El director polaco Jan P. Matuszynski presenta en su segundo largometraje de ficción un concienzudo recorrido por el caso real de la tortura y asesinato de Grzegorz Przemyk, un joven que falleció tras ser golpeado por miembros de la milicia oficial del Estado en 1983, siguiéndole al suceso todo un aparataje de corrupción política e institucional en el seno del gobierno comunista de Polonia, destinado a silenciar lo ocurrido y establecer una narrativa conveniente para eludir responsabilidades por un crimen que no pasó desapercibido a la población.
Con una duración de más de dos horas y media, Varsovia 83: Un asunto de estado tiene tiempo de sobra para ahondar en los detalles del proceso. Centrado en la figura de Jurek Popiel, amigo y acompañante de Grzegorz en el momento en que sucedieron los hechos, la película muestra cómo éste, en su empeño por hacer justicia y porque se escuche la versión real de lo que ocurrió, se convierte en el enemigo número uno del Estado, que despliega todo tipo de tácticas para silenciarlo. Acusarle de crímenes, presionar a sus familiares y seres cercanos con “trapos sucios” o hacerle quedar como un borracho y drogadicto son algunas de las estrategias que utilizan activamente ante un caso cuya dimensión mediática se les va completamente de las manos.
Pero esto no significa que la cinta ofrezca una lectura optimista. Es la historia de un aparato estatal incompetente y corrupto tratando de callar a un solo individuo para que no diga su verdad sobre un crimen que, para colmo, ni siquiera hubo motivo alguno para manejarlo como si de un delicado secreto de Estado se tratase. Pero al fin y al cabo habla también de cómo sus cloacas se ramifican, proliferan por todas partes y borran toda opción de Jurek para defenderse de manera justa. Es una película sobre la dificultad, casi imposibilidad, de reivindicar justicia ante una presión sobrehumana, constante e incansable. Y también una cinta amarga por su reflexión sobre el compromiso personal y por cuánto está uno dispuesto a sacrificar por una causa justa, porque poco a poco la presión también va doblegando a los aliados y a la gente en quien confía Jurek.
Asimismo, pese a que las traiciones al protagonista se formulan en el filme de una manera inequívocamente negativa (las decisiones de su padre en particular, quien engaña y traiciona a su hijo), Matuszynski retrata sus actos desde un marco de comprensión, como fracasos individuales ya sea por cobardía o por coacción externa, y que marcarán sus relaciones futuras y les impedirán alcanzar de nuevo la paz mental. No es eso lo que tiene reservado para las altas esferas y sus perritos falderos, a quienes muestra con una mezcla entre frialdad pragmática llena de cinismo y un idealismo hueco y maleable por lo que digan las instancias superiores de su partido. Se podría argumentar que esta perspectiva resulte algo maniquea, pero no deja de representar fielmente la idea de las estructuras de un poder que afirma emanar del pueblo siendo incapaz de conectar con éste a un nivel emocional, y comportándose como un macro-individuo egoísta que solamente puede protegerse y velar por sí mismo.
No es que sea una perspectiva nueva y en especial en referencia a los regímenes satélite de la antigua URSS en Europa, pero sin duda es eficaz explorando la frustración colectiva frente a un Estado que dice representarles y hablar por ellos, pero a la hora de confrontarlo resulta en una amalgama hermética de autoridades que sólo responden ante los niveles más altos en una jerarquía progresivamente más inaccesible. Se puede discutir que la película necesite un metraje tan largo para mostrar estas dinámicas, pero el retrato que ofrece de éstas es demoledor en su alcance y de un detallismo desolador. Eso las hace frustrantemente eficaces, pero también y como algunas voces disidentes les indican, marcadamente incompetentes, escalando unas maniobras inicialmente torpes, en respuesta a un caso controvertido, hacia todo un thriller político de calado insondable y en el que su eventual e inevitablemente triunfo se venderá muy caro, mucho más que el rédito que pudieron haber perdido en primer lugar.
Si bien Varsovia 83 llueve un poco sobre mojado en su género y no ofrece hallazgos formales ni discursivos muy significativos, es una ventana llena de detalle y también de firmeza ideológica hacia un suceso tristemente emblemático de la historia reciente de Polonia, y una ambición narrativa bastante llamativa tanto en su duración como en la dimensión política que ofrece, que según el momento puede hacerse farragosa pero en último término logra un resultado bastante satisfactorio.