Un hombre camina por el desierto, hacia adelante y con la mirada al frente del crepúsculo; y como él, su protagonista, decide ir muriendo con la declaración de quien ha vivido. La película, ópera prima de Alejandro Loayza, se desarrolla en el altiplano de Bolivia, en medio de un paisaje deshabitado, sin vegetación ni señales de vida, hostigados por la sequía, donde vive Virgilio con Sisa; una pareja de ancianos que, refugiados en su pequeña cabaña de lodo, se dedican al cultivo y al ganado de llamas.
La tierra y sus condiciones no son fáciles e invitan, tanto al pueblo como a la propia pareja, a la peregrinación. El pueblo no es un lugar seguro y, a diferencia de los centros residenciales, las necesidades básicas así como la propia subsistencia no está asegurada. Sin embargo, cuando uno ha crecido en los colores del lugar y ha aprendido, con el tiempo, a escuchar su canción, las raíces son tan profundas y necesarias que no hay posibilidad de fractura; tan solo puede producirse por la propia muerte que, en este caso, el protagonista es consciente de su proximidad al interpretar las señales del cuerpo, como dice él mismo. Virgilio, en un momento de acercamiento, le cuenta a su nieto la muerte del cóndor. Este, cuando se siente inoperante para el vuelo y por consiguiente, para la vida, decide subir a la montaña más alta y desde ahí, encogiendo las alas y sin mostrar pavor, se precipita hacia las rocas. El protagonista, así como el propio cóndor, es consciente de su muerte a pesar de los intentos de quienes se empeñan en cambiar los surcos del destino.
Utama, a pesar de ser una ópera prima, es una película madura. La puesta en escena que hilvana el director es concisa y necesaria. No hay ornamentación en demasía, tan solo los elementos constituyentes para escribir una historia desde la mirada substancial de los hechos. El diseño sonoro, así como la construcción visual, son sobrios pero sin gravedad. No hay música ni melodía, tan solo el monótono viento que acaricia la tierra seca del páramo. Utama es una película para la resistencia, íntima y contigua a los esenciales de la vida. El paisaje, la cabaña y la mano de quienes nos acompañan conforman la columna principal de la película y, quién sabe, si de la propia vida.
Una fantástica invitación a ver el largometraje y reflexionar sobre temas tan importantes como nuestro viaje en la vida, nuestro hogar o nuestra compañía mientras caminamos. Me parece muy curioso como el articulista juega con algunos elementos vitales en el filosofar como la mirada, el paisaje y la «mano de quienes nos acompañan».
Quizá de eso trate todo, como señala Adrià en tentativas de arrojarnos a vivir deliberadamente. Personalmente, quiero añadir la frase: quien va al desierto no es un desertor. Igual que no regalamos nuestro dinero a todo el mundo, quizá haya que repensar a quien regalamos nuestro tiempo. Y tal vez, esa sociedad que parece que nos da tanto, si lo miramos bien, no nos da tanto. No solo del pan vive el ser humano y creo que la película también apunta en esta dirección.
¡Gracias por enseñarnos esta obra de arte, Adrià! Y a Cinemaldito por hacer posible una lectura como esta, atenta e íntima, como la vida misma.
¡Nos vemos hacia Itaca!