Cuando Pierre Laurent se despierta en el hospital, no recuerda nada. Ni siquiera que fue rescatado por un prostituto del río Sena, donde había caído después de sufrir un atropello en un puente de París. Ahora debe de guardar reposo postrado en una cama para que se solucione su grave lesión en la pierna mientras la policía le interroga sobre la razón del atropello, una adolescente se encuentra demasiado interesada en su ordenador portátil y los enfermeros y médicos parecen tratarle de una manera en exceso condescendiente. Un cóctel que parece llevar hacia la tragedia… Pero no. En Unos días para recordar (Bon rétablissement!), dirigida y escrita por el parisino Jean Becker apenas hay hueco para el llanto, desde el principio queda claro que el tono cómico va a impregnar la mayor parte de los minutos. Como el título castellano indica, el paso por el hospital no parece tan pésimo, sino que se convertirá en una especie de prueba para evaluar la capacidad de Pierre a la hora de tratar con la gente y de analizar qué está pasando con su vida.
Unos días para recordar se asemeja a alguno de los típicos trabajos de Jean Becker, un cineasta que probablemente no se contará entre los más recordados del cine francés pero cuyas películas siempre consiguen dejar algún tipo de huella. Tal y como demostraron Conversaciones con mi jardinero o Mis tardes con Margueritte, Becker sabe mantener una línea plácida, casi relajante, mientras entreteje un universo de relación entre seres humanos que algunos califican de sensiblero o poco real, pero que en el fondo aporta algunas lecturas sobre la vida bastante interesantes.
A ese patrón responde perfectamente Unos días para recordar. Con el paso de los minutos logra hacerse simpática por lo entrañable de varios de sus personajes, mantiene un tono agradable, ya que los contratiempos que suceden a lo largo de su trama (no olvidemos que estamos hablando de un atropello) se resuelven de una manera cercana a la comicidad. Tiene, por tanto, ese punto de tranquilidad que otorga el conocer hasta dónde quiere uno llegar, Becker sabe lo que quiere transmitir al espectador y forma una atmósfera íntima muy similar a la de las obras mencionadas con anterioridad. No es trascendental ni pretende serlo, lo único que quiere es invitar al espectador a pasar un buen rato.
Adentrándonos más en la propia esencia de la película, Unos días para recordar se aleja de ese concepto de película en un único escenario que al principio da la impresión de ser. Becker no utiliza el atropello como un simple macguffin, ya que lo usa para dar un impulso a alguno de sus protagonistas (como el del prostituto), pero sí es cierto que ni el propio cineasta se toma en serio la acción que da pie a la historia, algo que demuestra la casi caricaturesca investigación policial sobre el asunto. A destacar la muy correcta interpretación de Gérard Lanvin en el papel protagonista, modelando un buen aspecto de cascarrabias pero con una mirada bastante honesta. Los secundarios están bastante acertados, ninguno da la nota discordante pese a que esta era una película indicada para ello por lo extravagante de alguno de sus retratos (véase el de la adolescente embarazada, en las antípodas de la tristeza o la penuria).
El final cierra con bastante tino una historia sencilla, de aquellas que casi cualquier persona sería capaz de digerir, una cualidad que en innumerables veces se toma como un defecto cuando en realidad es una gran virtud. Cosa distinta es que su legado traspase los límites que marca la puerta del cine; aquí, Unos días para recordar tendría casi todas las de perder de no ser porque el mismo director lo ha querido así.