Jessie Coe Liuchaco es toda una leyenda en Manila. Nació en Cuba y emigró durante la década de los treinta a Filipinas, con apenas diecinueve años. Allí se casó con el abogado, diplomático y cazador Marcial Lichauco. Tuvieron varios hijos y, con la familia ya crecida, la tía Jessie rememora su vida entre risas, amistades y la sombra del gran árbol que la acompaña en el jardín. Un baniano que vuelve a echar raíces después de un siglo.
El nuevo largometraje de Arturo Prins rompe con la ficción de su anterior comedia, Estado impuro, para encontrarse con una mujer centenaria que habla en primera persona de las colonizaciones. De la independencia de Filipinas. La Segunda Guerra Mundial que tanto arrasó allí. Y se detiene con reflexiones acerca de una sociedad filipina contemporánea tan superpoblada como empobrecida. Además de añadir algunas advertencias sobre el cambio climático.
Frente a la puesta en escena directa, elaborada por cámara al hombro, arnés o a pulso, que seguía a varios personajes en su film anterior, el director planifica con encuadres estables, atentos al testimonio de sus interlocutores. Sigue una estructura cronológica lineal que se abre con el nacimiento de Jessica a final de la segunda década del siglo veinte. Su emigración por amor a Filipinas, tanto hacia su marido como a las islas. Continúa por todos los hechos relevantes de la Historia del país, antes del nuevo milenio. La independencia tras la colonización de Estados Unidos. La invasión en la Segunda Guerra Mundial por parte de Japón. La reconstrucción de Manila y otras ciudades destruidas por las batallas. El desarrollo en la segunda mitad del siglo. La ley marcial impuesta desde los años setenta. Y termina con la situación actual.
Arturo Prins ejerce como autor total en la fotografía, también como uno de los cámaras, además de ser coguionista y montador del metraje rodado. Un material de archivo y doméstico de la propia familia de Jessica, enriquece las declaraciones personales o entrevistas a los hijos, a una nieta e historiadores filipinos y extranjeros que hablan sobre la protagonista. Ampliando el espectro de imágenes que unas escenas de época, recreadas por actores caracterizados como el joven matrimonio. E incluso licencias de trucajes, estilo collage, del trasatlántico proveniente de Cuba. O del submarino nuclear en el que sueña volver a su país de procedencia.
El documental funciona como ejemplo divulgativo del género, equilibrando los dos ejes de interés que se cruzan y separan durante cien minutos. Por una parte las vivencias de la tía Jessie, reforzadas por el respeto o admiración de los entrevistados. En paralelo la Historia de Filipinas que, por la condición diplomática de Marcial y su esposa, se interioriza en sus vidas.
El director sigue construyendo una filmografía según la historia que necesita contar en cada título. En esta ocasión parece una obra solicitada, también apoyada desde la producción o el trabajo de búsqueda y adquisición de material de archivo que ilustra la narración de Jessica, al igual que los testimonios de los participantes. Aunque Arturo Prins se involucra más allá del encargo para participar con hallazgos como esa obertura musical en el río, una secuencia con ‹travellings› sobre barcas que muestran a la población de Manila, tanto en comunicación urbana como en hábitos de los nativos, un río igual para todos. Relacionando las corrientes fluviales con la propia vida de la mujer de ciento dos años.
Sobre todo el conjunto destacan las reflexiones directas de tía Jessie, zanjando la cuestión del sexo desde que quedó viuda con una respuesta directa, «pronto me reuniré con Dios y tendré una nueva vida allí y no estarás para grabarla», que la hacen más humana, en contraste con cierta redundancia en elogios hacia ella provenientes de otros interlocutores. Funciona muy bien el uso del blanco y negro en las imágenes de los jóvenes en la calle, reflejando un mundo que gustaría más verlo en color, pero por respeto aparece entre grises. Y resuenan ideas sabias como las del compromiso o afinidad como fuerza del amor más que el apasionamiento. O la sensación de ver y escuchar a una persona más viva que gente a las que nos dobla y triplica en edad.
Entre los pesares quizás falte alguna crítica directa al régimen de Ferdinand Marcos, tras un repaso que ya fue completo de los sucesos históricos previos. Pero gana la mirada positiva hacia una mujer que se mimetiza con el baniano que, por definición del diccionario de la RAE, «es un árbol de la familia de las moráceas, originario de la India, de cuyas grandes ramas nacen raíces que caen hasta el suelo formando nuevos troncos».