Me encuentro ante la difícil tesitura de crear un texto a partir de algo que no necesita palabras, siendo sus imágenes las que generan sensaciones impresivas que captan la esencia de aquello que queremos ver.
El onanismo creativo nos reúne de nuevo ante un Shane Carruth que en esta ocasión añade la hipersensibilidad a sus bucles fílmicos. Fue Primer la película que no era capaz de catalogar al no poder seguir en su primer visionado su ritmo cuántico, apreciaba las formas pero se me escapaban algunos hilos que conformaban esa bobina que tejía y enredaba a su antojo. Al verla años después confirió otro sentido, los hilos se dispersaban sin importar tanto un orden como su valentía, aunque sigo sin querer darle un valor real y cuando pienso en ella sigo mirando hacia arriba con el ceño fruncido. Si en su primera película, donde manipulaba el tiempo, consigue una respuesta física, en una proposición meditada como Upstream Color tiene los tintes necesarios para impactar.
Los bucles en ocasiones tienen una salida añadida en el momento oportuno que rompen ese ciclo infinito. No sé si para el ingeniero es aceptable esta rotura en los cálculos, pero sí para el cineasta entregado a su idea de simular sensaciones a nivel dérmico. El lenguaje que utiliza evoca una superficie impermeable que convierte el relato en un juego sin límites físicos en el sentido más irreal del concepto.
La historia crea conductos: pasa entre organismos, objetos, animales y personas para consensuar su existencia, maneja el tiempo a su antojo para reglar su interactuación, analiza la luz que se arroja sobre todo ello y llegar al color exacto que desprende una armonía buscada. No es más complejo que creer en la idea de un hombre que consigue dominar cada aspecto de la película hasta formar con imágenes un sentimiento. Que el espectador lo comparta forma parte de una actitud, un capricho personal que viene dado por el mismo contenido de lo que se nos muestra, no toda película consigue abrazarse a cualquiera que la vea y crear un vínculo, es una situación totalmente arbitraria que no depende únicamente del contenido de la misma.
En Upstream Color encontramos a un hombre y una mujer, rotos por los últimos acontecimientos que han despojado de toda confortabilidad su día a día, ambos necesitados de esa conexión mutua que se convierte en una comprensión de sus despojos emocionales, unidos por algo ínfimo que no pueden controlar, lo mismo que hace que sea indispensable sentirse tan cerca el uno del otro. Ese pequeño acontecimiento que parece fortuito se convierte en una conexión vital, tan poderosa como la creación misma, y con esa supremacía invisible juega Carruth para engancharnos de un modo hipnótico a ese organismo inmortal.
Esa idiotización se consigue magistralmente con el sonido que acompaña a los movimientos de sus protagonistas de un modo tan certero que nos envuelve y ralentiza o acelera el discurso para marcar su propio ritmo. La música, creada también por Carruth, es una especie de constante vital que nos conecta a un nivel distinto al de la narración con la película, es su mejor baza para sumergirnos en la película sin necesidad de agarrarnos con carnaza visual.
No se puede rebajar el discurso a una única dirección. Aunque simplifique la narración a momentos exactos que se enlazan con mimo, claramente el film ofrece más de lo que se percibe a simple vista. La explicación potencial que saque cada espectador depende exclusivamente del sentido que se quiera exprimir, quedándonos con el ejercicio estético, con los entramados internos que sacan a la luz un sentido a las vidas de los protagonistas o los paralelismos con la naturaleza que sustenta esta posible realidad que se nos ofrece.
Eclipsa la belleza con que se recrean las ensoñaciones en las que nos vemos inmersos, una pequeña muestra de la concepción que conserva, y aunque Shane Carruth también se guardó un lugar ante la pantalla, su mimetización con Amy Seimetz es orgánica y significativa, siendo ella el rostro de la explosión sensorial que se unifica con las vallas que limitan sus mundos. El mayor riesgo es conseguir captar la atención con un trabajo tan personal centrado en las directrices de una única persona, por lo que sólo la existencia de Carruth puede vencer o perder ante las inquietas miradas ajenas.
Funciona su ficción y su drama, perseguimos esos pequeños lazos para aferrarnos a su complejidad, y conseguimos respirar acompasados por el pulmón ilusorio que se llena de aire para marcar el suspiro que permita fluir las imágenes. Upstream color es tan atrevida como su director ha querido, un trabajo pleno y sutil que vibra envuelto en la fragilidad humana.
Somos larvas alimentándonos de la planta equivocada.