El segundo largometraje como directora de la danesa-neerlandesa Malou Reymann es un drama de época basado en acontecimientos reales, que se adentra en un aspecto perturbador y poco conocido de la historia de Dinamarca en el siglo XX, la existencia de sanatorios o asilos para reformar a mujeres consideradas no aptas moralmente para la sociedad. Inspirándose en una historia real, la película sigue la trayectoria de Maren, una joven de carácter rebelde y contestatario que acaba siendo enviada a uno de estos lugares en la pequeña isla de Sprogø, acusada de inmoral y promiscua. Allí se da cuenta de que estos supuestos centros de “sanación” y reeducación funcionan en la práctica como cárceles que mantienen durante años encerradas a mujeres que la sociedad considera no aptas, y las perspectivas hacen poco a poco mella en su energía y fortaleza, al tiempo que, paradójicamente, va encendiendo la chispa entre sus compañeras resignadas al día a día de su prisión.
De este modo, Unruly funciona en un doble filo desolador. La protagonista, en quien vemos representados estos ideales de rebeldía y liberación, es un personaje destinado a la tragedia: se consume gradualmente, es golpeada y derrotada por el sistema; y al mismo tiempo, logra inspirar un espíritu contestatario que poco a poco va calando. Esencialmente, esta película está imbuida de pesimismo en cuanto a su retrato de la protagonista y de las opciones que tiene; pero es un pesimismo con fecha de caducidad, el retrato de un sistema machista, sumamente injusto, cuyos cimientos serán derribados en breve. La ubicación temporal en este sentido es relevante, porque si algo caracteriza a esta cinta es que lo que retrata pertenece a un pasado, vergonzoso e indignante sin duda, pero un pasado que ha sido superado ya hace tiempo. Esto da una dimensión más heroica y admirable que trágica al personaje de Maren, y también deja una sensación más confortable en quien ve el film de lo que su estructura de revés tras revés emocional parece construir. Y en último término, ello hace que el tono sea más de reivindicación histórica que de resignación.
Ahora bien, un mensaje admirable y una recreación muy interesante de este aspecto de la historia reciente danesa, así como de las semillas que poco a poco se lograron plantar para erradicarlo, no hacen de Unruly una película redonda, y de hecho termina siendo una experiencia bastante más fría de lo que pretende inspirar. Creo que uno de los principales problemas que se hacen sentir en ella es que a nivel estético, en cuanto a elección de planos, música y paleta de colores incluso, es una experiencia aséptica, rebosante de esa funcionalidad académica que ahoga la potencia expresiva. Las interpretaciones son impecables y desde luego hacen más que suficiente por elevar la fuerza emocional de cada instante, pero están rodeadas de una puesta en escena que parece dispuesta a no dejar que nada en ellas trascienda el impacto del momento. La cinta es tan fascinante en el papel como anodina en su ejecución.
Por otro lado, algunos puntos de su narrativa me parecen algo extraños y no creo que estén del todo bien introducidos. En particular, hay una escena de sexo entre un tipo y Maren al principio, muy brusca, en la que no termina de quedar clara la línea del consentimiento; y como no termina de quedar clara, no logro entender qué clase de propósito narrativo tiene: si quiere representar una violación o una situación de abuso, meter el dedo en la llaga de cómo la expresión sexual femenina está supeditada plenamente al placer del hombre, o ambas cosas. Sin duda es una escena fea y grotesca, pero creo que no es un tema adecuado para jugar con esa ambigüedad conceptual.
Tampoco creo que sea la decisión más apropiada la de hacer que la directora de la institución sea una mujer lesbiana reprimida, por motivos que no creo que haga falta resaltar. Aquí podría ser ligeramente comprensivo y asumir que tal vez quiere dar un mensaje de que el auto-odio y la represión de la propia naturaleza contribuyen a abonar el terreno para el autoritarismo, pero el ejemplo es contraproducente y muy insensible y, la verdad, da un matiz bastante rancio a una película que en absoluto lo es.
Porque fuera de estos elementos narrativos dudosos, Unruly es una obra que aboga decididamente por la reforma y la reivindicación feministas, que pone encima de la mesa varios aspectos que aún hoy en día, con una sociedad plenamente más avanzada que la que retrata, son puntos calientes que definen desigualdades enquistadas. Por eso mismo también, solo queda imaginar cuánto habría logrado calar con un lenguaje cinematográfico menos encorsetado y unas elecciones narrativas puntuales menos cuestionables.