La relación de François Ozon con el Festival de San Sebastián parece cada vez más fructífera. La Concha de Oro lograda gracias a En la casa en 2012, conquistando a la crítica con la misma fuerza que al público del Kursaal, le ha convertido en un tipo realmente querido en la ciudad, a lo que también ayuda el buen nivel de sus últimos trabajos proyectados en el certamen. Une nouvelle amie, presentada en la Sección Oficial, vuelve a demostrar los porqués de un cálido recibimiento ligado a las cualidades de su cine.
Si de la mencionada En la casa, quizá la mejor obra de una prolífica carrera jalonada de buenos títulos, cabía destacar su multiplicidad de lecturas, su capacidad para ofrecer un artefacto rabiosamente inteligente que podía revelarse como la película que cada uno quisiera ver en ella —una constante en su cine, quizá nunca tan bien explotada como entonces—, su nuevo trabajo vuelve a indagar en esta cualidad. Tal vez, al mezclar de nuevo tres de sus temas clave como son las identidades solapadas, la maternidad y la confusión sexual, se antojaba más necesario que nunca.
A lo largo de su carrera, Ozon ha demostrado de sobra saber manejarse con soltura en terrenos radicalmente opuestos, introduciendo siempre entre sus capas una tendencia a la perversión que no se encuentra reñida con la luminosidad de sus personajes, a menudo poseedores de una vida oculta o un conflicto identitario. David/Virginia sintetiza muy bien este conflicto, y la manera en la que lo hace es ejemplar. Si el francés suele destacar por sus soluciones narrativas, sobre todo por las que incluyen la música como vehículo y no como simple añadido, aquí vuelve a mostrarse lúcido a la hora de plasmar algo tan complicado como la fusión de dos personajes en un único actor.
El prólogo muestra en un «flash-back» la estrecha relación de la protagonista Claire con su amiga Laura, personaje clave de la película, antes de su fallecimiento. En una de las secuencias, Claire observa a Laura bailando junto a su amante David en una discoteca mientras suena Hot’N’Cold, de Katy Perry. Varios minutos después, Claire pasea con David travestido públicamente por primera vez. Vuelve a sonar Hot’N’Cold, la única canción extradiegética de la película: lo que parecía un juego se ha convertido en algo más, ahora ambos están concentrados en una única persona. Tan complejo y tan simple.
La divertida comedia de enredos va tomando una deriva cada vez más retorcida y perversa, otra constante en el cine de Ozon. El que quiera quedarse en la superficie disfrutará, posiblemente, igual que el que quiera sumergirse en el juego que vuelve a proponer. No lo pone nada complicado: su dirección vuelve a ser una gozada, regala tantos momentos divertidos como escarceos con lo inquietante y, de postre, muestra a una bella Anaïs Demoustier cuyo trabajo tiene más de confirmación que de revelación. No es el único acierto del reparto: a la elección de un rostro conocido como Romain Duris para el papel, por presencia física, más complicado; hay que sumar las breves intervenciones de Isild Le Besco (Roberto Succo) en el papel de la finada Laura.
Su cierre no es tan preciso como puedan sugerir los acontecimientos del tramo final, que concentra ironía y deseo desde un prisma que tiene más de idealizada liberación que de cinismo, y explota el potencial de unos personajes secundarios que hasta entonces habían permanecido casi siempre en segundo plano. Quizá un posible cierre con el marido de Claire representando el desconcierto del espectador ante la catarsis habría resultado más enriquecedor que una última secuencia tan perfectamente coherente como prescindible. En cualquier caso, Une nouvelle amie es una muestra más de lo que ha hecho Ozon a lo largo de su carrera, que se encuentra en un punto brillante: continuar arrebatando sin renunciar a una búsqueda, modificar su registro constantemente dejando claras sus señas de identidad. Una nueva muesca en una madurez realmente lúcida.