muestra es lo que realmente pretende transmitir, el camino de una niña para hallar su espacio en la nueva vida que se abre ante ella. Desde el comienzo de la película, que se sitúa en los instantes posteriores al fallecimiento de la madre de Frida y la posterior llegada de la pequeña a su nuevo hogar, todo parece fluir a una cómoda velocidad de crucero donde no hay espacio para rimbombantes diálogos o forzadas lágrimas. Incluso los cambios de plano parecen encajar en esta sutil belleza que a algunos nos hace olvidar que estamos en una sala de cine.
Se ha comparado a Verano 1993 con reputadas obras de la historia de nuestro cine como El espíritu de la colmena o Cría cuervos… Por encima de cualquier consideración basada meramente en la calidad, símil muy difícil de trazar incluso para una buena película como esta de Carla Simón, salta a la vista el principal nexo de unión que enlaza a los trabajos de Erice y Saura con el que aquí comentamos: su protagonista. La mítica Ana Torrent tiene una especie de heredera en Laia Artigas, cuya contemplativa mirada basta para transportarnos a su realidad, a esas secuencias en las que la pequeña Frida percibe que existe un vacío difícil de reemplazar.
También podría ser Verano 1993 una invitación a la nostalgia de la infancia y, más concretamente, a aquellos que identificamos esta etapa de nuestra vida con los años 90. Pero Carla Simón no nos presenta estos recuerdos noventeros de un modo que persiga la melancolía de los que añoran tiempos mejores, sino que se limita a reflejar la atmósfera de la época a través de pequeños detalles para cumplir con la fidelidad de lo que nos está contando. La directora se mueve, una vez más, con esa cultivada sensibilidad que define a su ópera prima, una excepcional noticia para el presente del cine español y, ojalá, también una esperanza de cara al futuro.