‹Peu importe les échecs,
de toute façon la beauté
ne sera jamais vraiment dans le résultat
mais dans le mouvement,
dans l’espoir qu’on puisse se changer
les uns les autres›
(Poco importa el fracaso,
porque de todas formas
la belleza no estará jamás en el resultado,
sino en el movimiento,
en la esperanza que podamos darnos
los unos a los otros)
Tras la primera «Nouvelle Vague» la original, la de Truffaut y Godard, la prensa se ha empeñado en etiquetar como «Nouvelle-Nouvelle Vague» a cada nuevo grupo de prometedores directores con algo en común, les paso en los 80 a Pialat-Eustache-Garrel-Doillon o en los 90 con Carax-Assayas-Noé-Denis-Desplechin. Este movimiento fue producto de su tiempo, algo irrepetible e irreproducible. Por eso, la nueva generación de autores franceses no será la enésima Nouvelle Vague, será otra cosa que sólo el tiempo medirá su alcance e importancia, pero hay señales que dan coherencia a esta idea de que algo sólido se está cociendo en el cine francés actual. Lo primero es evidente y necesario: Una talentosa hornada de directores con fechas de ópera prima cercana en el tiempo. Tenemos a Rebecca Zlotowski (Belle épine, 2010), Djinn Carrénard (Donoma, 2010) Hélene Klotz (L’âge atomique, 2011), Yann Gonzalez (Les rencontres d’Après minuit, 2013), Guillaume Brac (Tonerre, 2013), Sébastien Betbeder (2 otoños, 3 inviernos, 2013) , Justine Triet (La batalla de Solferino, 2013), Antonin Peretjatko (La chica del 14 de julio, 2013), Vincent Mariette (Tristesse Club, 2014), y el último en pasarse al largo y que nos ocupa Armel Hostiou. Seis de estas diez óperas primas tienen algo en común: Vincent Macaigne. Por eso no es casual que cuando la revista Cahiers du Cinema dedicó en abril de 2013 un artículo a esta generación de autores, encargaron a Macaigne la redacción de un Texto-Manifiesto. Este retrato sirvió a Cahiers du Cinema para justificar esta generación que tiene una idea clara y similar de entender el cine y de hacerlo. Con una pluma brillante, Macaigne no dictamina como hacer cine, sino que recuerda porque se debe hacer cine: Le pide a esta generación de autores que creen para evitar la mediocridad, que se ensucien, que su cine grite fuerte pero sereno, le pide a los autores que se inspiren en su alrededor, en sus pequeñas historias, que hagan cine para legar al futuro el retrato de su generación, de su época, sus motivaciones y su forma de entender este mundo. Sin importar el resultado, sin temer el fracaso. En este largo SMS enviado desde Colonia (Alemania), Vincent Macaigne llama a estos autores a que se comprometan en su ahora, que arriesguen, porque para eso está juventud y porque… ‹c’est plud drole, comme ça, non?›.
Quizás ya retrasado de la gran hornada de obras de estos jóvenes y arriesgados autores, pero sin duda compartiendo esta misma filosofía, nos encontramos con el pase al largo tras varios cortometrajes de Armel Hostiou, que “alarga” aquí su cortometraje de 2012 llamado Kingston Avenue con guión de Vincent Macaigne. Armel respeta íntegramente su cortometraje y añade una parte final más oscura. En esta dramedia, nos encontramos a Vincent que dejó todo en París para ir a Nueva York con un único objetivo: Reconquistar a su ex, Barbara (Kate Moran, a la que también hemos visto en Les rencontres d’apres minuit), ella de nuevo comprometida y segura de su decisión, no tiene ni la menor intención de volver con él, dejándolo claro desde el principio con una de las frases más lapidarias posibles: ‹Tu me fatigues plus que tu me fais rire› (‹Me cansas, más que me haces reir›) y aun así nuestro (anti)héroe piensa que esto aún puede cambiar. Vincent Macaigne interpreta a Vincent, o lo que es lo mismo, su eterno personaje, ese parisino treintañero y simpático, optimista, sin grandes ambiciones laborales, un poco perdedor, sin objetivos claros, enamoradizo, un personaje gris, anodino, común, pero sin embargo tiene un poder secreto: Es irresistible. Incomprensiblemente entrañable. Dolorosamente cercano. Un personaje que aparece en la mayoría de las óperas primas citadas anteriormente (Quizás la comparación más clara entre este Vicent, la encontremos en el Maxime de Tonnerre) y sin embargo cada autor saco su personalidad para adaptarlo a su película. Vincent Macaigne interpreta siempre a Vicent Macaigne. La diferencia es por donde cada autor lo lleva.
La película, grabada con pocos medios (como la mayoría de estas óperas primas, grabadas con más imaginación que dinero), se divide en dos partes, la primera Vincent lleno de esperanza confía en que su admiración obsesiva hacia Barbara surja efecto y que ella acabe dejando a su novio, un guapo, simpático y educado doctor, por él. Mientras tanto, vagabundea por esta enorme y despersonalizada ciudad, donde el ruido infernal y el ambiente hostil acabarán minando a Vincent. El retrato que se muestra en su segunda parte, es oscuro, depresivo, el amor deja paso a la obsesión, a la culpa, la separación deja paso a la herida irreparable a la derrota más absoluta. Esta caída al infierno capaz de convertir a alguien vitalista en una sombra, es aquí representada en una separación amorosa, pero sin duda, muestra la facilidad con la que se rompe un hombre, lo cerca que está siempre el abismo, lo cercano que es convertirse en alguien del que uno mismo sienta vergüenza y pena.
Esta historia americana quizás tenga o no un fin para Vincent, pero el espectador saldrá convencido de que acaba de empezar unos años en los que esta generación de autores va a regalarle buenas historias bajo la luz de un proyector.