El cine de género ha experimentado de un tiempo a esta parte el acercamiento a una cotidianidad que, si bien ha reverberado en situaciones menos comunes de lo que podría sostener ese carácter, ha sido capaz de encontrar los elementos necesarios desde los que transitar un terreno que, de un modo u otro, interpele al espectador de forma más directa. Es de hecho Callback, el penúltimo largometraje de Carles Torras, a su vez productor de esta Upon Entry, uno de los claros paradigmas de esta tendencia, que si bien sirviéndose de un relato de cariz psicológico, hallaba en el retrato de esa Nueva York donde se desarrollaba la acción un puntal desde el que desarrollar un aspecto nada baladí en la narración. Algo que también hemos visto en otros títulos recientes tales como Tu hijo, Most Beautiful Island o No matarás, donde cada espacio —en este caso, a través de la orografía de ciudades que casi servían de espejo a sus desquiciados y turbadores relatos— se antojaba ciertamente relevante para el desarrollo del film. Upon Entry, en ese sentido, y aunque reemplaza los exteriores y la personalidad de cada una de las ciudades presentes en los films citados, consigue también recoger en el lugar donde se desarrolla el film de un modo u otro esa sensación de veracidad que llega a inquietar por lo perturbador de la misma, acogiéndose en este caso a una situación que no pocas veces habremos percibido, ya sea por el relato de algún conocido, o por alguna historia revelada en las redes sociales que frecuentamos a diario, y haciendo de algo que bien pudiera devenir cotidiano, como si de mera rutina se tratara, una crónica tan desasosegante cuyo terror habita tanto en los sucesos acaecidos, como en lo que se sustrae de estos en forma de atentado contra la libertad individual.
Y es que más allá de su forma como ejercicio de género que, ante todo, aprovecha las peculiaridades de esa coyuntura en la que se verá inmersa una pareja cuando sean sometidos a un exhaustivo chequeo para poder pisar suelo americano, lo que se desliza de Upon Entry son las consecuencias de una actuación donde la privacidad queda reducida a la más absoluta nada y, con ello, la integridad del individuo se descompone hasta llegar a un punto donde lo que es cierto y lo que es falso termina por perder cualquier sentido en pos del capricho y la arbitrariedad de quienes se supone que ejecutan su trabajo, aunque de ello se desprenda una falta de escrúpulos y empatía digna de la peor opresión, para el caso amparada en una presunta legalidad, que hace de ello algo más lúgubre y aterrador, si cabe.
Pero lejos de las conclusiones que se puedan sustraer de aquello que se antoja injustificable a todas luces, queda el trabajo de dos cineastas que modulan y manejan el plano con destreza a lo largo de los poco más de 70 minutos de duración del film, logrando que tanto el montaje como la función de cada cuadro acrecienten una tensión que bien podría estar sustentada únicamente en esos diálogos concisos y cortantes con que son interpelados en todo momento sus dos protagonistas —a los que dan vida unos excelentes Alberto Ammann y Bruna Cusí—, pero además encuentra las herramientas precisas en manos de sus autores. También destaca el uso de un sonido que pone énfasis sobre esos diálogos, así como la forma de huir de lo teatral a través de recursos tanto expresivos como dramáticos que hacen de esta Upon Entry un debut a tener en cuenta tan capaz de retratar con contundencia ese proceso de desgaste, como de otorgar con su conclusión un conato de extrañeza (e incluso ironía) que dotan de mayor fuerza a la consecución de un relato que no debería existir, pero no sólo ello, además es justificado bajo el peor y más pueril de los pretextos.
Larga vida a la nueva carne.