Unidentified Objects anticipa en su primera secuencia algunas de las claves del debut del colombiano Juan Felipe Zuleta tras las cámaras: la fascinación por un universo lejano, inabarcable e inalcanzable aparece en boca de Winona mientras describe un firmamento hacia el que la dirige su viaje junto a Peter, un enano disconforme con la vida que busca parapetarse bajo un manto de amargura que le propicie una ruta de escape lo más fácil(o difícil)mente asumible. Esa aventura, que arrancará tras la visita de ella al apartamento de él, disponiendo un espacio en el que una efectiva vis cómica se filtra en el relato pero, ante todo, se pone de manifiesto la patente distancia entre ambos protagonistas, bien podría llevar al espectador a pensar en el terreno de la ‹feel good movie›; nada más lejos de la realidad, Unidentified Objects destila una aspereza mucho más perceptible, no tanto porque el tono del film se dirija hacia un terreno adusto, sino por la presencia de un personaje, el de Peter, consciente de su rol en una sociedad donde no encaja tanto por su aspecto físico como por sus inquietudes. Una perspectiva mediante la que cobra más sentido el viaje de Peter y Winona, pues al fin y al cabo no dejan de ser dos “inadaptados” que, pese a combatir su rol desde miradas distintas, terminan encontrando el uno en el otro ya no un apoyo, sino más bien una suerte de reflejo que no parecerá tal al comienzo del viaje, pero irá tomando senderos, quizá esperados, aunque definitivamente inevitables en la consecución de los ingredientes de una ‹road movie› tan capaz de deslizar agrias reflexiones necesarias para comprender a sus protagonistas como de encontrar cierta liviandad en el trayecto desde el que reforzar la visión del cineasta.
Tras una esmerada construcción de personajes que descubre aristas y lecturas de lo más interesantes en los mundos que frecuentan —como en ese paralelismo entre los caracteres de la literatura de Chéjov y Peter, aunque no deje de ser un mecanismo para rechazar ser juzgado por su apariencia—, Zuleta no desdeña ni mucho menos una vertiente genérica que explora a través de fugas de lo más divertidas, implementando en estas desvíos que en todo momento se concilian con el tono del film; o, dicho de otro modo, no sólo no chocan con las ideas que Unidentified Objects desarrolla a nivel dramático, sino además otorgan una dimensión distinta a algunos momentos complementados a la perfección por esa consecución de atmósferas e imágenes que reflejan a la perfección ese universo creado por el cineasta —véase esa secuencia donde Peter regresa del pub con una patente sensación de desazón que colapsará en el extraño encuentro en la habitación del motel—. Es así como todo fluye en un film para el que no parece haber límites (dentro de lo que cabe), pero además traduce sus filias en un cine sugestivo del que manan estampas —algo a lo que contribuye la notable labor en lo visual de Camilo Monsalve— tan únicas como definitorias de un mundo que Zuleta nos invita a explorar: y es que si bien Unidentified Objects escapa, como decía, a los parámetros de la ‹feel good movie› de manual con habilidad, nada de ello evita que uno termine el visionado con una de esas sonrisas que fortalecen, más si cabe, estos pequeños actos de valentía (por evitar que todo se hunda y agrave cuando sería lo fácil) y resistencia (ante los problemas) que nos regala el cine de vez en cuando.
Larga vida a la nueva carne.